Qué reclamar al capitalismo neoliberal en crisis
2012-08-10
La
crisis del neoliberalismo ha alcanzado el corazón de los países centrales que se
arrogaban el derecho de conducir no solo los procesos económico-financieros sino
también el propio curso de la historia humana. Es la crisis de la ideología
política del estado mínimo y de las privatizaciones de los bienes públicos, pero
también del modo de producción capitalista exacerbado en extremo por una
concentración de poder como nunca antes se había visto en la historia. Estimamos
que esta crisis tiene carácter sistémico y terminal.
El
genio del capitalismo siempre ha encontrado salidas para su propósito de
acumulación ilimitada. Para eso ha usado todos los medios, inclusive la guerra.
Ganaba destruyendo y ganaba reconstruyendo. La crisis de 1929 se resolvió no por
la vía de la economía sino por la vía de la Segunda Guerra Mundial. Ese recurso
parece ahora impracticable, pues las guerras son tan destructivas que podrían
exterminar la vida humana y gran parte de la biosfera. Pero no estamos seguros
de que, en su insania, el capitalismo no use este medio.
Esta
vez surgen dos límites insuperables, lo que justifica decir que el capitalismo
está concluyendo su papel histórico. El primero es el mundo lleno, es
decir que el capitalismo ha ocupado todos los espacios para su expansión a nivel
planetario. El otro, verdaderamente insuperable son los límites del planeta
Tierra. Sus bienes y servicios son limitados y muchos no renovables. En la
última generación quemamos más recursos energéticos que en todas las
generaciones anteriores, nos asegura el analista italiano Luigi Soja. ¿Qué
haremos cuando estos alcancen un punto crítico o simplemente se agoten? La
escasez de agua potable puede poner a la humanidad frente a la destrucción de
millones de vidas.
Las
regulaciones y los controles propuestos hasta ahora han sido simplemente
ignorados. La Comisión de la Naciones Unidas para la Crisis Financiera y
Monetaria Internacional, cuyo coordinador era el premio Nobel de Economía Joseph
Stiglitz (llamada Comisión Stiglitz) realizó un gran esfuerzo desde enero de
2009 para presentar reformas intrasistémicas de cuño keynesiano.
En
ella se proponía una reforma de los organismos financieros internacionales (FMI,
Banco Mundial) y de la OMC (Organización Mundial del Comercio). Se preveía la
creación de un Consejo de Coordinación Económica global del mismo nivel que el
Consejo de Seguridad, la constitución de un sistema de reservas globales para
contrapesar la hegemonía del dólar como moneda de referencia, la institución de
una fiscalización internacional, la abolición de los paraísos fiscales y del
secreto bancario y, por último, una reforma de las agencias de certificación.
Todo fue rechazado. La ONU aceptó solamente la constitución permanente de un
Grupo de Expertos de Prevención de las Crisis, al que nadie da importancia,
porque lo que realmente cuenta son las bolsas y la especulación financiera.
Esta
constatación decepcionante nos convence de que la lógica de este sistema
hegemónico puede hacer que el planeta no sea ya amigable para nosotros, y
llevarnos a catástrofes socio-ecológicas muy graves, hasta el punto de amenazar
nuestra civilización y la especie humana. Lo cierto es que este tipo de
capitalismo, que en la Río+20 se revistió de verde con el objetivo de poner
precio a todos los bienes y servicios naturales y comunes de la humanidad, no
tiene condiciones a medio ni a largo plazo para garantizar su hegemonía. Otra
forma de habitar el planeta Tierra y de utilizar sus bienes y servicios deberá
surgir.
El
gran desafío es cómo procesar la transición rumbo a un mundo postcapitalista
liberal, entendido como un sistema social que esté orientado por el Bien Común
de la Humanidad y de la Tierra, que sustente toda la vida y que exprese una
relación nueva de pertenencia y de sinergia con la naturaleza y con la Tierra.
Es
necesario producir, pero respetando el alcance y los límites de cada ecosistema,
no meramente para acumular sino para atender, de forma suficiente y decente, las
demandas humanas. Es importante también cuidar de todas las formas de vida y
buscar el equilibrio social, sin dejar de pensar en las futuras generaciones que
tienen derecho a una Tierra preservada y habitable.
No
cabe en este espacio lanzar alternativas en curso. Nos atenemos a lo que es
posible intrasistémicamente, ya que no hay como salir de él a corto plazo.
Asistimos
al hecho de que América Latina y Brasil, en la división internacional del
trabajo, están condenados a exportar lo que se extrae de sus minas y
commodities, bienes naturales como alimentos, granos y carnes. Para hacer
frente a este tipo de imposición deberíamos seguir los pasos ya sugeridos por
varios analistas, especialmente por un gran amigo de Brasil, François Houtart,
en su reciente libro con otros colaboradores: Un paradigma poscapitalista: el
Bien Común de la Humanidad (Panamá 2012).
En
primer lugar, dentro del sistema luchar por normas ecológicas y regulaciones
internacionales que cuiden lo más posible los bienes y servicios naturales
importados de nuestros países; que traten de su utilización de forma socialmente
responsable y ecológicamente correcta. La soya es para alimentar primero a la
gente, y solo después a los animales.
En
segundo lugar, cuidar nuestra autonomía, rechazando el neocolonialismo de
los países del Centro que nos mantienen, como antaño, en la Periferia,
subalternos, agregados y meros suplentes de lo que les falta en bienes
naturales. Antes, debemos cuidar de incorporar tecnologías que den valor añadido
a nuestros productos, crear innovaciones tecnológicas y orientar la economía,
primero, hacia el mercado interno y, luego, al externo.
En
tercer lugar, exigir a los países importadores que contaminen lo menos
posible sus ambientes y que contribuyan financieramente al cuidado y a la
regeneración ecológica de los ecosistemas de donde importan los bienes
naturales, especialmente de la región amazónica y del cerrado.
Se
trata de reformas y todavía no de revoluciones. Pero ayudan a crear las bases
para proponer un paradigma distinto que no sea la prolongación del actual,
perverso y decadente.
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