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miércoles, 12 de agosto de 2015

La libertad, un nombre, una posibilidad humana Ania



Tengo tres preocupaciones, objetó la maestra Anastacia. Tengo tres maneras de decir lo que por deber, quiero decirles: por un lado, mi coraje, por el otro, parte de mi historia de vida y por último, la responsabilidad de mi quehacer docente.

 Así que en la parte de mi coraje, les tengo que contar, cuando me invitaron a ser parte de este proyecto, a escribir sobre mi experiencia como profesora y escribir sobre las carencias que hay en las escuelas donde laboramos, la verdad, me invadieron las ganas desenfrenadas de expresarme. Necesito sacar todo mi coraje, el coraje en contra de un sistema educativo que utiliza las palabras para manipular y hacer creer cosas.

Tengo que confesar que en realidad, hace poco quise criticar a las autoridades, entre ellos a los supervisores que muchas veces tienen un cargo que no merecen; también quise criticar a mis compañeros, a quienes he conocido en distintas instituciones y que me han dejado un mal sabor de boca por el conformismo y fatalismo con el que actúan. Pero afortunadamente no lo hice, y digo afortunadamente, porque ahora pienso que estaba cargándoles a los demás la responsabilidad y dejaba de preocuparme por la mía, la que me compete, algo así como “quien mira la paja en el ojo del otro,  pero no se da cuenta que una viga atraviesa los suyos”.

Y es que estos dichos que parecen cotidianos contienen todo un aprendizaje para nuestra vida, porque son el reflejo de nuestra humanidad, de la manera en la que nos relacionamos con los otros. Casi siempre es más fácil criticar, pero no mirar hacia nosotros mismos, hacer primero una mirada interior.

Parece que se nos ha enseñado primero a mirar en el otro lo malo, evaluar, evaluar si el otro es distinto como si buscáramos en ese otro, lo malo, lo que no nos gusta de nosotros, algo así como buscando encontrar en ellos la anormalidad para sentirnos normales nosotros. Por eso quiero hablar de mí, de mi compromiso, prefiero hacerlo de esta forma, valorando lo que soy como profesora, dejando las cosas materiales, para pensar por un momento en la responsabilidad que hoy me interpela como ser humano, como persona, como Ania, esa mujer que se puede ver día a día en todos los rostros de los niños, porque esta vida que comparto con mis niños en las comunidades me trasciende al mirarme en ellos.

Me  trasciende, porque parece que la vida no pasa, por-que soy una más de ese vivir la cotidianidad, de estos pueblos, de estas comunidades, de estas fronteras de lucha. Porque al igual que mis niños, alguien más, una profesora, un amigo, una madre pusieron una luz en mis ojos para seguir creyendo en mis sueños, esos sueños que parecía que atravesaban las montañas que rodeaban mi comunidad. En cuanto a mi historia de vida, de lo que estoy hecha, lo que me constituye, quiero mencionar que soy una profesora indígena, maestra, madre de tres hijos que crecieron y siguen creciendo lejos de mí, tres hijos que cada fin de se-
mana esperan con paciencia admirable tener la posibilidad de tener y ver a la madre-profesora. Esa madre-profesora, que deja la vida con ellos, la que aprieta los puños, la que siente un nudo en la garganta cada vez que se marcha.

Soy la madre-profesora que ha visto crecer tres generaciones de niños en escuelas distintas y de distinta forma, tres generaciones que me han obligado al abandono de mis propios hijos, con el objetivo de entregar mi vida a otros niños que también me necesitan. Yo no sé si tenga que ser así, si es ley de la vida en la educación  la formación de seres humanos, un principio que debe prevalecer en todo acto pedagógico: educar con amor, educar con responsabilidad, educar como si fueran hijos propios, educar amando porque esperas que así traten y amen a los tuyos.

Con esa idea empiezo mis clases todos los días, con una sonrisa, con una palabra de aliento, con un abrazo, con una mirada franca, con amor, porque así quiero que traten a  mis hijos, porque así como se sienten felices mis niños quiero que los míos se sientan. Llevo conmigo la esperanza de que también mis hijos, donde se encuentren, estén recibiendo no sólo conocimiento, sino respeto, amabilidad, amor, tolerancia y sobre todo, que se les esté mirando de frente, con franqueza.

