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domingo, 19 de agosto de 2012

¿Puede la escuela reducir las desigualdades del rendimiento?


Resumen
Los sistemas de educación básica pretenden llegar a toda la población, pero hasta
hace  poco  aceptaban  que  no  todos  los  niños  tenían  capacidad  para  acceder  al
nivel  superior,  y  que  muchos  sólo  llegarían  hasta  el  final  de  un  primer  tramo,
definido  como  obligatorio.  Hoy  se  juzga  necesario  y  posible  que  todos  alcancen
niveles  más  altos  de  competencia,  pero  las  diferencias  de  rendimiento  entre
grupos  sociales  siguen  presentes,  haciendo  más  acuciante  la  pregunta  sobre  la
viabilidad de esas metas y la posibilidad real de que la escuela consiga que todos
los  niños  las  alcancen,  por  encima  de  las  diferencias  sociales.  A  partir  de  una
revisión de los avances de la investigación, en especial en relación con el caso de
México,  se presenta una reflexión sobre las posibilidades de la escuela.
Palabras clave: 
Desigualdad educativa; rendimiento académico; investigación educativa; repetición
de grado.
Abstract

A  common  feature  of  modern  education  systems  is  the  scope  of  universal
schooling;  until  very  recently,  however,  it  was  accepted  that  not  every  child  was
suited  for  higher  education,  and  it  was  accepted  that  most  will  only  finish  the
elementary levels, legally defined as compulsory. Today it is deemed as necessary
and  possible  that  all  children  attain  higher  ability  levels,  but  achievement
differences  between  social  groups  persist,  giving  more  relevance  to  the  question
about  the  real  possibility  of  the  school  system  to  reach  those  ambitious  goals  for
every child,  besides social differences. This article reflects on school possibilities,
looking at the results of recent research, in special from the Mexican experience.
Key words:
Educational inequality; achievement; educational research; grade retention.

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1.  Extraedad escolar y repetición en México y América Latina
En  1950  y  1960  las  estadísticas  de  educación  primaria  en  América  Latina
presentaban  cifras  de  cobertura  superiores  al  100%,  y  tanto  más  cuanto  más
pobre  fuera  un  país.  Esas  cifras  no  tenían  en  cuenta  la  edad  de  los  alumnos  y,
como  la  repetición  de  grado  era  frecuente,  la  extraedad  también  lo  era,  lo  que
llevaba  a tasas  brutas  muy  altas.  Organismos financiadores,  preocupados por  su
impacto económico, comenzaron a estudiar el fenómeno, ya que la reprobación de
muchos  alumnos  en  los  primeros  grados  de  primaria  representa  un  fuerte
desperdicio  de  recursos,  además  de  sus  implicaciones  pedagógicas  y  de  justicia
social. (Cfr. Haddad, 1979; Schiefelbein, 1977 y 1978) 
En  la  década  de  1980  algunos  países  latinoamericanos  pusieron  en  marcha
políticas  para  reducir  la  repetición,  y  a  principios  de  los  años  90  se  hicieron
estudios  que mostraron  que  las  tasas de  repetición  se habían  venido  reduciendo
desde  antes  de  la  entrada  en  vigor  de  esas  nuevas  políticas,  y  que  éstas  no
parecían  haber  modificado  las  prácticas  pedagógicas  y  evaluativas  de  los
maestros,  ni  producido  mejoras  importantes  de  los  niveles  de  rendimiento  (Cfr.
Loera y McGinn, 1992; McGinn et al., 1992). A similar conclusión llegó otro trabajo
sobre Colombia. (Posada y Paba, 1992)
En  México  la  disminución  de  la  reprobación  se  observó  también  desde  los  años
60;  en  ello  tuvo  mucho  que  ver  el  crecimiento  de  la  demanda  que  siguió  a  la
explosión  demográfica.  La  oferta  comenzó  también  a  ampliarse  aceleradamente,
incorporando  a  números  crecientes  de  niños  de  sectores  desfavorecidos  que
contaban  con menos  respaldo  educativo  en el  hogar  y  tenían menos familiaridad
con la lengua escrita. Para extender la oferta, además, se debió acudir a medidas
como el doble turno, que no favorecía una distribución equitativa de la calidad, ya
que  los  alumnos  de  familias  acomodadas  pueden  beneficiarse  de  actividades
educativas  extraescolares,  mientras  que  los  de  origen  más  humilde,  que  asisten
mayoritariamente  al  turno  vespertino,  no  pueden  hacerlo.  En  algunos  lugares  de
Brasil debió acudirse a un triple turno. (Cfr. Ribeiro, 1986)

