Hospitalidad: derecho de todos y deber para todos Leonardo Boff
2015-10-11
El problema mundial de los refugiados nos plantea siempre de nuevo el imperativo ético de la hospitalidad a nivel internacional y también a nivel nacional. Hay una migración de pueblos como en tiempos de la decadencia del imperio romano. Millones de personas buscan nuevas patrias para sobrevivir o simplemente para escapar de las guerras y encontrar un mínimo de paz. La hospitalidad es un derecho de todos y un deber para todos. Immanuel Kant (1724-1804) vio claramente la imbricación entre derechos y deberes humanos y la hospitalidad para la construcción de lo que él llama la "paz perpetua" (Zum ewigen Frieden 1795; véase Jacob Ginsburg, La paz perpetua, 2004). Anticipándose a su tiempo, Kant propone una república mundial (Weltrepublik) o el Estado de los pueblos (Völkerstaat) fundada en el derecho de la ciudadanía mundial (Weltbürgerrecht). Esto, dice Kant, es la primera función de la "hospitalidad general" (allgemeine Hospitalität: § 357).
¿Por qué justamente la hospitalidad? El mismo filósofo dice, «porque todos los seres humanos están en el planeta Tierra y todos, sin excepción, tienen el derecho de estar en ella y visitar sus lugares y los pueblos que lo habitan. La Tierra pertenece comunitariamente a todos» (§ 358).
Esta ciudadanía materializada por la hospitalidad general se rige por el derecho, y nunca por la violencia. Kant plantea el desmantelamiento de todas las máquinas bélicas y la abolición de todos los ejércitos, así como lo hace modernamente la Carta de la Tierra. Pues mientras existan tales medios de violencia, continuarán las amenazas de los fuertes sobre los débiles y las tensiones entre los Estados, lo que socava los cimientos de una paz duradera.
El imperio del estado de derecho y la difusión de la hospitalidad generalizada deben crear una cultura de los derechos que penetre en las mentes y los corazones de todos los ciudadanos globalizados, generando la "comunidad de los pueblos" (Gemeinschaft der Völker). Esta comunidad de los pueblos, afirma Kant, puede crecer tanto en su conciencia de que la violación de una ley en un lugar se sienta en todas partes (§ 360), cosa que más tarde repetirá por su cuenta Ernesto Che Guevara. Tanta es la solidaridad y el espíritu de hospitalidad que el sufrimiento de uno es el sufrimiento de todos y el avance de uno es el avance de todos. Parece el Papa Francisco hablando de los seres humanos como seres de relación que participan de los dolores de los demás.
Si queremos una paz duradera y no sólo una tregua o una pacificación momentánea, debemos vivir la hospitalidad universal y respetar los derechos universales.
La paz, según Kant, resulta de la vigencia de la ley, de la cooperación legalmente ordenada y de institucionalizar la cooperación entre todos los Estados y pueblos. Los derechos son para él "la niña de los ojos de Dios" o "lo más sagrado que Dios ha puesto en la Tierra". El respeto de los derechos da lugar a una comunidad de paz que pone fin definitivamente "al beligerar infame".
En la actualidad ha sido J. Derrida quien ha retomado el tema de la hospitalidad (De l'hospitalité, París 1977) dándole carácter incondicional para todos.
Pero aun así fue Kant quien le dio una mejor fundamentación. Su base es la buena voluntad que, para él, es la única virtud que no tiene defectos. En su obra Fundamentación para una metafísica de las costumbres (1785) hace una declaración de gran importancia: «No se puede pensar en algo, en cualquier parte del mundo e incluso fuera de él, que se pueda considerar sin reservas tan bueno como la buena voluntad (der gute Wille)». Traduciendo su lenguaje difícil: la buena voluntad es el único bien que sólo es bueno y que no se ajusta a ninguna restricción. La buena voluntad o es buena o no es buena voluntad. Si lleva sospechas, no es buena. Supone la plena apertura al otro y la confianza incondicional. Esto es factible para los seres humanos. Si no nos revestimos de esta buena voluntad, no vamos a encontrar una salida para la desesperante crisis social que desgarra las sociedades periféricas y los millones de refugiados que se dirigen hacia Europa.
La buena voluntad es la última tabla de la salvación que nos queda. La situación del mundo es un desastre. Vivimos en un permanente estado de sitio o de guerra civil global. No hay nadie, ni las dos santidades, el Papa Francisco y el Dalai Lama, ni las élites intelectuales y morales, ni la tecnociencia que proporcione una clave de ruta global. En realidad, dependemos únicamente de nuestra buena voluntad. Vale la pena recordar lo que Dostoievski escribió en su cuento fantástico El sueño de un hombre ridículo 1877: «Si todos realmente quisiesen, todo cambiaría en la Tierra en solo un momento».
Brasil reproduce en miniatura el drama del mundo. La llaga social producida en quinientos años de abandono de las cosas del pueblo significa una sangría desatada. Gran parte de nuestras élites nunca pensó una solución para Brasil como un todo, sino sólo para sí. Ellas están más comprometidas en la defensa de sus privilegios que en garantizar derechos para todos. Mediante mil maniobras políticas, incluso con amenazas de empeachment, consiguen manipular a los gobiernos elegidos democráticamente para que asuman la agenda que les interesa y evitar o retrasar los cambios sociales necesarios. A diferencia de la mayoría del pueblo brasileño, que mostró enorme buena voluntad, gran parte de la élite se niega a pagar la hipoteca de buena voluntad que debe al país.
Si la buena voluntad es tan decisiva, es urgente suscitarla en todos. Todos tienen el deber de hospedar y el derecho a ser hospedados porque vivimos en la misma Casa Común.
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