Opinión
La Jornada
Domingo 14 de julio del año 2013
Desde el periodo presidencial de Vicente Fox, pasando por
Calderón y Peña Nieto, hemos vivido intensamente una cultura de la evaluación. Se
ha elevado a imperativo categórico el hacernos vivir la cultura de la
evaluación.
Se han invertido grandes sumas en ello. Tan sólo el proyecto
Enciclomedia foxista costó 24 mil millones de pesos y constituyó el intento de
introducir las Tecnologías de la Información y Comunicación en los centros
educativos para que los estudiantes mejoraran en sus resultados en las
evaluaciones escolares. En 2012, la elaboración de la prueba Enlace y
Evaluación Universal tuvieron un costo de 277 millones de pesos. Para 2014-2015
se entregarán 240 mil laptops a alumnos de quinto y sexto grado de primaria con
un costo de 756.6 millones de pesos. Otras concesiones se otorgaron a empresas
privadas como Mexicanos Primero, de Claudio X. González.
La evaluación, elevada a rango constitucional demuestra
pretensión de la autoridad por lograr la imposición entre la población de esta
nueva cultura. Una cultura que expresa el deseo del sector privado por
controlar la educación. Con ello quieren establecer una nueva racionalidad técnico-instrumental,
quieren construir una nueva civilización técnico-pragmática.
Como señala Michel Foucault: “en la técnica del examen se
encuentran implicados todo un dominio de saber, todo un tipo de poder. El
examen permite transmitir el saber y establecer sobre los estudiantes un amplio
campo de conocimientos. El examen abre dos posibilidades correlativas: la
construcción del individuo como objeto descriptible, analizable… y la
constitución de un sistema comparativo que permite la medida de fenómenos globales,
la descripción de grupos, la caracterización de hechos colectivos, la
estimación de las desviaciones de los individuos unos respecto de otros y su
distribución en una población”.
El registro de los resultados se conforma como un análisis al
que se puede recurrir cuando así lo necesiten, sirve para conocer las
costumbres de los niños y de los profesores, el examen así, es un código físico
de señalización y exclusión, de control. A través del examen se establece la
disciplina sobre las mentes y los cuerpos, el ritual que rodea el ejercicio del examen,
su código de misterio, la idea de auscultación y sus resultados van estableciendo
un estado de zozobra y nerviosismo en el examinado, cuya aceptación lo
autorregula y se autocorrige como finalidad intrínseca del examen.
Cuando el examen y el pensamiento del individuo se convierten
en instrumento, se renuncia a pensar, se niega el intento de convertir al examen
en un objeto de saber para el individuo, en un recurso de aprendizaje. Según
Max Horkheimer, el examen como instrumento clasificatorio y de exclusión,
“realiza complejas operaciones lógicas sin que realmente se efectúen todos los
actos mentales en que se basan los símbolos matemáticos y lógicos… cuando la
misma razón se instrumentaliza adopta una especie de ceguera, se torna fetiche…
subsunción. Nociones como las de justicia, igualdad, felicidad, tolerancia que,
en siglos anteriores eran considerados inherentes a la razón o dependientes de
ella, han perdido sus raíces espirituales”. Son fines, pero ninguna instancia
racional les otorga un valor y las vincula con la realidad objetiva
A través del examen se trata de establecer una sociedad
disciplinaria, de imponer una nueva racionalidad a través de una formación en
la técnica disciplinaria. La escuela examinadora ha marcado el comienzo de una
nueva pedagogía que funciona como ciencia. Se pasa de una pedagogía de práctica
cognitivista, evaluadora de aprendizajes, a una pedagogía examinadora,
clasificadora y excluyente que sanciona competencias, habilidades y destrezas
utilitarias y pragmáticas. La evaluación, como código imperativo
constitucional, ha sido convertida en instrumento punitivo para decidir el
ingreso, la promoción, la premiación y la permanencia en el trabajo.
Las grandes luchas históricas del magisterio nacional
democrático en contra de este tipo de evaluación, de la educación basada en
ella y de la nueva racionalidad a la que aspira, no son mera ocurrencia. Son
expresión de la lucha por su sobrevivencia y dignidad, de la defensa de la
educación pública, de su voluntad de considerar a la educación un derecho
humano.
* Filósofo y profesor
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