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Las  elevadas  cifras  de  repetición  agravaban  el  problema  demográfico  ya  que,
además  de  que  cada  cohorte  era  mayor  a  la  del  año  anterior,  se  añadían  los
alumnos que debían repetir el primer grado porque no habían aprendido a leer. En
México,  el  diagnóstico  hecho  en  1959  para  el  Plan  de  Once  Años  del  secretario
Torres Bodet mostró  que se atendía en primaria a sólo poco más de la  mitad de
los  niños  en  edad  de  cursarla.  En  este  contexto  se  entiende  que,  a  fines  de  la
década  de  1960,  se  adoptara  extraoficialmente  en  ese  país  la  política  de  no
reprobar  a  más  del  10%  de  los  alumnos,  para  evitar  que  los  repetidores  se
sumaran a los demandantes de las nuevas cohortes. 
Siempre en el caso de México, en el ciclo 1959-1960 la reprobación en primaria a
nivel nacional era de 14%; en el ciclo 1969-70 se mantenía en 13.3%; para 1979
había bajado a 10.8%. El criterio extraoficial de no reprobar a más del 10% de los
alumnos de primaria sigue arraigado en la conciencia del magisterio y se respeta
en general. En el ciclo 2007-2008 la media nacional de reprobación fue de menos
de 5%, con variaciones considerables entre estados federales; en el primer grado
es cercana al 10%, y se reduce hasta ser casi inexistente en sexto.
A la  reprobación se añade el ingreso tardío a la  escuela  y el abandono temporal
para hacer que, todavía hoy, al terminar la primaria, unos 400,000 niños de 8 a 11
años de edad presenten un rezago de dos o más grados respecto a lo que dice la
normatividad.  Algunos  no  terminarán  ni  siquiera  la  primaria,  y  casi  ninguno  la
secundaria. (Cfr. INEE, Dirección de Indicadores Educativos, 2008; INEE, 2008)
2.  Reprobación y promoción automática
La práctica de hacer repetir a los alumnos que no logran alcanzar niveles mínimos
de  rendimiento  surge  cuando  las  escuelas  se  organizan  por  grados,  lo  que  en  la
mayoría de los sistemas educativos no ocurrió antes de finales del siglo XIX. Esas
prácticas parecen razonables y están profundamente arraigadas entre maestros y
padres,  que  tienden  a  pensar  que  pasar  de  grado  a  un  alumno  que  no  alcanza
esos  niveles  indicaría  falta  de  seriedad  del  maestro,  sería  injusto  para  los  niños
que sí alcanzan esos niveles y dañaría a los alumnos supuestamente beneficiados
con tal medida, que en el grado siguiente enfrentarían dificultades insalvables.
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Sin embargo, esas ideas se basan en un supuesto discutible: que los niños tienen
un  desarrollo  homogéneo,  que  permitiría  establecer  estándares  de  rendimiento
únicos, que todos los alumnos podrían alcanzar mediante un esfuerzo razonable;
no conseguirlo sería indicio o bien de falta de aptitud, o bien de falta de esfuerzo, y
en ambos casos la promoción al grado siguiente no se justificaría. 
La  comprensión  de  la  realidad  educativa  actual  lleva  a  otros  planteamientos:  por
razones complejas pero conocidas, el desarrollo de los niños presenta diferencias
considerables,  que  no  se  pueden  atribuir  ni  a  una  supuesta  capacidad  innata
predefinida  y  fija,  ni  a  la  falta  de  esfuerzo.  Como  se  mostrará  en  seguida,  hay
evidencias  crecientes  de  que  hacer  repetir  un  grado  a  los  alumnos  de  bajo
rendimiento no les ayuda a mejorar, sino que los pone en una ruta de fracaso, que
agrava  su  situación  de  rezago  y,  en  muchos  casos,  conduce  finalmente  a  la
deserción.  Es  posible  apoyar  a  los  alumnos  en  forma  diferencial,  en  función  del
avance  previo  de  cada  uno,  de  manera  que  la  gran  mayoría  consiga  alcanzar
niveles de rendimiento aceptables, pero a ritmos diferentes.
Los resultados de la investigación sobre las prácticas de aprobación-reprobación y
de promoción-repetición se sintetizan como sigue. (Cfr. Martínez Rizo, 2004)
El primer trabajo que analizó específicamente los efectos de la repetición data de
hace casi un siglo (Keyes, 1911), y de esa época a la Segunda Guerra Mundial se
hicieron  varios  más.  Goodlad  y  Anderson  resumen  sus  resultados  diciendo  que
coinciden ampliamente en sus hallazgos: los niños no aprenden más por el hecho
de repetir un grado, sino que experimentan un avance menor en su desempeño en
las materias que si son promovidos (circa 1960, p. 34). Los críticos de las políticas
de  promoción  social  señalaron,  con  razón,  que  esas  investigaciones  no  eran
concluyentes,  dado  que  carecían  de  los  controles  rigurosos  que  se  deben  exigir
para  llegar  a  atribuciones  de  causalidad,  por  lo  que  era  imposible  saber  si  la
reprobación  agravaba  en  verdad  el  bajo  rendimiento,  o  si  era  este  último  el  que
llevaba a la reprobación, sin nada que implicara trato injusto para alumno alguno.
Sin  embargo,  se  han  seguido  haciendo  estudios  cada  vez  más  rigurosos,  y  los
resultados siguen apoyando la conclusión anterior.
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Una revisión de 21 estudios más sobre el tema, de 1942 a 1973, encontró que los
trabajos menos consistentes arrojaban resultados contradictorios, en tanto que los
más consistentes favorecían de manera estadísticamente significativa a la práctica
de aprobar y permitir pasar de grado a los alumnos débiles, como una medida más
productiva  para  su  futuro  rendimiento  escolar.  Su  autor  concluía  que  al  menos
podía  afirmarse  que  no  hay  evidencias  que  indiquen  que  la  reprobación  es  más
benéfica  que  la  aprobación  para  los  alumnos  que  tienen  serias  dificultades
académicas o de ajuste… aquellos educadores que hacen repetir un grado a sus
alumnos  lo  hacen  sin  evidencias  válidas  de  que  tal  tratamiento  traerá  más
beneficios que el ser promovidos al grado siguiente a los alumnos con dificultades
académicas o de ajuste serias. (Jackson, 1975: 626- 627)
Una nueva revisión de literatura, 10 años más tarde, encontró 44 nuevos estudios
y  concluyó  que,  en  promedio,  los  alumnos  con  dificultades  serias  a  los  que  se
permitió  pasar  de  año  tuvieron  un  desempeño  superior  en  relación  con  alumnos
con  dificultades  similares  a  los  que  se  hizo repetir  el  grado  (Holmes  y  Matthews,
1984).  En  1989  Holmes  actualizó  la  revisión  con  19  estudios  rigurosos  que
reforzaron las conclusiones de 1984. (Holmes, en Shepard y Smith, 1989: 16-33)
La idea de que la repetición de grado de alumnos de bajo rendimiento no es una
medida adecuada para ayudarles a mejorar se extendió en los Estados Unidos, al
grado de que muchos distritos escolares adoptaron la postura que se designó con
la  expresión  de  social  promotion.  En  sentido  opuesto  operó  la  preocupación
creciente  en  ese  país  por  los  mediocres  resultados  obtenidos  en  las  pruebas
