Los aprendizajes que se arraigan o se quedan en lo profundo de nuestro
interior están siempre vinculados a algo que nos ha significado mucho, por
ejemplo, yo tengo aún presente cada palabra de mi abuela Tinita, mi madre de
crianza, la mujer, la señora que desde mis prime-ros días, no sólo cuidó de mí, sino que siempre
aconsejó sobre las decisiones de la vida.
Tinita nunca me dijo que hacer con regaños, fue una mujer de pocas
palabras, desde las 6 de la mañana se levantaba y con sólo mover los trastes,
sacar el agua para lavar el maíz, dar de comer a las gallinas era siempre la
señal de que también debía acompañarla en sus quehaceres. Esa era su forma de
educar, con ejemplos y siempre con una plática pausada, como sus movimientos,
siempre con una sonrisa en los labios y masticando la hoja de tabaco me decía:
–No esperes a que te digan que hacer, tu guía es tu corazón; las buenas decisiones se piensan mejor haciendo y andando, las dos cosas al tiempo. Recuerda hija que la holgazanería es mala consejera. Si tengo preocupación, si tengo que decidir sobre algo, es cierto que me acuesto con ese pensamiento, pero por las mañanas desde que ya prendo el fogón, lavo el maíz, doy de comer a las gallinas, desde ese momento se va aclarando mi pensamiento y las ideas.
Y es cierto, yo llevaba días con el desasosiego en el pecho, habían días que sentía nervios en el estómago, me sentía enferma por no poder decidir sobre un cambio de escuela, un cambio de Zona Escolar, un cambio de vida, un cambio en todas sus dimensiones y con todas sus implicaciones.
Pero
recordaba las palabras de Tinita, mi abuela, mi cuidadora y entonces cada
mañana al levantarme valoraba todo, desde las condiciones de la comunidad que
me había dado cobijo, las madres de familia que me enseñaron no sólo la lengua
zoque, sino que me enseñaron a cocinar lo tradicional del lugar y a bordar sus
vestimenta tradicional, los padres de familia que brindaron su huerto para
nuestros experimentos, los niños que siempre fueron parte de mi vida en esa
pequeña aula, todos y cada uno de los seres humanos que conformaban el lugar le
daban sentido a mi quehacer como profesora.
Pero efectivamente Tinita tenía razón, las cosas por la mañana se
piensan mejor, mientras uno acomoda lo que se llevará al salón; mientras
terminas de recortar los materiales; mientras revisas la lista de asistencia y
piensas en los alumnos que no podrán llegar; mientras organizas las actividades
para que los niños estén felices y contentos en el aula; mientras das sentido a
tu quehacer es cuando todo se va aclarando, y efectivamente ese fue el momento,
casi antes de llegar a la escuela, Doña Flor me abordó:
–¿Cómo estas maestra? Ayer estábamos platicando de ti, ya casi tienes cuatro años en la comunidad y gracias a tu insistencia logramos construir nuestra escuelita, la verdad el día que te vayas te vamos a extrañar todos, creo que así será en otros lugares a donde vayas, hay mucha gente que te necesita, una maestra que de verdad quiere hacer cosas por nosotros, no como algunas personas que sólo vienen asomar la cara un rato…
Las palabras de Doña Flor dieron en el clavo, era el momento de alzar el
vuelo, buscar el cambio, no porque no quisiera estar en ese lugar donde se
quedaba mi corazón, sino porque creía firmemente en que hay lugares que
necesitan de nuestra ayuda, gente que cree en nosotras o que tiene esperanzas
en nosotras como maestras lugares donde es necesario sembrar la semilla de la
conciencia. Así que decidí volar y construir la aventura de otro lugar, una
comunidad lejana, una comunidad desconocida.
El trayecto rumbo a la Rivera Vista Hermosa
del municipio de Copainalá, se encuentra anclada, casi escondida la escuela primaria
“Venustiano Carranza”. Así que abordé la camioneta de ruta que va a “La Nueva”,
una comunidad cercana al municipio que les acabo de mencionar. En medio del
trayecto en carretera, le pregunté a uno de los pasajeros, un viejo
cabizbajo y meditabundo:
–¿Sabe usted cuanto tiempo me llevaría llegar a Vista Hermosa?
Aquel hombre, de expresión sencilla y pausada, se quedó pensando…
– ¡Pues depende de cómo camine usted, porque es pura subida” pero más o menos una hora! Señaló con su cuerpo, un cuerpo azotado por el cansancio de la edad que lo contemplaba sin rezagos.
–¿Sabe usted cuanto tiempo me llevaría llegar a Vista Hermosa?
Aquel hombre, de expresión sencilla y pausada, se quedó pensando…
– ¡Pues depende de cómo camine usted, porque es pura subida” pero más o menos una hora! Señaló con su cuerpo, un cuerpo azotado por el cansancio de la edad que lo contemplaba sin rezagos.
