Razonar el voto
Los analfabetos que habitan las áreas más pobres, según Ralph Dahrendorf en La cuadratura del círculo, no tienen perspectivas políticas, carecen de herramientas para la organización civil y por lo general están indefensos ante los poderosos; son presuntos ciudadanos, no ciudadanos plenos.
Carlos Ornelas*
Desde que estaba en primaria aprendí que una parte importante de la educación cívica era ejercer el voto. Recuerdo que, en segundo de secundaria, el maestro de civismo, un abogado de mi ciudad, trataba de inculcarnos que el voto es un derecho y una obligación de los ciudadanos y que se debería ejercer en conciencia de acuerdo con análisis que se hicieran de las plataformas de partidos y candidatos. Es una paradoja que lo enseñara cuando el predominio del PRI era absoluto y él era un militante de ese partido.
Creo que desde entonces entendí lo del voto razonado y siempre traté de ejercerlo conforme a mi conciencia. En 1976 estampé en la boleta el nombre de Valentín Campa, no porque fuera yo comunista, sino porque representaba una corriente de aire fresco. En 2000 y 2006 tuve opciones socialdemócratas con Rincón Gallardo y Patricia Mercado, y voté convencido por las planillas de los partidos que los postularon, aunque algunos candidatos a otros puestos no me gustaran.
En una tertulia de amigos, en días pasados, coincidí con Roy Campos, que algo sabe de elecciones y votos. Él arguyó, contundente, que no hay voto racional, que todos los sufragios son emocionales. Es más, afirmó que quienes razonan (y publican su razonamiento) en realidad lo hacen para justificar una decisión que responde a motivaciones anímicas. La aseveración de Campos me dejó algo turbado. También comentó que la mayoría de los que se declaran indecisos en las encuestas de opinión, son los que no van a votar.
La turbación proviene porque justo por esos días trataba de razonar mi voto. Caigo entre los que no se identifican con partido político alguno, no encuentro nada edificante en su actuación: la pura defensa de sus intereses. He dado seguimiento a las campañas, me centro en las propuestas que los candidatos y la candidata hacen acerca de la educación y contrasto sus dichos con sus prácticas conocidas; y todavía no decido por quién votaré. Nadie me persuade y pienso con honestidad que votar por el mal menor no es una opción de ciudadanía responsable.
Ahora sí estoy en un dilema. Si me dejo convencer por Roy Campos, no vale la pena pensar tanto, votaré por quien mueva mis sentimientos (o contra quien los afecte). El voto nulo tampoco me convence, creo que el mensaje que envía es ambiguo y tal vez alguien trate de capitalizarlo a su favor. Quizá mi voto sea útil, pero no sé para qué o para quién.
A lo mejor no estoy solo en estas dudas. Creo que fui catequizado para el civismo y el ejercicio de la ciudadanía, pero no hay candidato que me llene el ojo; les veo más defectos que virtudes. Quadri no es más que un vicario de Elba Esther Gordillo. López Obrador me infunde desconfianza por sus mentiras flagrantes. Josefina Vázquez Mota se nota débil frente a la señora Gordillo y Enrique Peña Nieto parece que la quiere a su lado, al menos hasta la semana que viene.
Como estoy seguro de que el problema principal no es la señora Gordillo, sino el sistema corporativo en que se basa su poder y ninguno de los candidatos contempla en su programa desmantelar esa rémora, si quieren mi voto tendrán que hacer un planteamiento sólido al respecto. Desconfío de los que hablan de la democracia sindical, pero sin tocar el orden institucional que permite que los líderes sindicales se hagan eternos en los puestos.
Mi ánimo todavía no me empuja a decidir. Pero continúo el intento de razonar mi voto; votaré por quien vea más cercano a reformas que nos alejen del corporativismo y conduzcan a una democracia plena; una de ciudadanos, no de sectores. Depositaré mi sufragio el domingo temprano.
*Académico de la UAM
Carlos.Ornelas10@gmail.com
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