internacionales,  desde  las  décadas  de  1960  y  70.  Esa  preocupación  llevó  al
desarrollo  del  movimiento  de  mínimum  competency  testing  y,  tras  la  publicación
del  informe  A  Nation  at  Risk  de  1983,  al  impulso  de  programas  de  definición  de
estándares educativos y pruebas alineadas a ellos.
A  mediados  de  los  años  90  el  Presidente  Clinton  promovió  políticas  para  que  la
práctica  de  promoción  generalizada  fuera  remplazada  por  exigencias  mayores
para  el  tránsito  de  un  grado  al  siguiente,  en  el  marco  de  la  preocupación  por  la
elevación de la calidad. La misma preocupación se refleja en la ley No Child Left
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Behind  de  2002,  y  en  la  postura  prevaleciente  en  el  gobierno  federal
estadounidense  hasta  2008.  La  investigación,  sin  embargo,  con  controles  cada
vez  más  rigurosos,  sigue  encontrando  resultados  similares  a  los  ya  reportados,
como  muestran  síntesis  como  las  de  Woodward  y  Kimmey  (1997)  y  Jimerson
(2001). Aparecen también precisiones y matices importantes, que destacan el que
la implementación de políticas de no reprobación no es una solución mágica fácil
de los complejos problemas de la desigualdad educativa. 
Un  ejemplo  de  lo  anterior  es  la  obra  de  Alexander,  Entwisle  y  Dauber,  cuya
primera  edición  se  publicó  en  1994,  con  base  en  una  investigación  longitudinal
realizada en escuelas populares de Baltimore, el Beginning School Study, BSS. A
contracorriente  de  la  tendencia  mayoritaria,  la  obra  señalaba  que  muchos
estudiantes  pobres  parecían  beneficiarse  de  la  repetición,  tanto  en  aspectos
cognitivos como afectivos. Una década más tarde, y con el BSS aún en desarrollo,
la segunda edición de la obra complementa y matiza los hallazgos de la primera.
En  particular,  se  encuentra  que,  aún  si  la  repetición  temprana  no  fue
experimentada en forma  negativa  por  los  afectados,  y  aún  si  su  nivel  académico
pareció beneficiarse con ella, aumenta la  probabilidad de desertar en el segundo
ciclo de la secundaria. (Cfr. Alexander, Entwisle y Dauber, 2003)
Con la perspectiva de dos décadas de trabajo, la obra matiza las conclusiones de
trabajos  anteriores,  en  el  sentido  de  que  el  impacto  de  la  repetición  puede  ser
distinto en contextos diferentes, por ejemplo uno de repetición excepcional frente a
otro en que es frecuente. El hallazgo de que efectos favorables en el corto plazo
pueden  verse  seguidos  por  consecuencias  negativas  años  más  tarde  es
importante.  Otro  trabajo  reciente  discute  los  pros  y  contras  de  las  políticas  de
promoción  automática,  a  partir  de  un  análisis  de  la  supresión  de  la  social
promotion  en  el  distrito  escolar  de  Chicago  (Roderick,  Melissa,  J.  Nagaoka  y  E.
Allensworth, 2005). Un trabajo anterior (Tanner, C. Kenneth y S. A. Galis 1997) se
pregunta  el  por  qué  de  la  brecha  que  parece  separar  los  resultados  de  la
investigación,  tan  favorables  a  las  políticas  de  promoción  social,  y  la  práctica  de
las escuelas. 
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Aunque  menos  numerosos  y  mucho  más  recientes  que  los  trabajos  americanos,
los  de  Francia  llegan  a  conclusiones  similares.  El  sistema  educativo  francés  ha
mantenido las políticas tradicionales de reprobación, aunque matizándolas, pero la
preocupación  por  la  calidad  de  los  resultados  ha  llevado  a  que  se  emprendan
estudios  al  respecto.  Laronche  señala  que  desde  1979  un  estudio…  había
mostrado  la  ineficacia  de  la  repetición  en  primaria.  Sus  primeras  conclusiones,
publicadas  en  1983,  revelaban  que,  comparando  alumnos  que  tuvieran  un  nivel
igualmente  bajo  en  el  curso  preparatorio,  los  que  eran  promovidos  al  siguiente
grado  (CE1)  progresaban  con  mucha  mayor  rapidez  que  sus  camaradas
repetidores. (2004). 
Los hallazgos de estudios más recientes apuntan siempre en la misma dirección.
(Merle,  1998:  Paul,  Jean  Jacques2002 ;  Cosnefroy,  Olivier  y  Th.  Rocher,  2004).
Destaca  en  este  sentido  la  Recomendación  N°  14  del  Alto  Consejo  para  la
Evaluación de la Educación (Haute Conseil pour l’Évaluation de l’Éducation, 2004),
así como el estudio en el que se basó que, como indica su título, consiste en una
síntesis  de  las  aportaciones  de  las  investigaciones  sobre  el  impacto  de  la
repetición, como medio para tratar las dificultades escolares durante la escolaridad
obligatoria. (Paul, Jean Jacques y Th. Troncin, 2004)
En lengua francesa son importantes los trabajos sobre el tema del investigador de
la Universidad de Lieja, Marcel Crahay (en especial Crahay, 2003). La actualidad
del  tema  a  nivel  internacional  se  refleja  también  en  la  reciente  publicación  de un
texto sobre el tema por el Instituto Internacional de Planeación de la Educación de
la UNESCO y la Academia Internacional de Educación (Brophy, 2006). En ambos
casos las conclusiones son similares a los trabajos previamente mencionados.
Por  otra  parte,  la  experiencia  de  varios  países  respalda  las  conclusiones  de  la
investigación,  mostrando  que  la  aplicación  de  políticas  de  no  reprobación  en
sistemas educativos completos no lleva a las consecuencias negativas que temen
quienes  se  oponen  a  ellas,  y  que  no  hay  elementos  para  creer  que  una  mayor
repetición lleve a mejores niveles de aprendizaje.
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Las  tasas  de  reprobación  en  educación  básica  se  han  reducido  mucho  en  todos
los  países  avanzados,  incluyendo  los  que  legalmente  las  siguen  considerando
aceptables. En algunos se acepta solamente al final de uno de los ciclos en que se
estructura  la  escolaridad  obligatoria,  y  no  al  final  de  cada  grado.  En  otros  es
posible en cualquier grado, pero también se ha reducido considerablemente, y ha
llegado  a  ser  casi  nula  en  no  pocos,  como  Japón,  Corea  y  Malasia;  Finlandia,
Noruega, Suecia, Dinamarca e Islandia; el Reino Unido, Irlanda, Australia, Canadá
y Nueva Zelanda. En África han tomado este camino Sudán y Zimbawe. (Crahay,
2003: 260). 
Los países sin reprobación sobresalen, en general, porque sus alumnos alcanzan
mejores  resultados  en  las  pruebas  internacionales  de  PISA  y  la  IEA.  Los
resultados  de  los  alumnos  de  Finlandia,  Dinamarca,  Suecia,  Noruega,  Islandia  e
Irlanda  son  superiores  a  los  de  países  que  mantienen  las  prácticas  de
reprobación.  En  Bélgica,  la  parte  francófona  del  país,  en  la  que  la  práctica  de
repetición  es  frecuente,  obtiene  resultados  bajos  que  contrastan  con  los  de  la
región de habla holandesa, donde la repetición casi no se usa. (Merle, 1998, 118). 