Posteriormente, y al llegar al desvío, el conductor de la camioneta se
detuvo para que me bajará, al pagarle el pasaje, me sugirió que en cuanto
encontrará la primera casa preguntará como llegar a la comunidad, porque podría
perderme ya que es la misma carretera que lleva al Aguacate. Así que me lleve
en la mente el claro mensaje de solidaridad que aquel hombre había reservado
para mí.
Caminando hacia mis propias sensaciones.
Caminaba llena de entusiasmo, pero después de unos minutos me sentía muy cansada, el acceso es por terracería, pero en buenas condiciones. Con el cansancio a cuestas y llena de sensaciones, me sentí extasiada, los colores del paisaje me llevaron a otra dimensión; el verde intenso del pasto armaba pixeles aumentados en mi mente; mi memoria retomaba viejas imágenes oxidadas y las conjugaba con las nuevas, las de colores intensos y brillantes, imágenes nuevas percibidas por mis ojos y que se quedarían como algo nuevo en la memoria.
Acompañada del aleteo de algunas mariposas amarrillas, pardas y negras,
sentía un sinfín de emociones; ellas jugueteaban conmigo, me alcanzaban, las
perdía de vista y así fue construyéndose mi travesía y mi experiencia. El canto
de los pájaros adornaron el silencio, por momentos me detenía y respiraba
profundo, hacía mucho tiempo que no caminada por un lugar tan solitario,
percibiendo cada sensación que me llenaba de alegría y cansancio.
Conforme
avanzaba, parecía que le agregaban cosas pesadas al bolso que llevaba, mi
cuerpo comenzó a agotarse y me lo reclamaba con justicia, miraba para
todos lados, buscando encontrar a alguien que me acompañará, pero no veía
nada más que la naturaleza y el sol brillando en todo su esplendor, así en esta
conjunción de sentires contradictorios avanzaba. Después de 40 minutos, por fin
encontré algo que me indicaba que estaba cerca el lugar que buscaba.
Observé
a lo lejos un campo de juegos muy amplio, seguí caminando, e inmediatamente
recordé las claras señales que me había dado aquel solidario hombre. Encontré
la primera casa, me acerque y con algo de dudas llamé a la puerta, pero sin
éxito alguno, pues los habitantes no estaban en casa.
A la llegada.
Sin pensarlo me decidí por uno de los caminos y a pocos metros pude ver un rótulo viejo hecho de madera, que colgaba de dos clavos oxidados, pero firmes, “Bienvenidos” decía abajito con letra mal trecha y se dejaba entrever la ubicación de la comunidad. Antes de llegar a las primeras casas, escuché a distancia el ladrido de los perros y el ruido ensordecedor de las ondas radiales mal emitidas por la escasa señal de radio, hacían eco en el aire, al unísono del cacaraqueo de las gallinas, que celebraban la aparición de un nuevo huevo en los gallineros.
Así, entre el silencio de las
montañas y colinas, el ladrido de los perros que anunciaban la llegada de una
advenediza, las ondas radiales mal emitidas de una vieja radio, y el cacaraqueo
de las gallinas, fue para aquel momento, una ver-
dadera llegada al lugar, difícil no guardarlo en la memoria, como un bien preciado.
dadera llegada al lugar, difícil no guardarlo en la memoria, como un bien preciado.
A lo lejos se ve una casita blanca, antes de llegar hasta ella me
detengo a preguntar por el encargado de la escuela.
–
¡Buenos
días señor! Saludé.
Aquel artesano, se encontraba tallando madera, con su cabeza inclinada hacia su propio cuerpo, no se inmutó, pero amablemente expresó:
–¡Siga usted derecho hasta llegar a la toma de agua, por ahí vive don Benito, él es el encargado de cuidar
la escuela.
Eché un vistazo rápido y concluí que era un lugar pequeño, las casas
están dispersas, me dio la impresión que era una especie de pueblo fantasma, un
pueblo olvidado por el tiempo, donde habitan pocas familias. Por esas fechas la
maleza cubre el paisaje y la visibilidad, los hogares están ocultos detrás de
los montes.
Conversación con la señora Noemí: Tejedora de esperanzas
Atravesé rápido, en busca de Don Benito, al llegar a su casa más bien me recibió la cara de furia de un perro guardián, que con un potente ladrido, me dejó paralizada.
Conversación con la señora Noemí: Tejedora de esperanzas
Atravesé rápido, en busca de Don Benito, al llegar a su casa más bien me recibió la cara de furia de un perro guardián, que con un potente ladrido, me dejó paralizada.
Minutos después seguía esperando a que alguien saliera para tranquilizar
al perro de grandes orejas, con vara en mano salió la señora Noemí vecina de
don Benito, la que le ordeno al perro que se retirará.
– ¡Pase usted¡ Me dijo la señora con voz tenue.
–Por favor, descanse en la hamaca.
Tan pronto como me senté pregunté por el señor Benito. La señora Noemí, contestó:
– Don Benito no se encuentra en la comunidad y va a tardar.
Sin embargo, ella ofreció su apoyo en caso de necesitarlo, le dije que quería conocer la escuela, ella con admiración me dijo ¿Le gusta nuestra escuelita?
