La lamentable editorial del periódico El País del pasado 15 de julio llevaba por título Obrador es un lastre. Y si prefieren ahorrarse el coraje de leerla, sólo decirles que afirmaba cosas como que la jornada electoral del pasado primero de julio fue el resultado de “un proceso en el que no hay evidencia de irregularidades a gran escala.” O que AMLO es “un hombre dos veces derrotado, con tendencia al victimismo conspiratorio”. A lo que muchos replicarían que tal vez AMLO sea “un hombre dos veces ganador”. Lo que, finalmente, está por verse. Porque seamos o no obradoristas, perredistas, manifestantes o agentes activos de este movimiento esperanzador que está sacudiendo la conciencia, sobre todo, de muchos jóvenes de México, tenemos el derecho a estar seguros y a observar de cerca y con cautela un proceso electoral que nos incumbe a todos.
Quiero pensar que no es necesario recordar a los editorialistas de El País que aquí hemos tenido y tenemos motivos para dudar y que por tanto nuestra certeza necesita ser distinta a la de otros países con democracias más establecidas. Pero El País simplemente parece obviar este hecho y desacredita a los seguidores de Obrador llamándolos populistas –cuando lo propio sería referirse a todos ellos como simpatizantes de la izquierda–. Porque llamar “populistas” a los simpatizantes de Obrador equivaldría a llamar “fachos” a los votantes del PAN, por poner un ejemplo. Y eso es algo que el periódico español no ha hecho ni creo que se atreviera a hacer. Lo que podría llevarnos a deducir, fácilmente, que el descrédito sistemático del periódico español a López Obrador es maniqueo e intencionado.
Casi pareciera que personal.
Es por todo esto que nos cuesta creer que Obrador es un lastre obedezca tan sólo a un criterio editorial, cuando su tono y su desprecio no son propios de un espacio de opinión sino de juicio (y de prejuicio.) Y porque además esta impunidad con que desacreditan el proceso electoral mexicano (legítimamente pendiente de resolución) nos recuerda a la soltura con que declararon a Enrique Peña Nieto legítimo ganador de las elecciones apenas una hora después de que cerraran las urnas aquí en México. Por eso no les debería de extrañar que algunos miembros de #YoSoy132 Barcelona se manifestaran ante sus oficinas. O que a muchos de nosotros nos cueste leer la línea editorial de El País sin pensar que hay otros intereses detrás.
Y eso, de algún modo, casi nos entristece. Aunque cada vez de forma más remota.
El País fue un periódico de referencia (que por inercia y capacidad de trabajo sigue siendo) en el que muchos de nosotros confiamos no sólo para informarnos sino para formar parte, en ciertos periodos de la historia reciente española pero también latinoamericana, de la construcción de una conciencia crítica y social mejor. Más implicada, más informada, más preparada. Es decir: más libre. Y hoy nos cuesta creer que ese mismo medio sea el que critique sistemáticamente el justo reclamo de López Obrador, pero también de muchos ciudadanos que aquí y en el extranjero exigen una democracia más justa, más plural y más participativa para México. Que son, de hecho, los mismos ideales sobre los que se erigió el periódico español hace años. La conciencia crítica sobre la que construyó el poder mediático de que ha gozado casi desde entonces.
Pero además, el insultante tono de Obrador es un lastre no es únicamente un intento de absurda descalificación de una figura política sino también de todos nosotros. Porque López Obrador, así como los ciudadanos de México que hoy le reclaman al PRI sus métodos de represión y concierto, no está solo. Hay cientos, miles de personas alrededor del mundo manifestándose y reuniéndose en asambleas y foros de discusión. Por México. Es decir: por un México mejor. Que no significa forzosamente un México perredista –sino literalmente un México mejor–. Un país en cuyas instituciones y cuyos métodos electorales podamos confiar. Un país en el que sepamos algo tan básico para construir una democracia sólida como que nuestro voto, cuenta.
Especialmente, hoy.
En este México ante el que casi resulta insultante tener que recordar que 2006 y 2012 son dos momentos distintos. Que hoy nosotros somos ciudadanos distintos. Que México ha cambiado mucho. Hay más jóvenes (lo que significa: más jóvenes sin oportunidades), hay más violencia y hay más miedo. Tres factores fundamentales para nuestro presente. Y aún así, miles de personas han desafiado sus temores, su desconfianza y su apatía, y han salido dentro y fuera del país a reclamar lo que les corresponde. Algunos contra el fraude, algunas por su derecho a la participación, otras para reclamar la (no) intervención de los medios masivos de comunicación, otras porque creen que son ciudadanos con derechos y su voz cuenta. Y cuenta. Porque está generando un diálogo que crece y que incluye a mucha gente distinta, que están aprendiendo a escucharse, aprender los unos de los otros y avanzar juntos. Y ante un movimiento como éste, ante el momento que ha sido este viento que nos ha despeinado a todos, decir que los otros partidos también compraron votos (que sin duda así ha sido) o que López Obrador es un revoltoso, no sirve. Por un lado porque estamos hartos de la crítica simplista y malintencionada del pensamiento de izquierda. Por otro lado porque los que condenan la compra de votos del PRI estoy segura que, en su mayoría, condenarían cualquier compra de votos –porque aunque como sociedad nos esté costando entenderlo no están trabajando para el Peje sino por la democracia–. Y finalmente porque no ayudan a avanzar, a pensar ni a comunicarnos –como ha quedado demostrado con esta impúdica editorial de El País–. Y esta cerrazón, para el objetivo común, hermoso y urgente, de construir un país más justo, no aporta, sino que cataloga.