3.  La pregunta fundamental: ¿Cuánto puede hacer la escuela?
El  dilema  que  contrapone  las  prácticas  de  promoción  automática  y  las  de
reprobación  para  enfrentar  la  situación  de  los  alumnos  de  bajo  rendimiento,  no
debe  hacer  perder  de  vista  lo  fundamental.  Si  se  acepta  que  en  la  sociedad
globalizada  del  conocimiento  los  países  necesitan  que  todos  sus  ciudadanos
tengan  niveles  mínimos  de  competencias  básicas,  el  reto  de  los  sistemas
educativos  es  lograr  que  todos  los  alumnos alcancen  esos  niveles,  y  la  pregunta
fundamental  a  responder  no  es  si  hay  que  aprobar  o  reprobar  a  los  alumnos  de
bajo  rendimiento,  sino  si  la  escuela  puede  realmente  conseguir  que  todos  los
alumnos alcancen los niveles básicos de competencia. 
En  lo  que  sigue  se  revisan  elementos  para responder  esta  pregunta  central,  a  la
luz de la investigación educativa.

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3.1. El Informe Coleman y sus secuelas
Tradicionalmente,  la  respuesta  a  esa  pregunta  fundamental  ha  sido  negativa;  la
opinión  general  consideraba  que  las  aptitudes  innatas  de  las  personas  eran
diferentes y que la escuela no podía cambiarlas, por lo que unos alumnos podían
alcanzar niveles elevados de lectura y escritura, matemáticas y otras materias, en
tanto que otros no lo conseguirían por más esfuerzos que hicieran. 
El  que  esas  aptitudes  estuvieran  distribuidas  desigualmente  entre  los  grupos
sociales se consideraba natural, como el que la población adulta se compusiera de
una minoría ilustrada y una mayoría analfabeta o sólo con una precaria educación
elemental.  Los  avances  del  siglo  XIX  dieron  supuestamente  sustento  científico  a
esas  ideas,  con  las  teorías  de  la  inteligencia  como  cualidad  heredada
genéticamente.  Destacaba  la  postura  de  Galton,  pero  debe  advertirse  que  las
concepciones racistas, eventualmente con matices benévolos y paternalistas, eran
aceptadas  generalmente  en  los  medios  intelectuales  de  la  época.  Los  avances
que llevaron al desarrollo de pruebas de inteligencia, a partir de la primera década
del siglo XX, con Binet en Francia, y luego en los Estados Unidos, con las pruebas
de Stanford y el Army Test, continuaron en la misma dirección.
En  sentido  opuesto  iban  las  ideas  que  consideraban  que  no  había  diferencias
fundamentales entre las personas, independientemente de raza y condición social,
pero en muchas ocasiones se basaban más bien en posturas éticas e ideológicas,
y no en investigaciones rigurosas; la evidencia empírica parecía estar más bien de
parte  de  las  posturas  tradicionales.  El  movimiento  en  pro  de  los  derechos  civiles
de la población afroamericana en Estados Unidos, junto con esfuerzos análogos a
favor  de  la  igualdad  social,  se  situaban  en  este  otro  bando,  y  un  hito  en  la
discusión al respecto lo constituyó el Informe Coleman, publicado en 1966.
En  1964,  en  el  marco  de  la  guerra  contra  la  pobreza,  el  Presidente  Lyndon
Johnson  propuso  un  gran  programa  compensatorio  y  solicitó  al  Congreso  un
importante  presupuesto  para  apoyar  escuelas  que  atendían  alumnos  pobres,  en
especial aquellas a las que asistían mayoritariamente niños negros, partiendo del
supuesto de que en ellas había graves carencias. 
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El Congreso solicitó un estudio que fundamentara la petición, que dirigió James S.
Coleman  (1966).  Ese  trabajo  marcó  el  inicio  de  una  época  en  investigación
educativa; incluyó la aplicación de pruebas de aprendizaje a más de medio millón
de  alumnos  de  todos  los  grupos  étnicos,  en  miles  de  escuelas,  además  de  la
obtención de numerosos datos sobre el contexto socioeconómico de los  hogares
de los alumnos y sobre la situación de los planteles. 
El  estudio  arrojó  una  combinación  explosiva  de  hallazgos:  los  resultados  de  los
alumnos  negros  eran  significativamente  inferiores  a  los  de  los  blancos,  pero  el
rendimiento  mostraba  escasa  relación  con  las  características  de  las  escuelas;  el
aprendizaje  de  los  alumnos  parecía  casi  exclusivamente  relacionado  con  las
características étnicas y socioeconómicas de sus familias. 
Las  reacciones  se  dieron  en  dos  direcciones  opuestas:  las  posturas
conservadoras sostenían que los programas compensatorios eran inútiles, porque
los  resultados  de  los  negros  se  debían  a  una  inferioridad  intelectual  genética,
mientras  las  progresistas  afirmaban  que  lo  que  pasaba  era  que  la  escuela  era
impotente  para  contrarrestar  la  todopoderosa  influencia  del  entorno  familiar  y
social,  por  lo  que  lo  necesario  para  que  los  negros  tuvieran  mejores  resultados
escolares  no  era  un  programa  compensatorio,  sino  una  revolución  social,  que
eliminara las desigualdades de clase.  Enfrentadas en casi todo,  las dos posturas
coincidían en un punto: la escasa importancia de la escuela para alcanzar mayor
igualdad en los resultados de aprendizaje. 
Aunque trabajos posteriores, y el mismo Coleman,  señalaron que esa conclusión
no se sustentaba realmente en el informe, esa interpretación prevaleció entonces;
como escribe Benveniste:
En  los  años  subsecuentes  a  la  publicación  del  Informe  (en  1966),  otros
análisis de los mismos datos encontraron que había subestimado el impacto
de la escuela sobre los resultados académicos. Samuel Bowles y Henry M.
Levin (1968), así como Eric Hanushek y John Kain (1972) mostraron que la
calidad de la escuela y el entorno social de los alumnos estaban altamente
correlacionados,  de  manera  que  Coleman  había  sobreestimado  el  efecto
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del  entorno  y  subestimado  el  de  la  escuela;  ésta  última  tenía  más
importancia  de  la  que  reportaba  Coleman.  Con  todo,  como  suele  suceder
con  tales  estudios  de  alto  perfil,  los  primeros  resultados  fueron  los  que  se
quedaron  grabados  en  la  mente  de  la  gente.  Las  críticas  posteriores  no
cambiaron la idea de que el resultado del Informe Coleman era “que las
escuelas hacen poca diferencia”. (Benveniste et al., 2003: 14-15)
3.2.  La investigación sobre la eficacia de las escuelas
Aunque  muchos  trabajos  posteriores  han  confirmado  la  importancia  de  las
condiciones  del  hogar,  la  interpretación  simplista  de  los  resultados  del  Informe
Coleman  chocaba  con  la  experiencia  de  muchos  educadores  y  padres  de  familia,
que  podían  ver  la  diferencia  palpable  que  distingue  a  las  mejores  escuelas  de  las
menos buenas, y precisamente en lo relativo al rendimiento de los alumnos. 
Es  fácil  encontrar  ejemplos  de  escuelas  que  hacen  la  diferencia  y  maestros  que
consiguen  resultados  sorprendentes  con  niños  de  medios  muy  desfavorables.  En
sentido  contrario,  se  encuentran  ejemplos  de  escuelas  y  maestros  cuyos  alumnos
obtienen  resultados  muy  inferiores  a  los  que  su  entorno  permitiría  esperar.  Los
estudios en gran escala que hoy abundan muestran que, si bien hay una correlación
no pequeña entre el estatus socioeconómico de los alumnos de una escuela y sus
resultados en pruebas de rendimiento, hay numerosas excepciones, con escuelas de
alto y bajo rendimiento en todos los niveles socioeconómicos del alumnado. 
Por ello una reacción más fue el surgimiento de estudios de caso, que estudiaban en
profundidad escuelas que salían del patrón dominante. Esos trabajos dieron lugar a
la  línea  de  investigación  sobre  escuelas  eficaces  o  sobre  eficacia  escolar  (School
Effectiveness Research). En general, esos trabajos estudian números reducidos de
escuelas  y  alumnos,  por  períodos  largos  de  tiempo.  Un  caso  destacado  fue  el
trabajo titulado Quince mil horas,  en alusión al tiempo que pasa un alumno en la
escuela a lo largo de la educación básica (Rutter et al. 1979).  Los títulos de otros
trabajos pioneros de esta tendencia son representativos de su espíritu, como el de
Brookover  y  otros  Las  escuelas,  los  sistemas  sociales  y  el  desempeño  de  los
alumnos: las escuelas pueden hacer la diferencia (1979).
11

Javier Murillo (2004) recapitula la historia de esta corriente aprovechando estudios
previos y organizándola en cuatro etapas.
Inicial, desde la aparición del Informe Coleman hasta los años 70. 
Primeros  estudios  (1971-1979),  desde  el  trabajo  de  Weber  (1971)  sobre  las
historias  de  éxito  de  cuatro  escuelas  que  conseguían  resultados  notables  con
alumnos  de  barrios  urbanos  pobres,  hasta  el  trabajo  de  Edmonds  (1979),  que
recapitula  estudios  sobre  los  factores  que  explicarían  el  éxito  de  las  escuelas
sobresalientes. Edmonds propone el conocido modelo de cinco factores: liderazgo
fuerte;  énfasis  en  las  habilidades  básicas;  clima  seguro  y  ordenado;  altas
expectativas  sobre  el  desempeño  de  los  alumnos;  evaluaciones  frecuentes.  (Cfr.
Scheerens y Bosker, 1997: 146)
Consolidación  (1979-1986),  que  comienza  con  la  aparición  de  los  dos  trabajos
clave ya citados: el de Rutter et al. (1979) y el de Brookover et al. (1979). En los
años  siguientes  aparecieron  trabajos  que  representaron  avances  tanto  en  lo
relativo  al  rigor  metodológico  como  en  lo  que  se  refiere  a  la  conceptualización
subyacente. 
Estudios multinivel (desde 1986). La introducción de los modelos de regresiones
lineales  jerárquicas,  o  multinivel,  en  las  investigaciones  que  estudian  los  efectos
de  diversos  factores  sobre  el  rendimiento  escolar,  representó  un  avance
metodológico  importante  respecto  de  los  modelos  no  jerárquicos  previamente
utilizados.  Murillo  hace  comenzar  esta  última  etapa  con  el  trabajo  de  Aitkin  y
Longford (1986), que marca el inicio del uso de dichos modelos multinivel. 
3.3. Los estudios multinivel y su interpretación
Los  principios  de  los  modelos  lineales  jerárquicos  o  multinivel,  como  los  de  otros
avances  recientes  en  estadística,  datan  de  la  primera  mitad  del  siglo  XX,  pero  la
complejidad de los cálculos que implican hizo que su uso sólo se extendiera cuando
la  disponibilidad  de  computadoras  de  escritorio  y  portátiles  poderosas  los  puso  al
alcance de cualquier estudioso. 
12