Sin embargo, ella ofreció su apoyo en caso de necesitarlo, le dije que quería conocer la escuela, ella con admiración me dijo ¿Le gusta nuestra escuelita?
–
¡Es
bonita!, respondí, mientras ella preparaba una jícara con pozol para ofrecerme.
Continúa diciendo, con alegría notable:
–Pues ahorita es que se ve así porque cooperamos y la pintamos, es que iban a salir algunos niños de sexto y pues la verdad estaba muy triste. El maestro nos dijo que iba a comprar la pintura y entre todos lo íbamos a pintar, así que nos pusimos de acuerdo y le ayudamos al maestro con la cooperación. Como ve falta aún, es poquito, porque solo la fachada es que esta bueno. Expresa, fíjese usted, acá no ganamos mucho dinero y no podemos tener una escuela grande y bonita, esa escuelita nos ha costado mucho, porque hemos buscado ayuda pero siempre nos ponen pretextos para no ayudarnos, si no es un papel es otro, la cosa es que no se puede, mi comadre (la maestra Laurita) trabajó este año, pero cómo sufrió porque el piso era de tierra. Para que los niños estuvieran en cosa limpia, la pobre maestra, juntaba con sus manos el polvo, pero cuando llovía y entraba agua en el salón otra vez se descomponía.
– Pero, ¡Gracias a Dios! hace poquito vino alguien hacer su campaña y
pues aprovechamos para pedir ayuda para la escuela y nos regaló cemento, porque
vio como estaba esta escuelita, así es como le pusimos piso, pero la verdad le
falta bastante.
Sin pausa, sigue contando la afanada mujer:
–Por eso es que nosotros le agradecemos mucho a los dos maestros que tenemos, porque ellos vienen a sufrir aquí, y aun en estas condiciones nunca nos hacen menos al contrario nos animan a que trabajemos unidos por nuestra escuelita. Y aunque es humilde las criaturas no les importa ellos se van contentos, viera usted que en esa escuelita se han llevado cada susto, la otra vez en la viga estaba durmiendo una culebra, los niños se alborotaron pero como hay vecinos cerca rapidito llegaron a auxiliar.
–Acá se sufre mucho, porque hay familias que el único trabajo es la agricultura. Pero vamos pasando los días, mientras hayan maestros que nos quieran ayudar en la enseñanza de nuestros hijos acá los vamos a esperar, con el entendido que nosotros no le podemos ofrecer más que nuestra pobreza y nuestras esperanzas.
Mientras me tomaba el pozol la escuche atenta, los gestos que acompañaban sus palabras me parecían signos de resignación, pero parcialmente, porque sus esperanzas fueron las que dibujaron en mi rostro una sonrisa, de esas sonrisas que sólo aparecen cuando la satisfacción de estar bien se siente en la totalidad de nuestro cuerpo. En ese momento, intente decirle que era la nueva maestra, pero preferí guardar silencio, quería llenarme de las palabras de Doña Noemí, su sencillez, su ternura, su sincero acogimiento que desde ese instante me hizo sentir parte de la comunidad.
El sentido de la travesía: la escuela, un espacio de esperanzas y propuestas
Me apresuré a terminar el pozol para ir a la escuelita, y la señora Noemí me pregunta:
–¿Quiere usted tomar sus fotos?, ¿Es usted autoridad? ¿Viene de algún programa del gobierno?, la voy a acompañar, declaró incisivamente la señora. No vaya a ser que la pueda espantar algún animal, porque ahorita en el camino hay mucho monte.
Nos dirigimos hacia la casita blanca que había visto a mi llegada, cuando la tuve enfrente me di cuenta que más que un salón de clases; para doña Noemí y los habitantes la escuela representa esperanza y sueños, la esperanza de que algún día de esa humilde escuelita puedan salir grandes profesionistas.
–La fachada es lo único bueno, dijo doña Noemí.
Pensé para mí misma: ¡Tiene razón! el interior del aula muestra toda la carencia material que tienen, el olvido y la frialdad que muestran nuestras autoridades educativas se reflejan en estas paredes construidas con láminas oxidadas por el tiempo. Pero también el aula representa todas las experiencias pedagógicas, de esfuerzos cotidianos, deseos, mundos que se gestan, propuestas que se construyen. Así con esa contradicción a cuestas y la precariedad, parada en el patio de esta humilde escuelita, me despedí de la señora Noemí y guardé en mi mente sus acertadas y profundas palabras: “Seguiremos trabajando, mientras hayan maestros que quieran ayudarnos”.
Cada paso que daba me alejaba de la casita blanca y me acercaba
contradictoriamente a la esperanza y el esfuerzo de muchos. Aquél es un espacio
repleto de tanto, tantas historias por contar, experiencias por aprender, como
la de la señora Noemí, tanto por visibilizar, propuestas por plantear. Y
entonces el llegar a un lugar nuevo se convierte en una travesía que se teje
todos los días al escuchar, narrar, aprender y educar.
Narrativa Profesora Luvia Chiapas/2015. Coord. Adan Morgan Colectivo 43 x 43 Serie 1. De las Condiciones de nuestras escuelas.
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