Hombre de México
I
Algo
oscuro ha pasado por el cielo de México.
Está
herida la tierra
y en
los labios del viento
silba
el agudo filo de antigua profecía.
El
horizonte ahoga un paisaje de alas
ceñido
en ondulantes anillos de serpiente.
¡Águila
deshojada!
Un
sueño de poetas llora un sueño de héroes.
Algo
ha sabido el agua de litorales libres;
la
nave de la espuma
hace
viajes de alarma entre azules y grises.
Inmóviles
metales conspiran en la sombra.
Batallones
de árboles manifiestan sus brazos.
La
noche vigilante se apresta para el alba.
¿En
dónde estás creciendo, silencioso gigante?
¿Qué
paisaje florece distancia en tu mirada?
¿Qué
sombras te transitan? ¿Qué verdades te hablan?
Nutrido
de hambres públicas,
de
olvidos de ceniza,
de
espinas colectivas,
de
muchedumbres-lágrimas.
¡Ya
levántate y surge!
Ya
congrega y trasciende
esta
imposible angustia panorámica.
Múltiple
voz eleva sus hojas verticales
clamando
por el fruto maduro de tu frente.
¡Desolada
bandera! Otra vez Patria suave...
Ya
vienen otra vez los mercaderes.
II
Ya
vienen a llevarse tu riqueza,
tus
cándidos tesoros,
tu
color solferino,
tu
morado rabioso
y únicos en el mundo,
los ojos de tus niños
Ven
a cumplir tu entero destino, sombra clara;
te
invocamos anónimo y auténtico,
hermano
sin ayer y sin mañana.
¡Ven
a morirte, Hombre de México!
Te
espera la impaciencia,
los
encuentros te buscan,
arden
las multitudes,
se
queman las palabras.
Surge
ya, ¡capitán de la angustia!
Te
llama la voz verde de las cañas.
IV
Por
este barro en marcha que somos,
por
el amor del agua,
por
la muerte del árbol inocente
y su
cosecha trágica.
Por
tu serena dignidad de cacto
erguido
en los desiertos de la sed,
tu
corazón de tuna colorada,
y tu
canción de miel.
Por
el incomprendido desorden de tus sueños
allí,
de donde parten los caminos de sal,
por
la lluvia vendida,
por
el pan traicionado,
por
los ojos nocturnos del jacal.
Por
el sol,
por
la nube,
por
la flor,
por
la palabra “Tierra”,
por
la voz “Libertad”,
por
los dioses de elote del cañaveral.
V
México,
abre los brazos, ¡crécelos!
–mar
que has purificado los ríos de otras aguas–
acoge
nuestra voz.
¡Recíbela!
¡Levántala!
Y
coloca tu cifra de justicia
en el cielo más alto
del amor.
Abre
tu antiguo rostro golpeado de infinito,
el
volcán de tu entraña,
tu
potencia de abismo azul.
Alcanza
los contornos morenos de la raza,
desnuda
las tinieblas,
multiplica
las flechas de la luz.
Crece
los brazos, ¡crécelos más!
Y en
un himno de cumbres liberadas que crispe el huracán,
irrumpan
el espacio de la Indoamérica
las
palomas de azúcar de la paz.
(Humanos paisajes, 1953).
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