Otra  condición  para  utilizar  modelos  lineales  jerárquicos  es  que  se  requiere
información de un número considerable de escuelas y alumnos, para tener razonable
probabilidad de que los resultados obtenidos no se deben simplemente al azar. Esta
condición  se  puede  cumplir  ahora  mucho  más  que  en  el  pasado,  gracias  a  la
aplicación  de  pruebas  estandarizadas  en  gran  escala,  acompañadas  por
cuestionarios de  contexto,  cada  vez  más frecuentes  tanto en  el  plano  internacional
como  en  muchos  sistemas  educativos  nacionales.  Gracias  a  ello  es  posible  tener
acceso a bases de datos derivados de estudios basados en muestras muy grandes,
o incluso en aplicaciones censales. Los análisis que se hacen de los resultados de
eso grandes operativos suelen incluir información sobre la proporción de la varianza
total  de  los  resultados  que  se  encuentra  entre  unas  escuelas  y  otras,  en
contraposición a la proporción que se da entre los alumnos, dentro de cada escuela.
Nótese que se trata de proporciones complementarias; en el caso de análisis de dos
niveles, y en términos porcentuales, la suma de las dos siempre será igual a cien. 
En  muchos  casos,  en  especial  en  los  países  cuyos  alumnos  obtienen  mejores
resultados en  las pruebas  de  rendimiento,  la  primera  de esas dos proporciones  (la
varianza entre escuelas) es bastante menor a la segunda, y no es raro que el dato se
interprete en la misma forma equivocada que se hizo con los resultados del Informe
Coleman,  en  términos  causales,  de  lo  que  son  ejemplos  expresiones  como  la
siguiente: la proporción de la varianza atribuible a la escuela es mucho menor que
la que se debe a los factores del entorno.
Coincidiendo con otros estudios, los resultados de competencia lectora de la primera
aplicación de las pruebas PISA (Cfr. OCDE 2002) muestran que la proporción de la
varianza  entre  escuelas  respecto  al  total  es  muy  baja en  los  países  escandinavos,
así  como  en  Nueva  Zelanda,  Canadá  e  Irlanda  y  Australia.  En  estos  países  la
varianza entre escuelas representa menos del 20% de la varianza total, por lo que
más  del  80%  se  presenta  entre  los  alumnos,  dentro  de  cada  escuela.  Estos  datos
propician  la  interpretación  incorrecta  de  que  la  mayor  parte  de  la  variación  de  los
resultados  sería atribuible al entorno  social  y  familiar  de  los alumnos,  en tanto  que
una  proporción  reducida  sería  imputable  a  la  escuela.  El  eco  del  informe  Coleman
resuena aún: la escuela no puede hacer gran cosa frente al entorno de los alumnos.
13

Los  países  en  que  la  proporción  de  la  varianza  entre  escuelas  es  mayor  en  PISA
2000  son  Hungría,  Polonia,  Austria,  Bélgica  y  Alemania,  seguidos  por  Italia,  la
República Checa, México y Grecia. En estos casos la proporción de la varianza entre
escuelas  es  superior  al  50%,  mayor  a  la  de  la  varianza  intraescuelas.  Si  la
interpretación mencionada fuera correcta, deberíamos concluir que en estos países
la escuela tiene un peso mayor en los resultados que en los países del primer grupo.
El  que  los  países  con  menores  proporciones  de  la  varianza  entre  escuelas
presenten,  en  general,  resultados  superiores  a  los  de  los  países  con  altas
proporciones  de  esa  varianza,  lleva  a  cuestionar  la  interpretación  en  términos
causales. Lo que en realidad significa la proporción de la varianza entre escuelas, en
relación con la varianza total de los resultados, es la mayor o menor homogeneidad
de las escuelas: si todas las de un país fueran exactamente iguales, la proporción de
la varianza de los resultados entre escuelas sería igual a cero, independientemente
de que las escuelas fueran igualmente buenas o malas. 
El que la proporción de la varianza de los resultados entre escuelas sea  menor en
relación con el total quiere decir que las escuelas son similares, pero no dice nada en
cuanto a lo que aportan o no al aprendizaje de los alumnos. Correlativamente, el que
la proporción de la varianza entre las escuelas de un país sea mayor no quiere decir
que  sus  escuelas  sean  mejores,  sino  que  son  más  desiguales,  que  la  diferencia
entre las mejores y las menos buenas es grande. 
Más precisamente,  recordando que se trata de proporciones complementarias:  el
que  la  proporción  de  la  varianza  entre  escuelas  sea  menor  que  la  que  hay  entre
los  alumnos,  dentro de las  escuelas (varianza intraescuelas) quiere  decir que las
escuelas  son  más  homogéneas  entre  sí  que  los  entornos  en  que  viven  los
alumnos.
En  países  como  los  escandinavos  los  entornos  en  que  viven  los  alumnos  no
difieren tanto entre sí como ocurre en un país como México, pero las escuelas son
aún  más  homogéneas;  es  más  fácil  lograr  que  todas  las  escuelas  tengan
condiciones parecidas, que homogeneizar las condiciones de los hogares. 
14

En algunos países europeos  en los que la varianza entre escuelas es mayor, las
desigualdades sociales no son demasiado grandes, pero el sistema educativo, en
el nivel de la enseñanza media al que se refieren las pruebas de PISA, tienen dos
sectores  muy  distintos,  según  que  se  trate  de  escuelas  que  preparan  para  la
universidad, o para el trabajo. Por ello la proporción de la varianza entre escuelas
es alta, más incluso que la proporción que la varianza intraescuelas: las escuelas
son más desiguales que el entorno en que viven los alumnos.
En un país como México hay desigualdades sociales muy grandes, y también las
hay entre  unas escuelas y otras; por ello en ese caso la  varianza entre  escuelas
es  mayor  que  en  países  como  los  escandinavos,  pero  puede  ser  menor  que  en
países  como  Alemania,  Bélgica,  Austria  o  Hungría,  porque  en  estos  últimos  la
desigualdad  social  no es  tan  grande  como  en  México,  con  lo  que  la  desigualdad
entre  escuelas,  aunque  sea  grande,  no  lo  es  tanto  en  relación  con  una
desigualdad social aún mayor.
Lo  que  la  comparación  de  la  varianza  entre  escuelas  e  intraescuelas  no  puede
decir es el grado en que las escuelas contribuyen, en términos causales, a que los
alumnos aprendan poco o mucho. Para ello son necesarios otros tipos de estudio,
de tipo experimental y/o longitudinal, que permitan estimar la parte del aprendizaje
atribuible  a  la  influencia  de  la  escuela  o  los  maestros,  el  también  llamado  valor
agregado de la escuela o los maestros.
Las  comparaciones  internacionales  aportan  en  este  sentido,  ya  que  informan
sobre el nivel de aprendizaje  de los  alumnos de diferentes países en una misma
prueba. Se puede así apreciar que los alumnos alemanes o belgas tienen niveles
de  aprendizaje  superiores  a  los  de  los  jóvenes  mexicanos,  aunque  no  tan  altos
como los de los finlandeses o canadienses. Es claro que las escuelas de Finlandia
aportan mucho al aprendizaje de sus alumnos, aunque la varianza entre ellas sea
reducida  o,  más  bien  debido  a  ello.  Y  el  que  la  varianza  entre  las  escuelas  de
México  sea  mayor  que  entre  las  finlandesas  dice  sólo  que  son  más  desiguales
entre sí, y nada sobre el grado en que contribuyen al aprendizaje de los alumnos. 
15