Trata de decirnos qué pensar, cómo, qué no estamos viendo.
Desconfía, una vez más, de nuestra capacidad ciudadana de creernos capaces de construir un México mejor: más seguro, con más oportunidades, más ecuánime.
Y ningunea, finalmente, nuestra capacidad de ser responsables y consecuentes.
Y eso me lleva a preguntarme qué sucedería si en España aparecieran evidencias de compra de votos, tráfico de la pobreza, silencio de los medios ante las protestas sociales o manipulación mediática así, así de descarada. Me pregunto qué dirían de estos métodos los periódicos que hoy se han hecho cómplices de una clara intención política y dirigida de pasar página a este momento, insultando impunemente a un ciudadano que ejerce su derecho constitucional a reclamar y a quien acompañan miles de ciudadanos más.
Pero me pregunto también, con tristeza, si a quienes escriben con esta poquísima empatía sobre lo que está sucediendo en México, se les ha ocurrido pensar que más allá de los fraudes electorales, o no, el regreso del PRI supone para muchos activistas, periodistas amenazados y víctimas potenciales de esta guerra del narco que hoy nos tiene amenazados un motivo de temor producto de la larguísima historia de pactos con el crimen organizado que en nuestro imaginario representan los gobiernos priístas.
Y creo que deberían tomar todo esto en cuenta y pensar más allá de un hombre. Me escandaliza que no se escandalicen con las consecuencias de la manipulación. Y dudo que ante una situación como la que hoy atravesamos, no quisieran, ellos también, estar absolutamente seguros de lo que nos han dicho es verdad. O, cuando menos, si no preferirían estar medianamente seguros de que sus instituciones les van a responder. O ya de últimas: cómo reaccionarían si la ciudadanía no tuviera el derecho de ocupar el espacio público para reclamar justicia sin ser tan impunemente catalogada, ninguneada e insultada.
Es más: bastaría con que recordaran qué hicieron ellos cuando en España se estaba construyendo esta democracia que hoy también huele a podrido. Tal vez con una recapitulación bastaría para dejar de insultar y tratar de colaborar en este momento que ellos parece olvidar que, a su modo y en otro contexto, también vivieron. Sinembargo, LOS ESPECIALISTAS.
Quiero pensar que no es necesario recordar a los editorialistas de El País que aquí hemos tenido y tenemos motivos para dudar y que por tanto nuestra certeza necesita ser distinta a la de otros países con democracias más establecidas. Pero El País simplemente parece obviar este hecho y desacredita a los seguidores de Obrador llamándolos populistas –cuando lo propio sería referirse a todos ellos como simpatizantes de la izquierda–. Porque llamar “populistas” a los simpatizantes de Obrador equivaldría a llamar “fachos” a los votantes del PAN, por poner un ejemplo. Y eso es algo que el periódico español no ha hecho ni creo que se atreviera a hacer. Lo que podría llevarnos a deducir, fácilmente, que el descrédito sistemático del periódico español a López Obrador es maniqueo e intencionado.
Casi pareciera que personal.
Es por todo esto que nos cuesta creer que Obrador es un lastre obedezca tan sólo a un criterio editorial, cuando su tono y su desprecio no son propios de un espacio de opinión sino de juicio (y de prejuicio.) Y porque además esta impunidad con que desacreditan el proceso electoral mexicano (legítimamente pendiente de resolución) nos recuerda a la soltura con que declararon a Enrique Peña Nieto legítimo ganador de las elecciones apenas una hora después de que cerraran las urnas aquí en México. Por eso no les debería de extrañar que algunos miembros de #YoSoy132 Barcelona se manifestaran ante sus oficinas. O que a muchos de nosotros nos cueste leer la línea editorial de El País sin pensar que hay otros intereses detrás.
Y eso, de algún modo, casi nos entristece. Aunque cada vez de forma más remota.
El País fue un periódico de referencia (que por inercia y capacidad de trabajo sigue siendo) en el que muchos de nosotros confiamos no sólo para informarnos sino para formar parte, en ciertos periodos de la historia reciente española pero también latinoamericana, de la construcción de una conciencia crítica y social mejor. Más implicada, más informada, más preparada. Es decir: más libre. Y hoy nos cuesta creer que ese mismo medio sea el que critique sistemáticamente el justo reclamo de López Obrador, pero también de muchos ciudadanos que aquí y en el extranjero exigen una democracia más justa, más plural y más participativa para México. Que son, de hecho, los mismos ideales sobre los que se erigió el periódico español hace años. La conciencia crítica sobre la que construyó el poder mediático de que ha gozado casi desde entonces.
