Cada vez es más evidente que democracia y neoliberalismo son incompatibles y mutuamente excluyentes. Para la democracia la educación es un derecho, para el neoliberalismo un producto de mercado. Para los gobiernos democráticos la educación debe ser inversión prioritaria; para el neoliberalismo otra oportunidad de lucrar. Para la democracia la educación debe formar ciudadanos pensantes, para el neoliberalismo lo importante es formar empleados eficientes, competitivos y obedientes.
Por eso hoy la defensa de la democracia está más allá de las urnas y de partidos políticos. Está en las escuelas, en las aulas, en la lucha estudiantil y magisterial por la educación humanista, pública y gratuita; tienen razón los maestros cuando exclaman en sus protestas:
¡El maestro luchando también está enseñando!
“Pese a quienes nos descalifican, los maestr@s tenemos que celebrar que nuestra profesión tiene sentido –dice el maestro Delfino Teutli–, pues no obstante el contexto de hoy plagado de incertidumbres y realidades preocupantes, nosotros seguimos siendo la opción social y humanista en la esperanza de construir un mundo mejor por la vía de nuestra acción formadora y transformadora.”
Es ingenuo suponer que los gobiernos se equivocan y que mejor informados podrían corregir sus planes. Ellos saben bien lo que están haciendo con su mal llamada reforma educativa: obedecen a la OCDE con su visión colonial, porque no les interesan ni los niños ni los maestros ni mucho menos que haya escuelas que formen ciudadanos para vivir en democracia; interesa la
educacióncomo forma de control, de estandarización de maestros y alumnos y como botín político y económico: mienten al decir que no quieren privatizar la educación. Mienten siempre.
Toca entonces a los maestros y a la sociedad civil defender y tener claridad acerca de ¿cuál es el perfil del alumno que requiere la democracia?
Educar es formar y no sólo informar y entrenar. En la educación básica, la información debe ser el medio y no el objetivo; debe jugar el papel de instrumento para desarrollar las facultades intelectuales. Por ello, más que maestros sabelotodo se necesitan en el aula profesores sensibles, críticos, lúdicos, hábiles en la búsqueda y manejo de información; capaces de transmitir valores de respeto y dignidad, y de estimular la creatividad y el gusto por el conocimiento. Es lo que se debe evaluar.
Porque la competencia promueve el individualismo y a la vez inhibe la empatía –fundamental para la democracia–, los exámenes y las calificaciones son perniciosos: aprisionan y debilitan el pensamiento y la creatividad de alumnos y maestros.
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