Los resultados de alumnos mexicanos de 3° de secundaria comparados con los de
6° de primaria en la misma prueba muestran que cada año en la escuela significa
un incremento de alrededor de un tercio de desviación estándar (INEE, 2008: 51-53). Esos datos confirman lo que un experimento mental permite adelantar: que en
ausencia  de las  escuelas  el nivel de aprendizaje  sería obviamente inferior al que
alcanzan los alumnos, asistiendo a las escuelas actuales, con sus fortalezas y sus
debilidades y, en especial, con su considerable heterogeneidad.
3.4.  Las brechas educativas y las vacaciones de verano
Otros  trabajos  que  aportan  elementos  sobre  la  posibilidad  real  que  tienen  las
escuelas de hacer que sus alumnos alcancen buenos niveles de aprendizaje, por
encima de lo que los antecedentes familiares y el peso del entorno pueden hacer
esperar, son los estudios llamados de enfoque estacional (seasonal perspective),
cuyos  antecedentes se remontan a la década de 1960. Los estudios a los que se
hará  referencia  en  seguida  comenzaron  desde  fines  de  la  de  1980,  pero  la
atención al respecto ha aumentado considerablemente en años recientes. 
Entwistle,  Alexander  y  Olson  (1997)  analizaron  los  resultados  de  alumnos  de
escuelas  de  Baltimore  en  pruebas  de  rendimiento  aplicadas  en  el  marco  del  ya
mencionado  Beginning  School  Study.  El  nuevo  trabajo  siguió  longitudinalmente
una  muestra  de  niños,  con  la  peculiaridad  de  que  las  pruebas  se  aplicaron  dos
veces  en  cada  ciclo  escolar:  una  vez  en  octubre  (otoño,  al  inicio  de  cada  ciclo
escolar), y otra en mayo (primavera, al final de cada ciclo); además de las pruebas
se obtuvo información sobre muchas variables de los niños y sus hogares.
Si se comparan únicamente los resultados de los niños en las pruebas aplicadas
en mayo, al fin de cada ciclo escolar, como es usual, se aprecia que desde el final
del primer grado escolar los de nivel socioeconómico (NSE) alto tienen resultados
superiores a los de NSE medio, y más que los de NSE bajo, lo que coincide con
mucho  otros  estudios.  Con  el  paso  del  tiempo  se  puede  apreciar  también  que  la
brecha entre unos niños y otros se va haciendo más grande al final de cada ciclo.
Al ver estos resultados es fácil pensar que la escuela, en lugar de ayudar a que las
diferencias entre los niños se reduzcan, estaría contribuyendo a que se amplíen.
16

Lo  original  de  este  trabajo  consiste  en  una  comparación  más  fina,  en  la  que  se
tienen  en  cuenta  los  resultados  de  los  niños  al  principio  y  al  fin  de  cada  ciclo
escolar.  De  esta  manera  se  puede  distinguir  el  avance  durante  el  año  escolar
(resultados  de  cada  niño  al  fin  de  cada  grado  menos  sus  resultados  al  inicio  del
mismo), y el avance durante las vacaciones de verano (resultados de cada niño al
inicio de un grado menos sus resultados al fin del grado anterior).
La  imagen  que  resulta  de  estas  dos  comparaciones  muestra  que  durante  cada
grado  escolar  todos  los  niños  muestran  un  avance  similar,  de  manera  que  las
diferencias  que  distinguían  a  los  de  NSE  alto  de  los  de  nivel  medio  y  bajo  se
mantienen  con  poco  cambio.  Durante  los  períodos  vacacionales  de  verano,  en
cambio, las brechas se hacen mayores: los chicos de NSE alto muestran avances
similares a los que tienen lugar durante el ciclo escolar, en tanto que los de NSE
medio  y,  sobre  todo,  los  de  NSE  bajo,  avanzan  mucho  menos,  no  avanzan  o,
incluso presentan retrocesos, con un nivel inferior al inicio del siguiente ciclo, o sea
después de las vacaciones, en comparación con el que mostraban antes de ellas,
al fin del grado anterior. (Entwistle, Alexander y Olson, 1997: 33-37)
Lo que estos resultados implican es que las brechas que distinguen el rendimiento
de alumnos más o menos acomodados o pobres, atribuible inicialmente al hogar y
al  entorno  social,  no  parece  ampliarse  debido  a  la  escuela  sino,  precisamente,
debido a la falta de escuela. Mientras los niños están bajo su influencia, la escuela
consigue  que  todos  avancen;  cuando  no  lo  están,  los  niños  privilegiados  siguen
aprendiendo, seguramente gracias a las diversas actividades educativas a las que
pueden  tener  acceso;  los  niños  más  pobres,  en  cambio,  que  no  tienen  acceso  a
esas facilidades, no aprenden, e incluso pierden algo de lo que habían conseguido
aprender en el ciclo anterior.
Los  hallazgos  antes  presentados  coinciden  sustancialmente  con  los  obtenidos
más  recientemente  por  los  mismos  autores  (Cfr.  Alexander,  Entwistle  y  Olson,
2001;  Alexander  y  Entwistle,  2007),  así  como  por  otros  que  han  estudiado  el
mismo  tema  (Cfr.  Cooper,  1996;  Burkam  et  al.,  2004;  Chin  y  Phillips,  2004;
Downey, Von Hippel y Brok, 2008). 
17

Recientemente el enfoque estacional ha sido utilizado para analizar la eficacia de
algunas  escuelas;  la  conclusión  es  que  algunas  que  son  clasificadas  como
deficientes  (failing)  si  no  se  toma  en  cuenta  la  situación  antes  y  después  de  las
vacaciones,  alcanzan  resultados  más  favorables  si  se  tiene  en  cuenta  dicha
diferencia. (Cfr. Downey, Von Hippel y Hughes, 2008)
3.5.  Los estudios longitudinales y las trayectorias de fracaso
Este apartado se refiere a un estudio canadiense, que siguió longitudinalmente el
avance de un grupo de niños, desde su ingreso a primaria hasta los 15 años. Los
autores  señalan  que,  aunque  el  desarrollo  de  las  habilidades  que  configuran  la
competencia lectora comienza antes,  la mayoría de los niños aprenden a leer en
los primeros años de la escuela, a partir del preescolar, y que para el fin de tercero
de primaria todos deberían conseguirlo. A partir de ese momento, la lectura ya no
debería ser un problema ni un objetivo a alcanzar, sino una herramienta esencial
para que los niños aprendan muchas otras cosas.  A este paso crucial los autores
lo  designan  con  la  expresión  de  la  transición  de  “aprender  a  leer”  a  “leer  para
aprender” (from learning to read to reading to learn). (Beswick y Willms, 2008: 1)
Se informa que, al comenzar el cuarto grado de la primaria, alrededor de 40% de
los alumnos todavía tienen dificultades para leer: los que no han conseguido hacer
a  tiempo  la  transición  antes  mencionada.  Para  analizar  la  problemática  de  esos
alumnos, los autores subrayan las limitaciones de los enfoques transversales y la
importancia de utilizar acercamientos longitudinales, y añaden que, dado que el no
haber  aprendido  a  leer  es  el  motivo  más  utilizado  para  justificar  que  se  haga
repetir  el  primer  grado  a  un  niño,  se  recomienda  que  el  fracaso  en  cuanto  al
aprendizaje  de  la  lectura  se  estudie  longitudinalmente  utilizando  el  lente  de  la
repetición y la promoción de grado. (Frey, 2005) 
Beswick y Willms dicen:
Más  allá  de  algunas  críticas  que  se  hacen  a  la  investigación  sobre  la
repetición,  la  evidencia  coincide  en  refutar  la  sabiduría  convencional  y  la
creencia de los maestros en cuanto a la repetición de grado en primaria. La
repetición temprana no produce avances académicos duraderos.
18

