Tenería y nuestros maestros
Luis Hernández Montalvo
Un día por la
mañana, apenas unos minutos antes de las seis horas; Don Ángel Nájera se
presentó al salón de clases para iniciar las lecciones de ética y lógica. En aquellos
días, entre 1970 y 1975, las clases en la Escuela Normal Rural “General Lázaro
Cárdenas del Rio”, de Tenería, estado de México, se iniciaban a las seis de la
mañana, si mi memoria no me traiciona.
Nos extrañó que
a esa hora no fumara. Su barba blanca por completo, había tomado un color café
obscuro por el tabaco. Solo en una clase llegaba a fumar hasta dos cajetillas
de cigarros. Tenía cerca de setenta años, vivía solo en la escuela en compañía
de sus libros. Se puso muy serio y nos dijo:
Palabras más
palabras menos: Jóvenes, quiero que sean testigos de que un hombre de mi edad,
aún puede tener fuerza de voluntad para dejar el vicio del tabaco, se lo que
voy a padecer, por eso traigo mis dulces y fruta, para suplir los cigarros. En los
días que vinieron, fuimos testigos de las crisis de tos que le daban en el
salón, hasta que cesaron. No solo nos hizo testigos de su fuerza de voluntad,
le sirvió de pretexto para tratar asuntos que tenían relación con la ética. Por
él conocimos en explicaciones filosóficas, el origen del pensamiento griego a
partir de la mitología; cada clase era una verdadera cátedra explicada por un
filósofo y maestro de la vieja Escuela Rural Mexicana, una vida ligada a la
Escuela Normal Rural y a la formación de jóvenes profesores en el gusto por la
lectura y por los asuntos filosóficos. Nos explicaba “sobre lo esencialmente
bueno y lo esencialmente malo en los hombres”; entre otros temas. Nuestro maestro
vivió solo sus últimos años, en un hotel, alejado de su familia; él y sus
libros, su apego al conocimiento hasta los últimos minutos de su vida que
perdió arrollado por un carro cerca de
su hotel en la ciudad de México.
Héctor González
González –hasta donde me sea posible, no mencionaré sus apodos por respeto a su
memoria- hasta donde recuerdo, él no me dio clases pero lo escuché en múltiples
ocasiones en los exámenes profesionales de los profesores que regresaban a
cumplir con tal requisito. Por ejemplo, le escuché decir que había participado
en algunos viajes de intercambio académico a las escuelas de Estados Unidos y
no negaba su asombro por los edificios, sus instalaciones deportivas, sus laboratorios,
bibliotecas y lo bien dotados salones de clase; pero también, respondía cuando
le preguntaban: todo está bien, pero yo me quedo con las escuelas de mi país,
con sus maestros, que hacen de una flor
un laboratorio en el salón de clases y valoraba el ingenio de los trabajadores
mexicanos cuando decía: En Estados Unidos, un técnico no trabaja si no tiene su
caja de herramientas y los repuestos; en tanto que el trabajador mexicano,
utilizando su ingenio, improvisa, hasta que tenga las condiciones para trabajar
en el taller. Don Héctor contaba con un prestigio bien ganado en nuestra
escuela, entre los profesores y entre los estudiantes.
Con maestros
como don Héctor, ganamos prestigio entre las normales rurales, en la Escuela
Nacional de Maestros y en la Escuela Normal de Atlacomulco, de donde también
era profesor.
Tal vez,
maestros como los sicólogos Fidencio Bernal Navarro –originario de Zacatecas- y
Ernesto González Morgado, aún jóvenes; nos indicaron el camino de la Psicología
para comprender problemas de la conducta humana, de la Psicología Infantil y de
la enseñanza; de cómo aprenden los niños y cómo debe ser la enseñanza de las
ciencias, pero sobre todo, de la enseñanza de las matemáticas desde el concepto
de número. Sus clases no se reducían a su especialidad, incursionaban con éxito
en asuntos pedagógicos y de la enseñanza en la escuela primaria. Gracias a
ellos; un grupo de estudiantes asistieron al festival de Avándaro y conocimos
con una visión universitaria la ética de la responsabilidad en el trabajo
docente, la tolerancia y el respeto a los que piensan diferente a nosotros, un
lenguaje democrático distinto al que se enarbolaba en las normales rurales de
dogmatismo de izquierda. Eran los días en que varios de nuestros compañeros
abandonaron las aulas normalistas para enlistarse en la guerrilla, unos
simpatizando con Lucio Cabañas, otros con Genaro Vázquez y no faltaron los que
se fueron a la Liga o al Movimiento de Acción Revolucionaria. A varios de ellos
ya no los vimos nunca más.
