Roberto Ampuero, un personaje de la literatura y de la diplomacia chilenas, constituye sin dudas un hombre más que preparado para hablar de la situación que el poderoso movimiento estudiantil de su país ha generado con la exigencia de educación libre y gratuita. Con la aparición de la carismática dirigente Camila Vallejo, no sólo se puso en jaque el gobierno conservador de Sebastián Piñera, sino también se ha evidenciado un asunto que compete a casi todos los países occidentales: ¿Deben los gobiernos pagar la educación superior a todos sus gobernados? De esta situación y de la grata salida en México de su reciente novela, El último tango de Salvador Allende, habla en una entrevista exclusiva para Sin Embargo.
“En Chile estamos muy orgullosos de la transición democrática que hemos vivido recientemente. Se trató de un acontecimiento político de enorme trascendencia y que se llevó a cabo con mucha estabilidad”, dice el escritor y embajador de Chile en México, nacido en Valparaíso en 1953.
Se trata de un discurso destinado a justipreciar el estado de un país que, para bien o para mal, ha logrado llamar la atención en el consenso internacional, una vez porque toda la nación se volcó al salvataje de 33 mineros condenados a la muerte segura, otra porque los estudiantes liderados por la mediática y bella Camila Vallejo, puso en vilo el cotidiano transcurrir del gobierno encabezado por el conservador Sebastián Piñera.
Ampuero, quien le ha restado tiempo a su agitada agenda diplomática para presentar la novela El último tango de Salvador Allende, la decimotercera en su exitosa carrera literaria, se ufana también de que en su país “el ingreso per cápita es el mayor de América Latina; somos, además, los mayores inversionistas en la región, estamos orgullosos de nuestra economía, que es la más abierta del mundo después de Singapur”.
A propósito del movimiento estudiantil que atenaza el gobierno al que representa, Ampuero considera que se trata de un estado de las cosas “muy interesante”, fundamentalmente porque los jóvenes estudiantes chilenos “pertenecen a una clase media con mucho poder, que tiene muy claro que la movilidad social sólo se consigue a través de la educación”.
En dicho contexto, asegura el escritor y diplomático, “hay sectores que se sienten agobiados porque tienen que financiar la educación para sus hijos. En Chile se paga la educación superior. Si tienes un solo hijo, muy bien, pero si tienes dos o tres, las cosas se complican”, afirma en entrevista.
-Es que esa es la cuestión central. El fondo del dilema, digamos. Hay diferencias de criterios con el movimiento estudiantil y hay que aceptar y destacar esto. El gobierno y muchos sectores de la oposición piensan que Chile, por su condición económica, no puede financiarle la educación a todo el mundo. Lo que sí se ha hecho con las reformas que en estos momentos se implementan en mi país, es que el 40 por ciento más pobre de aquellos que están en la universidad, tenga financiamiento. Por supuesto, con talento y empeño demostrados, la idea es que esta gente no quede afuera de la educación por una cuestión de bolsillo. También hay que decir que no es justo que Chile financie la educación a la gente de la clase media alta.
-¿Por qué?
-Porque Chile necesita destinar esos recursos a otros problemas como la salud y la vivienda de las clases populares. Los gobiernos en realidad son administradores de la escasez. Nunca hay dinero suficiente para todo, por eso hay que establecer prioridades.
-¿Cómo es en su caso?
-Bueno, por el nivel de ingresos que tengo, estoy convencido de que debo pagar la educación de mis hijos. Es mucho más justo que esos recursos se los ahorre el Estado chileno y vayan a parar, por ejemplo, a la construcción de enfermerías en zonas pobres. Ese es el tema. El propio sistema asistencial europeo está en crisis…
-¿Es buena la relación México-Chile?
-Es muy buena. Hay un tratado de libre comercio en activo y está muy afinada la relación entre los dos países. Tenemos un intercambio comercial bastante fuerte que va a seguir creciendo y que ahora llega a los cuatro mil 500 millones de dólares. Estamos además en la Alianza de Comercio del Pacífico, que trata de articular las economías de México, Colombia, Perú y Chile para tratar de entrar con más fuerza en Asia.