La escuela es más que cuatro paredes, es un espacio de acogimiento, un lugar donde los niños también esperan y buscan en nosotros un acto de amor, un acto esperanzador. Esperan a que nosotros las maestras y maestros creamos en ellos y seamos ese puente que les permita crecer con confianza. Hacer escuela, hacer educación es hacer en el otro lo que esperamos en nosotros, es acogimiento, en resumen, lo señala Lévinas “El otro, en su rostro, se me aparece de frente, cara a cara. El rostro es presencia no de una
imagen, sino de una palabra. En el sustrato de la idea de infinito
se encuentra la ética. La ética no comienza con una pregunta, sino como una respuesta a la demanda del otro hombre. Una responsabilidad que no se fundamenta ni se justifica en ningún compromiso
previo sino que es la fuente de todo pacto y de todo contrato. La responsabilidad, entonces, es la condición de la libertad, es una responsabilidad anterior a todo compromiso libre.

Esto quizá es esperanzador, una posibilidad que llevo no sólo en el corazón, sino en mis actos cotidianos con mis niños.
Dicen por ahí que la esperanza nace todos los días, surge como la luz en la oscuridad que teje la guarida de los sueños donde las mariposas sonríen y lloran dulcemente. Dicen por ahí que en la esperanza muere el último aliento.  La esperanza puede ser para algunos el refugio de los tontos, pero para otros es el espacio de lo posible, el lugar donde nada se desvanece, el sitio donde los sueños se funden con la realidad. Los habitantes de La Libertad, Municipio de las Margaritas, Chiapas, bien lo saben, pues la esperanza es el pan de todos los días, es el aliciente de los viejos para seguir viviendo, la utopía de los jóvenes para continuar avanzando y la luz de los ojos de los niños que quieren seguir aprendiendo. Aquí la vida es dura, somos una síntesis, como muchas otras síntesis de la podrida realidad de este país. Ya nada alcanza, nada ajusta, la comida se hace poca y el hambre engrandece, la tortilla se hace menos, el café escasea, la salud disminuye, el cuerpo se enjuta, la tierra se llaga, las lágrimas se secan. Aun así,  la esperanza despunta todos los días al poniente: en los ojos del jornalero que va a la milpa; en los ojos de la madre que despierta a los hijos y que divide la comida para que alcance; en los ojos de los niños que entre risas y juegos construyen esa misma posibilidad de creer que hay algo me-
jor. Sí, todo suena a utopía, la esperanza a veces no sirve de nada, pero en ocasiones es el único recurso que queda para seguir caminando. Aquí, en el ejido la Libertad, la esperanza es posibilidad.

Actos
 cotidianos como leer y escribir significan mundos de posibilidades. La llegada de la escuela primaria bilingüe “Juan Aldama” fue una luz que dio esperanza a padres, abuelos y niños tojolabales que guardaban en el corazón la ilusión de aprender a leer y  escribir. En las ciudades o en las zonas más urbanizadas la construcción de una escuela significa un acto cotidiano que no tiene mayor trascendencia, pero en este México surrealista, como lo mencionó André Bretón allá por 1938, en este México de contrastes, la fundación de una escuela en un páramo remoto, significa todo, significa la posibilidad de salir adelante.

La simple llegada de la escuela y de la  maestra se convirtió en el acto-motor de la vida de la comunidad, pues la figura del profesor en algunos lugares no se reduce a la simplista idea de ser quien enseña, el maestro aquí es también utopía. Además de educar y enseñar es quien guía, colabora. Es ejemplo a seguir, porque sus enseñanzas siembran una luz de esperanza para salir de la pobreza. Recuerdo que yo llegué a La Libertad con un montón de sueños dentro de mis bolsillos, llegué como aquel que llega a un lugar sin saber qué le espera. Llegué a lo desconocido, siendo una desconocida, me convertí en fundadora “sin querer” de la esperanza de los niños que hoy son “mis niños”.

