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miércoles, 19 de septiembre de 2012

El episcopado católico y la educación Carlos Martínez García

 
Ls obispos católicos tienen muy claros sus objetivos. A menos de tres meses del cambio en el gobierno federal –se va Felipe Calderón y llega Enrique Peña Nieto–, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) ha dado a conocer la carta pastoral Educar para una nueva sociedad: reflexiones y orientaciones sobre la educación en México. No es casual el tiempo político elegido por la CEM para posicionarse en el debate sobre el tema educativo.
El documento tiene como epígrafe una frase de Juan Pablo II, extraída de un discurso dado en la Unesco en 1980. Es una de esas expresiones generales, con las que difícilmente se puede estar en desacuerdo. La transcribo: La educación consiste en que el hombre llegue a ser más hombre, que pueda ser más y no sólo que pueda tener más, y que, en consecuencia, a través de todo lo que tiene, todo lo que posee, sepa ser más plenamente hombre. Está descrito el qué de la educación; la cuestión es el cómo llegar al objetivo trazado.
La carta pastoral, de 130 páginas, empieza afirmando que la educación es una responsabilidad compartida por todos en la sociedad. En esta visión tienen que articularse las familias, las escuelas y el Estado. Dicho así suena bonito, pero si leemos cuidadosamente la propuesta encontramos que no se trata de reconocer, por parte de la Iglesia católica, una responsabilidad compartida, sino de afirmar que es necesario el tutelaje educativo de la institución eclesiástica. Porque, según los obispos, todos los actores sociales están desorientados, menos ellos. He aquí una muestra: Es nuestra obligación, como sucesores de los apóstoles, dirigir palabras de verdad a un pueblo que vive horas aciagas y que, al no encontrar salida, corre peligro de perder sus valores de identidad, profundamente cristianos.
Por no ser el presente artículo sobre eclesiología, dejamos de lado el asunto de que los obispos son sucesores de los apóstoles, cuestión muy debatida y debatible. De que el pueblo mexicano vive horas aciagas no hay duda. De que para encontrar una salida a tal condición ande sediento de orientaciones por parte de los obispos, eso es otra cosa. La creciente diversificación religiosa existente en el país indica que millones de mexicanos y mexicanas están buscando respuestas a sus problemáticas en otros lados.
A la Iglesia católica no le queda más que continuar afirmando su verdad histórica sobre México: era un país cristiano que por los ataques del liberalismo decimonónico ha ido perdiendo esa identidad primigenia. De ahí que siga subrayando que los de México son valores de identidad profundamente cristianos. Pero, nos preguntamos, ¿lo han sido, lo son? Esta es otra discusión interesante. Desde el mismo siglo XVI, y según la perspectiva de un pequeño número de sacerdotes católicos, hubo más un proceso colonizador que depredó lo que hoy es México, iniciado con la conquista española, y menos una cristianización acorde con los principios del evangelio.
Las encendidas predicaciones y enjundiosos escritos de Bartolomé de las Casas (1484-1566) combatieron denodadamente la idea defendida por quienes concibieron la conquista violenta de México como bendición divina, entre otros por el filósofo y jurista Juan Ginés de Sepúlveda. Al terminar formalmente el régimen colonial –pero de todos modos la influencia política, económica y cultural de la Iglesia seguía prácticamente incólume–, personajes como el sacerdote José María Luis Mora fueron combatidos por el clericalismo de entonces debido a su propuesta de que era necesaria la separación Iglesia (católica)-Estado. Mora critica severamente la cerrazón clerical que prohíbe el libre examen y la lectura de la Biblia y escribe, en julio de 1829, que esa actitud se debe a que México es un país educado en la intolerancia. ¿Y para entonces, qué institución había sido el principal agente educativo?
La catástrofe educativa mexicana no se debe a que sea un sistema preponderantemente laico y excluyente de la educación religiosa. La posición contraria es la sostenida por el Episcopado Mexicano; se entrevera en el documento la postura de que en México hubo una época dorada, cuando la Iglesia católica tenía el poder, y que después todo ha sido erosión de aquel tiempo idílico. Como todo está en crisis, los obispos ofrecen la supuesta estabilidad y fortaleza ética de la Iglesia católica. De ahí que propongan la necesidad de comenzar a impartir educación religiosa en los centros escolares públicos.
Los intentos clericales por ganar terreno en el sistema educativo no pudieron consolidarse como deseaban en los dos gobiernos federales del PAN, pese a la cercanía ideológica entre la visión del CEM y los valores de Vicente Fox y Felipe Calderón. Las intentonas se encontraron con un espíritu laico diseminado en la sociedad mexicana de forma más fuerte que la estimada por los sectores conservadores. Ahora los obispos se posicionan para ver si con Peña Nieto pueden obtener lo frustrado en los regímenes panistas. Quieren una reforma constitucional que debilite la laicidad del sistema educativo. Bajo la premisa de mayor libertad religiosa, quieren maniatar conquistas históricas del Estado mexicano.
Ya lo hemos escrito antes, pero lo volvemos a escribir, dada la insistencia de que otros le solucionen un problema que podría resolver en sus propios espacios: la Iglesia católica busca que el Estado le haga bien la tarea que ella ha hecho mal. Busca feligresía cautiva, que ha sido incapaz de atraer por sí misma a sus terrenos.

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