El último tango de Salvador Allende inicia el día en que el mandatario chileno se dirige a palacio. Rufino, asistente personal del presidente, viejo compañero de un taller anarquista, gran amante del tango, escribe en un cuaderno escolar la historia de la tragedia que se avecina.
El también autor de Los amantes de Estocolmo y El caso Neruda, entre otros, describe por medio de la ficción el último día del mandatario que se suicidó en el Palacio de la Moneda, mientras era cercado por los militares comandados por Augusto Pinochet.
-¿Cómo fue construyendo el Allende que baja a la tierra en El último tango de Salvador Allende?
A mí y a casi toda mi generación nos marcó mucho Salvador Allende. Mi primera conciencia política se generó a través de los discursos del ex presidente, mi primera militancia política y la única que tuve fue motivada por su mensaje político, mi exilio posterior durante la dictadura, también. Entonces, llega un momento en que uno dice: ¿Cómo era ese hombre que me marcó tanto?, pero no el hombre de los discursos, sino el de la vida íntima cotidiana, y ese es el hombre que me interesaba buscar, a través de la ficción. La novela lleva apenas unas semanas desde que salió y es el libro más solicitado en Chile, lo que demuestra que no es el tema de Allende lo que está agotado, sino la forma en que se ha elegido antes para narrarlo.
-¿Cómo es la sombra, alargada o escueta, de Salvador Allende en las nuevas generaciones chilenas?
-Pienso que es un fenómeno complejo y amplio. Su figura tiene una gran diversidad de significados. La política latinoamericana y la mundial están en crisis. Hay un escepticismo generalizado. En dicho contexto, el ex presidente chileno emerge como un hombre honesto que fue capaz incluso de dar su vida por sus convicciones, equivocado o no, cuya figura en ese sentido crece cada día. Creo, además, que los íconos nacionales no tienen colores partidarios, le pertenecen a la Nación y se constituyen en figuras que son discutidas en forma permanente.
-¿Allende se suicidó en La Casa de la Moneda en 1973?
-Sí, los médicos que lo acompañaban dieron esa versión desde el principio. Es la misma visión que tiene la familia de Allende. Hace poco, sin embargo, la familia pidió que se hiciera una última investigación sobre sus restos y lo que se comprobó es que efectivamente había cometido suicidio. Aunque el tema real es preguntarse si sigue vivo o no. La respuesta para mí es que sí. Su planteamiento, su pensamiento político, sus sueños, por decirlo así, siguen inspirando a mucha gente, de diverso tono político. Creo que la buena recepción que ha tenido la novela está dada por el hecho de que cuando uno vive una situación extrema como la que atravesó Salvador Allende el día final, no hay espacio para el análisis político. Nuestra memoria trabaja también así: con sentimientos, no con sistemas analíticos.
-¿Cómo describiría a Salvador Allende en relación con su libro? Me refiero a esta relación con el tango, con la nostalgia…
-Salvador Allende perteneció a la clase alta chilena, a la clase acomodada. Tuvo una vida bastante aburguesada, aunque luego la dedicó a las clases populares. El personaje Rufino es, en cierto modo, la representación del pueblo en mi novela. Entre otras cosas le dice, usted cree en las utopías y yo en el plato de sopa que tengo que llenar mañana. Es Rufino el que quiere enseñar al presidente a bailar tango, un ritmo del pueblo que
estuvo marginado. Allende lo intenta, pero no es un bailarín nato. En ese sentido, el tango aparece como filosofía. Los capítulos cortos y las frases precisas tienen que ver con mi formación periodística, las citas que ilustran cada capítulo de la novela están relacionadas por un lado con la nostalgia de Rufino, el asistente de Allende, un gran amante del tango y por el otro con la música que le gustaba a David, el agente de la CIA que regresa al país que ayudó a desestabilizar.
El último tango de Salvador Allende es la decimotercera en su carrera literaria de Roberto Ampuero, el autor más leído en Chile, luego de Isabel Allende, la autora de La casa de los espíritus. Su obra ha sido traducida a más de 12 idiomas.
