El Traje Nuevo del
Emperador
En los últimos veinte o treinta años, pero
especialmente a partir de la era de la “globalización” y de los
“globalifílicos” como Salinas y Zedillo, arreciaron los esfuerzos, auspiciados
por las empresas trasnacionales, las organizaciones empresariales, los países
hegemónicos, la OCDE, el Banco Mundial, el FMI, etcétera, por implantar, en todos los procesos de todas las
empresas e instituciones –gubernamentales y no gubernamentales- del tercer
mundo, “instrumentos” de evaluación (que son más bien de control) de todas las
actividades de producción de bienes y servicios. Así, los países del tercer
mundo, y México no es la excepción, se encuentran sometidos a una parafernalia
de “certificaciones” (“isos-nuevemiles,” “isos-catorcemiles,”
“cenevales,” “conevales” “ineevales,” “cacaevales,” “Enlaces,” “PISAs,” etcétera) impuestos por esos
organismos y empresas internacionales para ser aplicadas, con el beneplácito de
las élites gobernantes nativas, no solamente en los procesos de producción de
bienes tangibles de producción “cuantificables” (los sistemas “duros” decimos en Sistémica) donde se
cumple el principio reduccionista de “si no lo puedes medir, no lo puedes
mejorar” (Lord Kelvin dixit) sino, incluso, en procesos de generación
de bienes y servicios intangibles donde los seres humanos son un componente
principal (los sistemas “blandos”
dicen los sitémicos), que no se pueden cuantificar ni medir como el
bienestar, la seguridad, el confort, la felicidad, la educación, el
aprendizaje, la justicia, la democracia, la vida digna, etcétera,
que si bien no se pueden medir, es
inadmisible que no se puedan mejorar. Lo que algún día se inició con lo que
algunos ilusos creíamos era un sano movimiento mundial para el mejoramiento de
la calidad, se ha convertido en una especie de simulación colectiva como la
ejemplificada en el famoso cuento, “El Traje Nuevo del Emperador.” Estamos
ahora invadidos de “sastres” que simulan hacer, para quién pueda pagarlos, “trajes de calidad” tan finos y sutiles que solo pueden ver las
personas “inteligentes,” pero que
resultan invisibles, por inexistentes, para los demás “tontos” de la comarca. Ya se “certifican” o “evalúan” ahora no
solo las empresas e industrias, sino que se certifican las carreras
profesionales, las escuelas, los profesionistas, los funcionarios
gubernamentales, y hasta a los países (todos los tratados internacionales,
incluido el TLC –México, EEUU, Canadá, tienen indefectiblemente incluido estos
mecanismos de control y sometimiento). Es ahora común ver o enterarnos de los
festejos (con mariachis y todo) que se realizan en diferentes lugares
–empresas, escuelas, universidades, etcéteras- por haber obtenido las dichosas
“certificaciones.” Hasta en instituciones
educativas de gran prestigio como nuestro querido Instituto Politécnico Nacional, sus funcionarios ostentan con
orgullo las “certificaciones” de sus carreras profesionales otorgadas por
empresas o “profesionistas” particulares (ahora los pájaros les tiran a las
escopetas). Para todos es sabido que las mentadas “certificaciones de calidad”
no son procesos de aplicación de técnicas –que las hay y muy buenas- para el
mejoramiento de la calidad de los productos y servicios que se están generando,
sino solo “fotografías” o “documentaciones” del estado actual –no siempre muy
reluciente- de la calidad de los productos o servicios generados, tal y como se
encuentra en el momento de la certificación (como dice un amigo, “son algo así como el juego del
¡¡engarróteseme ahí!!”) Sin embargo, como hemos podido ver en las mismas
industrias y empresas privadas, el hecho de que un proceso esté “certificado”
no es garantía de que los productos o servicios que se están generando, lleven
incorporada la calidad que se presume. Pero, aún así, algunos vivales y “sastres
de la calidad” nos quieren hacer comulgar con tamañas ruedas de molino. Para
colmar las cosas, en los últimos días se está hablando ya de programas
“certificables” de formación de policías y, cualquier rato, a alguien se le va
a ocurrir formar un organismo público o privado para “certificar” a los jueces,
a los candidatos a una representación popular o hasta a las organizaciones y
mafias criminales. Estas últimas podrán operar, sin ningún recato ni
complicación, siempre y cuando presenten su “certificado de calidad”
debidamente avalado por la OCDE o
alguna otra organización criminal que se respete.
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