Recuerdo que el primer día de clases, los habitantes del pueblo madrugaron para preparar a sus niños y llevarlos a la escuela, una escuela construida únicamente con un salón improvisado, hecho con varas y techo de pasto, sin paredes, porque al gobierno sólo le alcanzó el presupuesto para la construcción de las aulas, -qué ironía que a una ramada le llamen aula-, sin embargo a pesar de la precariedad de la construcción, la alegría del pueblo entero no se podía ocultar. Así seguí trabajando, haciendo “escuela” con los niños y los padres, porque la escuela la hacemos todos, los niños, las niñas, el maestro. La escuela no es el sitio en donde se llevan a cabo los actos pedagógicos, ahora lo entiendo mejor, la es-cuela es el momento, son momentos de enseñanza y aprendizaje, de forma dialéctica, que se convierten en espacios de interacción, no importa donde se esté. Con respecto a mi trabajo, la didáctica de mi quehacer, debo decir que en La Libertad mi trabajo no se reduce sola-mente a ser maestra.

He fungido en muchos momentos también como gestora, médica, ingeniera, arquitecta, secretaria y vocera de la comunidad ante las autoridades. Me gusta pensar que más que un trabajo, soy gestora de los procesos comunitarios y que eso también es hacer escuela. A pesar de las múltiples actividades que pueden surgir en la comunidad, jamás se deja de enseñar a los niños, algunas veces se dan clases extras en las tardes, para que los niños avancen en el aprendizaje. Para ello se utilizan los libros de texto adaptando las actividades al contexto propio, los materiales en consonancia son objetos comunes, reconocidos como propios de la comunidad,  con el objetivo de que los niños logren comprender los temas que se abordan en clase y con la esperanza de que el niño o la niña, el día de hoy, aprenda algo nuevo.

En este México surrealista, en Chiapas, las autoridades educativas gastan la voz en discursos anacrónicos sobre “calidad educativa” “reformas estructurales” “infraestructura” sometiendo al pueblo a su antojo, creyendo que los discursos nos conforman, pero no es así. La calidad educativa por ejemplo no se refiere a tener los mejores salones con aire acondicionado, sillas acojinadas, piso de alfombra, grandes ventanas o los mejores equipos de cómputo, el servicio de internet, en pocas palabras a mejorar la infraestructura, aunque en los discursos oficiales se pondere lo anterior.

La calidad educativa es mucho más, pues más que con-
centrarse en la infraestructura, que no es cosa menor, debería haber una preocupación por el reconocimiento de las competencias que tienen los maestros. Los maestros se acomodan a cualquier contexto, saben analizar, reflexionar y resolver problemas cotidianos y sobre todo  aprender en el laboratorio de la vida, con el contacto, con la naturaleza. Para nosotros, vivir en la comunidad es aprender a resolver, pues  ahí, en los actos simples de la vida es donde se puede encontrar siempre la posibilidad de sembrar una semilla para el futuro.

Como maestra sé que mi responsabilidad es formar para la vida; formarse de manera consciente, crítica, analítica, respetando la cosmovisión y cosmogonía propia de cada contexto, esa es mi encomienda diaria. Mi tarea es enseñar-aprender, ver-oír, denunciar, seguir contribuyendo a la formación de mis niños desde esta frontera. Sé también que es indignante que al maestro se le achaque toda la responsabilidad en los fallos del sistema educativo.

La calidad de la infraestructura educativa es tarea del gobierno quien es el responsable de administrar los recursos para la educación del país, estados y municipios. Por ello, me sumo a las exigencias de los padres, madres de familia, alumnos y maestros para que cada quien asuma la responsabilidad que le corresponde con compromiso. Ya no es posible que el gobierno  no cumpla con el equipamiento de las escuelas inmersas en las comunidades rurales e indígenas más marginadas de nuestro estado. Carecen de infraestructura adecuada para los alumnos, quienes son totalmente capaces de generar conocimiento y que son la esperanza de nuestro México.

Yo sé que mis niños, mis niñas, ya no quieren ser vistos como entes lejanos sin futuro, inferiores, incapaces. Yo sé que mis niños y niñas sueñan con un mañana, sueñan con una escuela digna, en mejores condiciones, sueñan con volar más allá de lo conocido, sueñan con ser visibles. Sí, la esperanza es su refugio que se tiñe de colores en sus dibujos y se manifiesta desde sus dulces voces. La esperanza se refleja en sus ojos y nuestra obligación es levantar la voz con ellos, ¡desde nuestras fronteras, desde nuestros lugares, desde nuestros compromisos!

Narrativa Profesora Ania Chiapas/2015. Coord. Adan Morgan Colectivo 43 x 43 Serie 1. De las Condiciones de nuestras escuelas.
SERIE-1-NUM.17 La libertad, un nombre, una posibilidad humana.pdf


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