El diplomático dice: “Ahora no puedo escribir ni una página al día, pero los escritores tenemos siempre una mochila en la que vamos guardando historias para poder rescatarlas cuando haya tiempo”.
“En Chile estamos muy orgullosos de la transición democrática que hemos vivido recientemente. Se trató de un acontecimiento político de enorme trascendencia y que se llevó a cabo con mucha estabilidad”, dice el escritor y embajador de Chile en México, nacido en Valparaíso en 1953.
Se trata de un discurso destinado a justipreciar el estado de un país que, para bien o para mal, ha logrado llamar la atención en el consenso internacional, una vez porque toda la nación se volcó al salvataje de 33 mineros condenados a la muerte segura, otra porque los estudiantes liderados por la mediática y bella Camila Vallejo, puso en vilo el cotidiano transcurrir del gobierno encabezado por el conservador Sebastián Piñera.
Ampuero, quien le ha restado tiempo a su agitada agenda diplomática para presentar la novela El último tango de Salvador Allende, la decimotercera en su exitosa carrera literaria, se ufana también de que en su país “el ingreso per cápita es el mayor de América Latina; somos, además, los mayores inversionistas en la región, estamos orgullosos de nuestra economía, que es la más abierta del mundo después de Singapur”.
A propósito del movimiento estudiantil que atenaza el gobierno al que representa, Ampuero considera que se trata de un estado de las cosas “muy interesante”, fundamentalmente porque los jóvenes estudiantes chilenos “pertenecen a una clase media con mucho poder, que tiene muy claro que la movilidad social sólo se consigue a través de la educación”.
En dicho contexto, asegura el escritor y diplomático, “hay sectores que se sienten agobiados porque tienen que financiar la educación para sus hijos. En Chile se paga la educación superior. Si tienes un solo hijo, muy bien, pero si tienes dos o tres, las cosas se complican”, afirma en entrevista.
-Es que esa es la cuestión central. El fondo del dilema, digamos. Hay diferencias de criterios con el movimiento estudiantil y hay que aceptar y destacar esto. El gobierno y muchos sectores de la oposición piensan que Chile, por su condición económica, no puede financiarle la educación a todo el mundo. Lo que sí se ha hecho con las reformas que en estos momentos se implementan en mi país, es que el 40 por ciento más pobre de aquellos que están en la universidad, tenga financiamiento. Por supuesto, con talento y empeño demostrados, la idea es que esta gente no quede afuera de la educación por una cuestión de bolsillo. También hay que decir que no es justo que Chile financie la educación a la gente de la clase media alta.
-¿Por qué?
-Porque Chile necesita destinar esos recursos a otros problemas como la salud y la vivienda de las clases populares. Los gobiernos en realidad son administradores de la escasez. Nunca hay dinero suficiente para todo, por eso hay que establecer prioridades.
-¿Cómo es en su caso?
-Bueno, por el nivel de ingresos que tengo, estoy convencido de que debo pagar la educación de mis hijos. Es mucho más justo que esos recursos se los ahorre el Estado chileno y vayan a parar, por ejemplo, a la construcción de enfermerías en zonas pobres. Ese es el tema. El propio sistema asistencial europeo está en crisis…
-¿Es buena la relación México-Chile?
-Es muy buena. Hay un tratado de libre comercio en activo y está muy afinada la relación entre los dos países. Tenemos un intercambio comercial bastante fuerte que va a seguir creciendo y que ahora llega a los cuatro mil 500 millones de dólares. Estamos además en la Alianza de Comercio del Pacífico, que trata de articular las economías de México, Colombia, Perú y Chile para tratar de entrar con más fuerza en Asia.
EL ÚLTIMO TANGO DE SALVADOR ALLENDE
Al decir de Nietzsche, el Salvador Allende que da sustancia a la reciente novela de Roberto Ampuero es “humano, demasiado humano” y con la que quiso acercarse al hombre que lo marcó con sus discursos, cuando el escritor era apenas un muchacho proveniente de la clase alta y que aprendió gracias al ex presidente derrocado por los militares en 1973, a preocuparse por los pobres.El último tango de Salvador Allende inicia el día en que el mandatario chileno se dirige a palacio. Rufino, asistente personal del presidente, viejo compañero de un taller anarquista, gran amante del tango, escribe en un cuaderno escolar la historia de la tragedia que se avecina.