Adicionalmente, la repetición es un poderoso predictor del desinterés de los
chicos  respecto a la  escuela, y uno de los más poderosos de la deserción
posterior. Mann (1987) ha estimado que la repetición de un grado aumenta
la probabilidad de desertar aproximadamente en 50%, y la repetición de dos
grados aumenta esa probabilidad en 90%. Aunque la evidencia derivada de
la  investigación  indica  que  la  repetición  no  es  efectiva,  y  que  es
potencialmente dañina para los alumnos, su práctica sigue vigente y parece
estar aumentando su popularidad en algunos lugares. (2008: 10)
Gracias al enfoque longitudinal, con el que se siguió la trayectoria de alumnos de 6
a 13 y 15 años, los investigadores pueden concluir que
75%  de  los  estudiantes  que  tienen  problemas  con  la  lectura  al  final  del
tercero  de  primaria  siguen  teniéndolas  en  la  educación  media  superior.
Además, los que no consiguen hacer la transición de “aprender a leer” a
“leer para aprender” tienen más probabilidades de presentar más tarde
problemas  de  conducta,  de  manifestar  falta  de  interés  por  la  escuela  y  de
abandonar la escuela prematuramente. (Beswick y Willms, 2008: 6)
Otro estudio  de Willms (2006), con datos de las  pruebas PISA y PIRLS, muestra
que  la  mayor  parte  de  los  chicos  que  no  consiguieron  hacer  esa  transición  entre
los ocho y los nueve años, posteriormente avanzaron poco, hasta los 15. 
El  trabajo  muestra  también  que  los  niños  que  repitieron  el  primer  grado  o  el
segundo  tienen  mucho  menos  probabilidades  de  hacer  una  transición  exitosa
entre los ocho y los nueve años, lo que evidencia que la repetición es un factor de
riesgo importante, aún después de controlar estadísticamente el NSE de los niños. 
Estos estudios longitudinales muestran cómo los pobres resultados de los jóvenes
que, hacia el fin de la escolaridad obligatoria, no consiguen alcanzar los niveles de
aprendizaje que necesitan para enfrentar con éxito los desafíos de la vida adulta,
se gestan tempranamente, y que la reprobación y la repetición de grado, en vez de
ayudar a los alumnos a mejorar, los pone de manera aún más clara en una ruta de
fracaso, que muchas veces terminará con el abandono prematuro de la escuela y,
en caso de que no sea así, llegará igualmente a ese tipo de resultado insuficiente.
19

3.6. Las diferencias en la adquisición del lenguaje en los primeros años
Otro trabajo novedoso es el de Betty Hart y Todd R. Risley, que comenzaron una
minuciosa observación de 42 familias de diferentes niveles  sociales,  con hijos de
pocos meses de nacidos, para observar la forma en que aprendían a hablar y, en
especial, la manera en que interactuaban verbalmente con ellos los adultos. (Hart
y Risley, 1995, 1999)
Un antecedente de este trabajo fue el del sociólogo británico Basil Bernstein, que
desde fines de la  década de 1950 sugería que había una diferencia  fundamental
entre  el  lenguaje  hablado  por  las  familias  de  clase  alta  y  el  utilizado  por  las  de
clase baja, lo que explicaría en parte la diferencia de resultados escolares de los
hijos  de  unas  y  otras  (Cfr.  Bernstein,  1961).  Otros  trabajos  cuestionaron  ese
planteamiento, planteando que lo que ocurría en realidad era que la escuela daba
un valor especial al lenguaje de la clase alta, en tanto que menospreciaba el de las
clases populares, que no sería menos complejo, sino sólo diferente.
El  trabajo  de  Hart  y  Riley  muestra  que  realmente  diferencias  muy  grandes
distinguen el proceso de aprender a hablar y la experiencia de unos niños y otros.
Cuando  interactúan  con  sus  hijos  pequeños,  los  padres  con  nivel  profesional  les
dirigen  en  promedio  2,000  palabras  por  hora;  los  padres  de  clase  trabajadora
1,300 palabras; los niños más pobres –negros, de hogares monoparentales y que
dependían  de  la  seguridad  social—sólo  escuchan  en  promedio  600  palabras  por
hora.  Los  padres  del  primer  grupo  hacen  seis  comentarios  elogiosos  a  sus  hijos
por  un  regaño;  los  padres  de  clase  trabajadora  hacen  sólo  dos  comentarios
elogiosos  por  cada  regaño;  los  niños  más  pobres  reciben  dos  regaños  por  cada
comentario elogioso. 
Las  diferencias  se  acumulan:  a  los  tres  años  de  edad,  y  en  los  extremos
socioeconómicos,  unos  niños  han  recibido  500,000  elogios  y  80,000  regaños;
otros 75,000 elogios y 200,000 regaños. Los primeros han oído unos 30 millones
de palabras y los otros sólo 20 millones. El vocabulario activo del niño de tres años
de  padres  acomodados  es  más  rico  que  el  de  la  madre  del  niño  pobre.  (Cfr.
Nisbett, 2009: 86, 111-112 y 116)
20

3.7.  Importancia de la educación inicial y preescolar y posibilidades de la
compensación
El viejo debate sobre la  importancia relativa de la  herencia biológica  y el entorno
familiar y social en lo que se refiere al desarrollo de los niños, así como el del peso
de la escuela y el entorno, no puede ignorar aportes recientes de la investigación
educativa,  psicológica,  neurológica  y  genética.  Periódicamente  nuevas  versiones
de  la  polémica  que  siguió  al  Informe  Coleman  agitan  los  medios  especializados.
En la misma década de  1960 comenzaron esfuerzos educativos compensatorios,
con  el  programa  Head  Start.  Desde  entonces,  las  opiniones  negativas  sobre  las
posibilidades  de  la  escuela  para  eliminar  las  desigualdades  de  los  resultados
educativos, utilizaban como argumento los resultados de estudios que mostraban
que  los  efectos  de  ese  programa  eran  escasos  y,  sobre  todo,  que  desaparecían
poco tiempo después de que terminaba la intervención correspondiente. 
A  principios  de  la  década  de  1970  un  pionero  de  la  sociología  de  la  educación
británica decía que el hecho esencial de la historia educativa del siglo XX era que
las  políticas  igualitarias  habían  fracasado  (A.H.  Halsey,  1972:  6).  Un  cuarto  de
siglo más tarde, Robert Nisbett dice:
A fines del siglo XX, muchos de los expertos sobre el tema, si no la mayor
parte  de  ellos,  creían  que  la  inteligencia  y  el  talento  académico  estaban
substancialmente  bajo  control  genético…  Esos  expertos  eran  muy
escépticos  en  cuanto  al  posible  éxito  de  cualquier  esfuerzo  por  mejorar  la
inteligencia,  y  no  se  sorprendían  cuando  intervenciones  como  las  de  la
educación  temprana  no  conseguían  tener  efectos  duraderos.  Dudaban
mucho  de  que  las  personas  pudieran  volverse  más  inteligentes  como
resultado de mejoras en la educación o de cambios en la sociedad. 
Sin embargo, los resultados de las recientes investigaciones en psicología,
genética y neurociencia, junto con los actuales estudios sobre la eficacia de
las  intervenciones  educativas  han  puesto  de  cabeza  la  fuerte  postura
hereditaria sobre la inteligencia. Ahora se considera claro que la inteligencia
es  altamente  modificable  por  el  medio.  Sin  educación  formal  una  persona
21