Pero además, el insultante tono de Obrador es un lastre no es únicamente un intento de absurda descalificación de una figura política sino también de todos nosotros. Porque López Obrador, así como los ciudadanos de México que hoy le reclaman al PRI sus métodos de represión y concierto, no está solo. Hay cientos, miles de personas alrededor del mundo manifestándose y reuniéndose en asambleas y foros de discusión. Por México. Es decir: por un México mejor. Que no significa forzosamente un México perredista –sino literalmente un México mejor–. Un país en cuyas instituciones y cuyos métodos electorales podamos confiar. Un país en el que sepamos algo tan básico para construir una democracia sólida como que nuestro voto, cuenta.
Especialmente, hoy.
En este México ante el que casi resulta insultante tener que recordar que 2006 y 2012 son dos momentos distintos. Que hoy nosotros somos ciudadanos distintos. Que México ha cambiado mucho. Hay más jóvenes (lo que significa: más jóvenes sin oportunidades), hay más violencia y hay más miedo. Tres factores fundamentales para nuestro presente. Y aún así, miles de personas han desafiado sus temores, su desconfianza y su apatía, y han salido dentro y fuera del país a reclamar lo que les corresponde. Algunos contra el fraude, algunas por su derecho a la participación, otras para reclamar la (no) intervención de los medios masivos de comunicación, otras porque creen que son ciudadanos con derechos y su voz cuenta. Y cuenta. Porque está generando un diálogo que crece y que incluye a mucha gente distinta, que están aprendiendo a escucharse, aprender los unos de los otros y avanzar juntos. Y ante un movimiento como éste, ante el momento que ha sido este viento que nos ha despeinado a todos, decir que los otros partidos también compraron votos (que sin duda así ha sido) o que López Obrador es un revoltoso, no sirve. Por un lado porque estamos hartos de la crítica simplista y malintencionada del pensamiento de izquierda. Por otro lado porque los que condenan la compra de votos del PRI estoy segura que, en su mayoría, condenarían cualquier compra de votos –porque aunque como sociedad nos esté costando entenderlo no están trabajando para el Peje sino por la democracia–. Y finalmente porque no ayudan a avanzar, a pensar ni a comunicarnos –como ha quedado demostrado con esta impúdica editorial de El País–. Y esta cerrazón, para el objetivo común, hermoso y urgente, de construir un país más justo, no aporta, sino que cataloga.
Trata de decirnos qué pensar, cómo, qué no estamos viendo.
Desconfía, una vez más, de nuestra capacidad ciudadana de creernos capaces de construir un México mejor: más seguro, con más oportunidades, más ecuánime.
Y ningunea, finalmente, nuestra capacidad de ser responsables y consecuentes.
Y eso me lleva a preguntarme qué sucedería si en España aparecieran evidencias de compra de votos, tráfico de la pobreza, silencio de los medios ante las protestas sociales o manipulación mediática así, así de descarada. Me pregunto qué dirían de estos métodos los periódicos que hoy se han hecho cómplices de una clara intención política y dirigida de pasar página a este momento, insultando impunemente a un ciudadano que ejerce su derecho constitucional a reclamar y a quien acompañan miles de ciudadanos más.
Pero me pregunto también, con tristeza, si a quienes escriben con esta poquísima empatía sobre lo que está sucediendo en México, se les ha ocurrido pensar que más allá de los fraudes electorales, o no, el regreso del PRI supone para muchos activistas, periodistas amenazados y víctimas potenciales de esta guerra del narco que hoy nos tiene amenazados un motivo de temor producto de la larguísima historia de pactos con el crimen organizado que en nuestro imaginario representan los gobiernos priístas.
Y creo que deberían tomar todo esto en cuenta y pensar más allá de un hombre. Me escandaliza que no se escandalicen con las consecuencias de la manipulación. Y dudo que ante una situación como la que hoy atravesamos, no quisieran, ellos también, estar absolutamente seguros de lo que nos han dicho es verdad. O, cuando menos, si no preferirían estar medianamente seguros de que sus instituciones les van a responder. O ya de últimas: cómo reaccionarían si la ciudadanía no tuviera el derecho de ocupar el espacio público para reclamar justicia sin ser tan impunemente catalogada, ninguneada e insultada.
Es más: bastaría con que recordaran qué hicieron ellos cuando en España se estaba construyendo esta democracia que hoy también huele a podrido. Tal vez con una recapitulación bastaría para dejar de insultar y tratar de colaborar en este momento que ellos parece olvidar que, a su modo y en otro contexto, también vivieron. Sinembargo, LOS ESPECIALISTAS.
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