Maestra Jubilada de la Habana Cuba
“…Piensa en los innumerables niños que , más o
menos a esa misma hora, van a la escuela en todos los países; míralos con la
imaginación cómo van por las callejuelas solitarias de la aldea, por las
concurridas calles de la ciudad, a lo largo de la orilla del mar y de los
lagos, bajo un sol ardiente o entre la niebla, embarcados en los países
cruzados por canales, a caballo a través de las grandes llanuras, en trineos
sobre la nieve, por valles y por colinas, a través de los bosques y los
torrentes, subiendo por los solitarios senderos de las montañas, solos, por
parejas, en grupos, formando largas filas, todos con los libros bajo el brazo,
vestidos de mil modos, hablando infinidad de lenguas…”
Así describe
Edmundo de Amicis, en su hermoso
libro “Corazón”, el movimiento que se produce cada día, en cada rincón del
planeta, cuando un enorme ejército de niños va hacia la escuela,
movimiento que representa el progreso,
la esperanza y la gloria del mundo.
Comienzo mis memorias con este bello fragmento,
porque viniendo de una geografía y
circunstancias totalmente diferentes, también
como ustedes, acogí en mi seno a
cientos y cientos de esos niños que acuden a la escuela a forjarse un
porvenir.
Vengo de un lugar donde las cálidas aguas del
Caribe bañan el litoral y un intenso verdor recorre de un extremo a otro, a esa hermosa isla a la que todos llaman
Cuba.
Nací cuatro años antes de que triunfara la
Revolución Cubana, encabezada por Fidel Castro .Vivía en La Sierra Maestra, precisamente
el lugar donde se gestaran las luchas
guerrilleras. Allí, como en todas las zonas rurales del país, no existían
escuelas, por lo que la mayoría de su población era analfabeta.
En 1959, cuando triunfa la Revolución, comienza una
ardua Campaña de Alfabetización en todo el país. Mi madre , que apenas sabía
leer y escribir, comienza a asistir a una escuela nocturna que acogía a obreros
y campesinos, con el fin de alcanzar el
sexto grado de la primaria. Ella, madre de siete hijos, sirvió de inspiración a
cada uno de nosotros.
Afortunadamente, se construyó en mi pueblo una
hermosa escuela, a la que enviaron magníficos maestros formados en la ciudad.
Eran mis maestros como dioses venidos del Olimpo, y mi escuelita, el rincón más
hermoso del que nunca quería apartarme. Allí comencé a soñar.
En el año 1966, llegaron a mi pueblo varias becas
para niñas campesinas. Irían a estudiar a la capital: La Habana. Yo, ni corta
ni perezosa, con sólo once años, ya estaba sentada en el autobús, entre las
primeras para estudiar en la capital.
Quedé deslumbrada al llegar a aquella hermosa e
iluminada ciudad, tan diferente al terruño que me había visto crecer.
Mi gran sueño había sido siempre estudiar ballet clásico.
De niña, envolvía mis pequeños pies en trapos y danzaba en puntillas hasta
lastimarme los dedos. Quería ser como Alicia Alonso, nuestra prima bailarina.
Pensé que estando en La Habana, estaba al borde de lograr mi sueño. Ni siquiera
había pensado en lo tarde que era para mí, pues es una carrera que comienza
desde muy temprana edad.
Un día llegaron con ofertas de estudios, pero sólo nos propusieron el magisterio. Sentí
derrumbarse mi castillo de naipes y me dije:” Adiós zapatillas”. Pero nos explicaron de la
necesidad que tenía el país, que no había maestros y muchos niños y jóvenes
esperaban ansiosos la oportunidad de aprender. Pensé en mi madre y en lo que
habían cambiado nuestras vidas, entonces…¿ por qué no ayudar a otros como lo
hicieron con nosotros? No lo pensé mucho y mi respuesta fue afirmativa.
Habiendo terminado apenas el sexto grado,
comencé a estudiar la carrera de maestra
primaria. Poco a poco me fui enamorando de lo que hacía. Amaba enseñar y los
niños alegraban mi vida.
Quería seguirme superando; quería ir a la
universidad, pero mi bajo nivel académico no me lo permitía. No había otros
estudios superiores para maestros. Me sentía algo frustrada, pues ansiaba
continuar aprendiendo. Matriculé entonces en la Alianza Francesa y aprendí esa
hermosa lengua durante cinco años. Luego estudié en un curso de Diseño y
Propaganda.
Un día, cuando ya tenía veintisiete años y una hija, apareció por fin la ansiada
oportunidad de realizar estudios superiores en la universidad. Se creó la
Licenciatura en Educación Primaria para maestros. Sentí gran regocijo, pero
ahora tenía más años y menos tiempo. Primero tuve que hacer dos años de
preparación y luego seis de la carrera. Así es que sumaron ocho años para
terminar la licenciatura, ahora con dos hijas. Trabajaba durante el día y
acudía a la universidad en las noches, y conmigo mis pequeñas hijas, que a
veces recitaban las clases que escuchaban a mis profesores.
En estos momentos estoy jubilada. Vivo en México
donde cuido a mi pequeño nieto de cuatro años que se ha convertido en mi nuevo
discípulo.
Comparto con ustedes , educadores mexicanos, el mismo orgullo de ser maestra de las nuevas
generaciones, que es, sin duda alguna,
la más bella profesión que haya existido jamás. Y no me arrepiento de haber
cambiado mis zapatillas de ballet por un pizarrón. Aunque no me convertí en
bailarina, sí les aseguro que mis pies se mueven al compás de cualquier
ritmo musical, sin dejar de ser por ello:
Una maestra.
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