El también autor de Los amantes de Estocolmo y El caso Neruda, entre otros, describe por medio de la ficción el último día del mandatario que se suicidó en el Palacio de la Moneda, mientras era cercado por los militares comandados por Augusto Pinochet.
-¿Cómo fue construyendo el Allende que baja a la tierra en El último tango de Salvador Allende?
A mí y a casi toda mi generación nos marcó mucho Salvador Allende. Mi primera conciencia política se generó a través de los discursos del ex presidente, mi primera militancia política y la única que tuve fue motivada por su mensaje político, mi exilio posterior durante la dictadura, también. Entonces, llega un momento en que uno dice: ¿Cómo era ese hombre que me marcó tanto?, pero no el hombre de los discursos, sino el de la vida íntima cotidiana, y ese es el hombre que me interesaba buscar, a través de la ficción. La novela lleva apenas unas semanas desde que salió y es el libro más solicitado en Chile, lo que demuestra que no es el tema de Allende lo que está agotado, sino la forma en que se ha elegido antes para narrarlo.
-¿Cómo es la sombra, alargada o escueta, de Salvador Allende en las nuevas generaciones chilenas?
-Pienso que es un fenómeno complejo y amplio. Su figura tiene una gran diversidad de significados. La política latinoamericana y la mundial están en crisis. Hay un escepticismo generalizado. En dicho contexto, el ex presidente chileno emerge como un hombre honesto que fue capaz incluso de dar su vida por sus convicciones, equivocado o no, cuya figura en ese sentido crece cada día. Creo, además, que los íconos nacionales no tienen colores partidarios, le pertenecen a la Nación y se constituyen en figuras que son discutidas en forma permanente.
-¿Allende se suicidó en La Casa de la Moneda en 1973?
-Sí, los médicos que lo acompañaban dieron esa versión desde el principio. Es la misma visión que tiene la familia de Allende. Hace poco, sin embargo, la familia pidió que se hiciera una última investigación sobre sus restos y lo que se comprobó es que efectivamente había cometido suicidio. Aunque el tema real es preguntarse si sigue vivo o no. La respuesta para mí es que sí. Su planteamiento, su pensamiento político, sus sueños, por decirlo así, siguen inspirando a mucha gente, de diverso tono político. Creo que la buena recepción que ha tenido la novela está dada por el hecho de que cuando uno vive una situación extrema como la que atravesó Salvador Allende el día final, no hay espacio para el análisis político. Nuestra memoria trabaja también así: con sentimientos, no con sistemas analíticos.
-¿Cómo describiría a Salvador Allende en relación con su libro? Me refiero a esta relación con el tango, con la nostalgia…
-Salvador Allende perteneció a la clase alta chilena, a la clase acomodada. Tuvo una vida bastante aburguesada, aunque luego la dedicó a las clases populares. El personaje Rufino es, en cierto modo, la representación del pueblo en mi novela. Entre otras cosas le dice, usted cree en las utopías y yo en el plato de sopa que tengo que llenar mañana. Es Rufino el que quiere enseñar al presidente a bailar tango, un ritmo del pueblo que
estuvo marginado. Allende lo intenta, pero no es un bailarín nato. En ese sentido, el tango aparece como filosofía. Los capítulos cortos y las frases precisas tienen que ver con mi formación periodística, las citas que ilustran cada capítulo de la novela están relacionadas por un lado con la nostalgia de Rufino, el asistente de Allende, un gran amante del tango y por el otro con la música que le gustaba a David, el agente de la CIA que regresa al país que ayudó a desestabilizar.
El último tango de Salvador Allende es la decimotercera en su carrera literaria de Roberto Ampuero, el autor más leído en Chile, luego de Isabel Allende, la autora de La casa de los espíritus. Su obra ha sido traducida a más de 12 idiomas.
El diplomático dice: “Ahora no puedo escribir ni una página al día, pero los escritores tenemos siempre una mochila en la que vamos guardando historias para poder rescatarlas cuando haya tiempo”.
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