simplemente no será muy brillante, sea que la inteligencia se mida con test
de  Cociente  Intelectual  (IQ)  o  de  cualquier  otra  forma.  Y  que  el  IQ  de
cualquier  persona,  así  como  sus  resultados  académicos  y  su  éxito
ocupacional  sean  altos  o  bajos  depende  en  buena  medida  de  factores
ambientales que no tienen nada que ver con sus genes. (Nisbett, 2009: 1-2)
La obra de Nisbett sintetiza  muchos estudios que sustentan la opinión expresada
en el párrafo anterior, mostrando que lo que se suele llamar inteligencia, con toda
la  imprecisión  del  término,  puede  variar  y,  de  hecho,  varía  mucho,  precisamente
gracias  a  la  mayor  o  menor  exposición  de  los  sujetos  a  la  educación  formal.
Muestra  también  que  hay  intervenciones  que  tienen  un  impacto  considerable,  y
que las de resultados más notables y también más duraderos se caracterizan por
hacerse  en  los  primeros  años  de  la  vida  de  los  niños,  y  en  formas  intensivas,
costosas, pero que inciden de manera profunda en el desarrollo de los sujetos.
Conclusión
Los  aportes  de  investigaciones  recientes  que  se  han  presentado  en  este  trabajo
permiten  afirmar  que  hay  base  suficiente para  tener  una  opinión razonablemente
optimista en cuanto a las posibilidades de la escuela. No se trata, desde luego, de
volver a posturas ingenuas como algunas de hace medio siglo, pero sí de escapar
al  determinismo  de  las  que  dan  un  peso  excesivo  a  los  factores  extraescolares,
genéticos o del medio social y familiar, así como al pesimismo derivado de ellas.
Aunque no fáciles de eliminar, las enormes brechas que separan el rendimiento de
los  niños  de  diferentes  medios  sociales  en  sistemas  educativos  como  los  de  los
países latinoamericanos, no son infranqueables. Para superarlas no bastan, desde
luego,  esfuerzos  superficiales,  ni  mucho  menos  buenos  deseos  o  demagógicas
promesas.  Se  necesita  un  trabajo  prolongado  y  profundo,  con  recursos mayores,
mejor  distribuidos  y  mejor  invertidos  que  en  la  actualidad,  para  que  la  escuela
pueda revertir, en alguna medida, las desventajas del hogar. 
Esos  esfuerzos  serán  tanto  más  productivos  cuanto  más  tempranamente
comiencen,  pero no deberán ser iguales  para todos los  niños lo  que,  además de
más  costoso,  sería  nuevamente  inequitativo,  y  llevaría  seguramente  a  abrir  aún
22

más las brechas, ya que los niños previamente favorecidos se podrían beneficiar
en  mayor  medida  de  los  recursos  adicionales,  en  tanto  que  los  más  pobres
recibirían apoyos insuficientes para compensar sus desventajas.
La  investigación  muestra  con  más  claridad  algunas  cosas  a  evitar,  para  que  las
escuelas  consigan  que  todos  sus  alumnos,  en  especial  los  que  provienen  de
hogares  más  pobres,  alcancen  niveles  adecuados  de  competencias  básicas.  En
particular, la idea de que la reprobación es necesaria para que la calidad educativa
no  decaiga,  no  resiste  la  prueba  de  la  investigación  ni  la  de  la  experiencia.  La
calidad,  desde  luego,  no  se  elevará  simplemente  por  dejar  de  reprobar  a  los
chicos  de  resultados  más  bajos;  alcanzar  altos  niveles  de  aprendizaje  exigirá
esfuerzos  sostenidos  por  parte  de  todos  los  actores  involucrados,  incluyendo
antes que nadie a los niños mismos, a la escuela y los maestros, pero también a
los padres de familia y la sociedad, sin cuyo apoyo la calidad no podrá alcanzarse. 
Pese a los avances de la investigación, no es fácil precisar en qué deben consistir
las  estrategias  para  mejorar  los  resultados  escolares  de  alumnos  de  origen
humilde, y este alegato no implica desconocer esa dificultad. Pero sí sabemos que
suprimir la reprobación no deteriorará la calidad, y al menos suprimirá uno de los
obstáculos que se oponen a ella. Marcel Crahay hace una sugerente comparación:
Cuando  los  médicos  renunciaron  a  hacer  sangrías  fue  porque  se  dieron
cuenta  de  sus  efectos  nocivos;  pero  los  médicos  no  disponían  de  los
medios  terapéuticos  que  podrían  tratar  eficazmente  las  enfermedades  que
se  suponía  curaban  las  sangrías.  Simplemente  abandonaron  una  práctica
ineficaz.  Sucede  lo  mismo  con  la  reprobación:  abandonar  esta  práctica
permitiría,  antes  que  nada,  evitar  los  efectos  nocivos  que  puede  producir.
En  seguida,  ello  obligaría  a  la  comunidad  educativa  a  buscar  soluciones
realmente  eficaces  para  apoyar  a  los  alumnos  con  dificultades  de
aprendizaje.  Suprimir  la  reprobación  tendría  el  mérito  enorme  de  obligar  a
que  se  hicieran  importantes  clarificaciones  conceptuales.  Rechazar  las
soluciones falsas es en sí mismo un progreso: en especial, lleva a aceptar
replantear el problema en términos nuevos. (2003: 335-336)
23

Crahay añade que, a la luz de la investigación, valdría la pena hacer la prueba de
adoptar el enfoque de no reprobación en los sistemas que no lo utilizan, ya que no
se ve cuáles efectos negativos podría tener tal medida sobre los alumnos y el nivel
general de aprendizaje… a condición, por supuesto, de que la calidad de la
enseñanza se mantenga equivalente  (2003: 337). Pero el mismo autor señala que
otros  consideran  que  no  es  tan  simple  renunciar  a  las  políticas  de  repetición  ya
que, por escandaloso que parezca, hay que preguntarse si la escuela no necesita
del fracaso para funcionar. (Hutmacher, 1993, en Crahay, 2003: 338)
Aunque la investigación y la experiencia de diversos países indiquen lo contrario,
siempre será posible aferrarse a la  postura tradicional, argumentando que lo  que
funciona  en  un  país  escandinavo  no  es  apropiado  en  el  nuestro.  Esta  postura,
lamentablemente frecuente, lleva a Crahay a plantear una pregunta más profunda:
¿Están dispuestos maestros, alumnos y padres de familia de los países en
donde  la  escuela  funciona  con  repetición  a  dar  sentido  a  una  escuela  sin
repetición?… ¿Es posible imaginar una situación en la que el objetivo y el
motor  del  trabajo  sea  el  aprendizaje  y  el  desarrollo  de  conocimientos  y
competencias? Se trataría de una revolución considerable. Hoy son muchos
los  alumnos,  sobre  todo  en  secundaria,  para  quienes  lo  importante  es
“pasar”, cosa que implícitamente apoyan maestros y padres… En definitiva:
plantear  la  cuestión  de  la  supresión  de  la  repetición  significa  interpelar  el
funcionamiento de todo el edificio escolar… (2003: 338-339)
Las  políticas  que  aceptan  o  no  la  reprobación  se  sustentan  en  dos  filosofías
contrastantes:  la  que  considera  necesario  detectar  tempranamente  las  futuras
élites  sociales  de  un  país,  contraponiéndolas  a  las  masas,  estableciendo  claras
jerarquías de excelencia; y la que busca que todos los alumnos tengan éxito en la
educación básica. Retomando una última vez a Crahay, hay que preguntarse:
La  escuela  no  puede  asumir  plenamente  dos  finalidades  tan  opuestas.  En
última instancia, ¿no le corresponde interpelar a la sociedad y preguntarle si
está  realmente  dispuesta  a  hacer  realidad  el  postulado  de  la  educabilidad
de todos sus niños? (2003: 347)
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