Del estado de Puebla estaban los profesores
Vicente Cruz Hilario –originario de Xayacatlán de Bravo, Acatlán Puebla- ¿Cuántas
anécdotas tenemos?- maestro de Antropología y estadística, Teoría de Conjuntos,
entre otras materias que impartía. Manuel Carballo, bueno en el manejo de la
didáctica de la enseñanza de las matemáticas en la escuela primaria en la
materia de Lógica y Conjuntos. Otro poblano era Gonzalo Valencia y Aguilar, que
nos impartía Problemas Económicos de México. Moisés Angoa maestro delos laboratorios de Química y Física. En nuestra
memoria, el maestro Florentino, de cuyos apellidos ya no recordamos.
Otros maestros
como Luis (a) Pajarito nos impartió Didáctica; Artemio, nuestro maestro de
Artes Plásticas y de Historia Universal; Luisito, el talabartero; Cirilo Blas
Castillo, maestro de Música –decían ellos; ”maestros de Educación Musical”-; Mario
Alfonso Gordillo Arguello, profesor de Cunicultura y Apicultura; de Carlos
Martínez –por su nariz, el pollito-; de Castañón Santana maestro de
agropecuarias –por su estilo de caminar: “El tacudo”. Del maestro Cesar Juárez
Rivero –el Yuca- que nos impartía las materias de Historia.
Han transcurrido 37 años y nuestra memoria nos
traiciona, pero guardamos la imagen de nuestras maestras, de Toño –el dodo- el
único flojo de los maestros, pero era un experto en la obra de Rosario
Castellanos, buen lector; a Ariel López, hijo del Director Cecilio López
Trujillo.
No puedo pasar
por alto a los directores que conocimos: al profesor Aquiles Guerra Vicente, a
Ángel Avendaño Yescas, y a Cecilio López Trujillo; que ya antes había sido
nuestro director en la Escuela Normal Rural de Champusco, Puebla. Recuerdo las
visitas y la amistad personal con el Supervisor General de Educación Normal, el
maestro Plinio Noguera Salazar.
Humberto,
Gumersindo Toledo Díaz y el que escribe estas notas, en complicidad con la
memoria recordamos las trayectorias de varios compañeros y la influencia de
nuestros maestros en nuestra formación. Gumersindo libra una batalla contra el cáncer,
nos recibe en su casa de Cuernavaca, lo hace con optimismo, con alegría y con
dignidad, esta es su opinión:
Profundizar nuestra
razón de ser se vuelve un ejercicio interesante. Por eso vuelvo la mirada sobre
sus trayectorias de vida y profesionales. ¿Qué hemos hecho, qué dejamos de
hacer? ¿Qué representa ser parte de ese torrente histórico y educativo del que
provenimos? Intento dar respuesta; me parece percibir claramente a sujetos que
juegan el rol de catedráticos, jefes de enseñanza, especialistas en la enseñanza de las
matemáticas, especialistas en letras, directores de escuela, supervisores,
bibliotecarios, músicos, profesores jubilados, funcionarios universitarios,
“prófugos del gis”, empresarios de la educación, empresarios, comerciantes, ex
presidentes municipales, ex regidores, ex diputados, ex dirigentes sindicales,
funcionarios gubernamentales, ex guerrilleros…
Sigo “perdido”
revisando con acuciosidad la historia y revisando detenidamente los conceptos
antropológicos de indígena y campesino, me dan vueltas en la cabeza “veo
visiones, escucho diálogos de personajes”, intento asociarlos a mi vida y a la
de ustedes saber que tienen que ver con nosotros como sujetos. ¿Vasconcelos,
Gamio, Saénz, Aguirre Beltrán, Estado Benefactor, paternalismo autoritario,
redención del indígena, “marchemos agraristas a los campos”?
Recordar a los
que nos formaron para el trabajo docente y modelaron nuestro carácter de
profesores de educación primaria para el medio rural, es un justo homenaje a su
memoria y un pretexto para mostrar mi solidaridad con la familia de “Gunter” (
05-05-2013).
No hay comentarios:
Publicar un comentario