Un taxista queriendo
golpear a un particular, personas amontonadas en una esquina evitando que un
policía se lleve a una señora que salió desde temprano a vender los escasos
tomates del huerto; policías cuidando estacionamientos de las grandes
empresas; también personas molestas que maldicen entre dientes mientras se
atraviesan entre los campamentos.
Ayer llegaron payasos
al parque de frente, mucha gente se divertía con las travesuras, por un momento
noté que les éramos indiferentes. Hace unos minutos llegó una paloma, recoge
migajas que se cayeron del almuerzo, la contemplo y mis ojos cristalinos recuerdan
tus palabras: – ¡Hijo aunque sea maestro que seas! Ya ves acá la vida es
difícil, la vida es muy difícil en el campo y cada día hay menos que comer. Tu
papá quiere que estudies pues, que seas alguien en la vida.
De vez en vez
asomabas la cabeza al horno de barro que se encontraba en medio de tu cocina,
te mojabas la mano y con una velocidad sorprendente jalabas las tortillas y las
acomodabas junto a mi plato sin dejar de hablar. –Es bonito que en el pueblo te
quieran, mira al profe Raúl, al profe Soriano, al profe Fernando, la gente los
respeta, son hombres letrados, buenos, respetables. No te faltará un plato de
comida en tu mesa, acá tenemos poquito, pero siempre alcanza pa’ regalar un
bocado a los maestros.
Si hay una necesidad
escriben en papel para dar a entender qué queremos, solicitaron que se
construyera una escuela pa’ que ya no se mojaran. ¿A poco no te acuerdas de tu
escuela de palma? Siempre se mojaban cuando llovía, ahí salíamos a taparlos
cuando ya comenzaba el chubasco. ¿No viste el otro día como lo abrazaban, le
daban palmadas, le aplaudían porque gracias a ellos logramos que nos llegara la
ayuda después de las inundaciones? ¡Hay respeto del pueblo para ellos
hijo! Un maestro siempre deja huella por donde pasa, acá un maestro es respetado.
A ustedes los están ayudando para que no se queden como nosotros, mira que ya
sabes leer. ¡Qué bonito siento en mi corazón hijo! No que yo, que ni la O por
redonda conozco.
Me gustaba
escucharte, había momentos en que me transportabas a lugares desconocidos,
soñaba con ser ese “alguien” que tu decías. La verdad nunca supe de otra
profesión, lo único que conocía a mis escasos siete años era a mis maestros, y
aunque nunca dije nada, mis ojos se iluminaban imaginándome todo un MAESTRO.
¡Come hijo! Apúrate
pa’ que no llegues tarde que ya mero tocan la campana… Yo sonreía mientras te
observaba. Nunca hice ninguna lectura de esa alegría que se dibujaba en tu
rostro, sólo sentía que ese sueño tuyo se colaba hasta mis tuétanos, era como
si tu mano de fuego recién salido del horno la pusieras sobre mi pecho y
encendiera mi cuerpo completo. Ahora que me encuentro rodeado de soldados, que
la gente nos señala, que hay comunicados obscenos, que nos miran con
indiferencia, con coraje, con rabia, incluso con desprecio, busco en lo
profundo de mi pecho esa chispa que encienda mis ojos ante tanta injusticia
para seguir de frente el ideal del maestro que me enseñaste desde niño.
Pero
pierdo mis fuerzas, mis esperanzas se desploman con esta lluvia de junio, mi fe
sólo se sostiene por la fuerza de mis hermanos, los mismos que bajo la lluvia,
el sol y la ceguera del gobierno siguen de pie frente a un monumento histórico
de la revolución que sangra los ideales que siguen en deuda. Y me pregunto
Madre mía, Madre Patria: –¿Dónde está ese pueblo que prometiste, ese pueblo que
siempre abrazaría a sus maestros? –¿Qué malvado ángel o demonio puso a un
pueblo completo en contra de sus ideales, de sus maestros? –¿En qué momento
permitiste Madre mía, Patria mía, que la educación de tu pueblo se midiera con
estándares de calidad, con programas de evaluación, con ocurrencias de
organismos internacionales?
–¿En qué momento
permitiste Patria mía que tu educación se prostituyera con iniciativas de la
empresa privada? –¿En qué momento Madre mía, Patria mía permitiste que el
extraño sembrara su nueva ideología educativa: calidad total, medición del
tiempo, consumo, productividad? No tengo respuestas, sólo el silencio que invade
mi cuerpo, el frío que se cuela mientras observo el rostro de mis hermanos.
Estamos cansados, los víveres escasean, en este instante me gustaría tenerte a
mi lado para que nos regalaras de tus memelas, que nos expresaras tu
pensamiento. Estoy seguro Madre mía, que tus palabras serían de gran fortaleza
para seguir de frente ante una lucha que se nos escapa de las manos.
*
Narrativa de la serie Los rostros de la experiencia docente. Coordinación Adán
Morgan. Colectivo 43 x 43.
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