La base biológica de la espiritualidad
2012-09-07
Hemos
afirmado anteriormente en estas páginas que el espíritu representa la dimensión
de lo humano profundo. La espiritualidad, que de él se deriva, es un modo de
ser, una actitud fundamental, vivida en la cotidianidad de la existencia: en el
arreglo de la casa, en el trabajo de la fábrica, conduciendo, conversando con
amigos. De repente, irrumpe como un relámpago de algo más profundo e
inexplicable. Es el espíritu que se anuncia. Las personas pueden conscientemente
abrirse a lo profundo y lo espiritual. Entonces se vuelven más centradas,
serenas e irradiadoras de paz. Propagan una extraña vitalidad y entusiasmo
porque tienen a Dios dentro de sí. Este Dios interior es amor, el cual en las
palabras de Dante al final de cada libro de la Divina Comedia “mueve los cielos
y las estrellas”, y nuestros propios corazones, añadimos nosotros.
Dicen
investigaciones científicas que esta profundidad espiritual tiene una base
biológica. Estudios realizados al final del siglo XX y dirigidos por los
neurobiólogos Michael Persinger y Ramachandran, por el neurólogo Wolf Singer y
por el neurolinguista Terrence Deacon, además de por técnicos usando scanners
modernos para hacer imágenes cerebrales, detectaron lo que ellos llamaron «el
punto Dios en el cerebro» (God Spot o God Module).
Personas que en sus
vidas han dado un espacio significativo a lo profundo, a lo espiritual, revelan
en los lóbulos frontales del cerebro una excitación detectable por encima de lo
normal. Estos lóbulos están ligados al sistema límbico, el centro de las
emociones y los valores. Ahí se da una concentración en aquello que tales
científicos llamaron «mente mística» (mystical mind). Tal estimulación
del ‘punto Dios’ no está ligada a una idea o a algún pensamiento objetivo. Es
activado siempre que la persona se siente envuelta emotivamente en los contextos
globales que confieren sentido a la vida o cuando, de forma autoimplicada, se
refiere a lo Sagrado, a temas religiosos o directamente a Dios. Se trata de
emociones y no de ideaciones, de factores ligados a experiencias de gran sentido
que implican una percepción del Todo y de algo incondicional.Estudios más recientes indican que puede haber de hecho no solamente una sino mucha regiones del cerebro estimuladas por la experiencia de totalidad y de sacralidad. Eso indica que el ‘punto Dios’ puede ser, en realidad, una ‘red de Dios’ que comprende zonas normalmente asociadas a emociones profundas y cargadas de significado. Otros investigadores como Eugene D’Aquili y Andrew Newberg llamaron a esta realidad, como hemos mencionado antes, «mente mística».
Esta mente mística pertenece al proceso más general, antropogénico-cosmogénico. Ella representa una mejora evolutiva de la especie homo. Así como externamente estamos dotados de sentidos por los cuales aprehendemos la realidad a través del oído, de la vista, del tacto y del olfato, de igual manera estaríamos internamente enriquecidos con un órgano mediante el cual captamos el Misterio del Mundo, nos hacemos sensibles a aquella Energía poderosa y amorosa que recorre de punta a punta todo el universo y que subyace a nuestra existencia. Las tradiciones religiosas la llamaron Dios.
Si está en nosotros, y nosotros somos parte del universo, entonces significa que esta inteligencia espiritual constituye una propiedad del propio universo. Sólo porque está en el universo puede estar en nosotros. Por esta razón la filósofa y física cuántica Danah Zohar y el psiquiatra Ian Marshall afirman que el ser humano no está solamente dotado de inteligencia intelectual y emocional, sino también de inteligencia espiritual. Ésta es un dato de la realidad con el mismo derecho de ciudadanía que la libido, la autoafirmación, la inteligencia y el amor (QS: inteligência espiritual, Record 2000).
Hoy, más que antes, se hace urgente dar relieve a la inteligencia espiritual porque vivimos en una cultura entorpecida por el materialismo y por el consumismo inducido. El efecto de este modo de ser está bien relatado por la literatura contemporánea: sentimientos de náusea (Sartre), de estar-de-sobra (Marcel), de alienación (Marx), de “desamparo-abandono” (Heidegger), de extranjeros en la propia patria (Camus). En una palabra, padecemos graves enfermedades de sentido como denunciaron los psicoanalistas Rollo May y Victor Frankl. Todo esto porque embotamos la inteligencia espiritual.
La
espiritualidad nos ayuda a salir de esta cultura enferma y agonizante. La
integración de la inteligencia espiritual con las otras formas de inteligencia
̶ intelectual y emocional ̶ nos abre a una comunión amorosa con todas las cosas
y a una actitud de respeto y de reverencia ante todos los seres, mucho más
antiguos que nosotros. Sólo así, podremos reintegrarnos en el Todo, sentirnos
parte de la comunidad de vida y acogidos como compañeros en la gran aventura
cósmica y planetaria.
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