En septiembre de 2008 el gobierno federal publicó en el Diario Oficial de la Federación un acuerdo reformando los planes y programas de estudio del bachillerato. En dicha reforma se eliminan las disciplinas filosóficas como obligatorias.
Esto provocó reacciones en la comunidad filosófica nacional: escuelas, institutos, facultades, se lanzaron a la defensa de la filosofía. La comunidad filosófica de México a través de distintas instancias logró que se revocara dicha propuesta. En este trabajo queremos aprovechar esa coyuntura para reflexionar acerca del papel de la filosofía en la formación de las y los jóvenes estudiantes del bachillerato.
Desde un punto de vista puramente tecnócrata podríamos decir que la filosofía es un saber inútil, aporta poco o casi nada en términos pragmáticos. En esta época de grandes descubrimientos técnicos y científicos, en la época del ciberespacio y el desarrollo de la nanotecnología ¿qué información nos puede ofrecer la filosofía? En un mundo en donde se buscan soluciones inmediatas y prefabricadas parece que no queda espacio para la reflexión filosófica, ¿qué sentido tiene empeñarse en ella?
“¿Entre ciencia e ideología queda algún lugar para la filosofía? ¿Tiene algún objeto aún, entre la fascinación por la mentalidad científica y las intoxicaciones ideológicas, aquél pretendido saber que nunca estuvo demasiado seguro de sí mismo? ¿Para qué la filosofía?” Villoro (1978 ).
Para poder responder estas cuestiones es preciso considerar por un lado el sentido cabal de lo que significa estar educado y por otro las aportaciones que la filosofía puede ofrecer a dicha tarea.
Quizás sea oportuno iniciar esta indagación distinguiendo entre los términos adiestrar, adoctrinar y educar, pues a veces se confunden o se toman indebidamente como sinónimos. Adiestrar significa desarrollar en otro un conjunto de habilidades que le permitan realizar tareas específicas. En este sentido se adiestra no sólo a las personas, sino incluso a los animales. El adiestramiento supone volverse capaz de reproducir con éxito ciertas rutinas.
El adiestramiento es sin duda importante, implica el desarrollo de capacidades técnicas y por eso es altamente apreciado en un mundo en donde el desarrollo tecnológico ha tenido enorme auge. Es importante que las personas aprendan a hacer, a manipular instrumentos, a seguir procesos con la máxima eficacia posible. El problema es pretender centrar la educación en el mero adiestramiento; esto estaría lejos de una educación integral. Los seres humanos no pueden vivir destinados a ser unos robots que hacen sin cuestionar y que viven volcados hacia el exterior, sin oportunidad de despertar la conciencia sobre el propio ser. Esto a la larga produce sociedades deshumanizadas cuyas consecuencias han sido retratadas en célebres distopías como 1984 de Orwell o Un mundo feliz de Huxley.
Adoctrinar es una tarea que sí compete sólo a los seres humanos y se refiere a inculcar en otro una serie de ideas, creencias y dogmas que no pueden ser cuestionados. El adoctrinado repite a pie juntillas lo que le ha sido transmitido, pues esto se presenta como una verdad absoluta.
El adoctrinamiento, por su parte, asegura la reproducción de las condiciones sociales que permiten mantener el status quo. En este sentido, muchos teóricos hablaron de la escuela como un aparato ideológico. El adoctrinamiento genera fanatismo, enajenación, falta de iniciativa y en el fondo falta de libertad y responsabilidad. En el marco del adoctrinamiento se establecen relaciones de poder y sumisión, nunca de colaboración y diálogo.
Educar, en cambio, es en el mejor de los sentidos hacernos humanos, supone un acompañamiento que hace posible tomar conciencia de nuestro ser en el mundo con los otros. Educar es una acción recíproca en la que los seres humanos nos constituimos como individuos. La educación es condición para el ejercicio de la libertad y para el desarrollo de la propia identidad.
La persona educada está en capacidad de hacerse cargo de sí mismo, de indagar, de cuestionar, de construir y contribuir con su acción a transformar su realidad.
En este sentido la educación, entendida a cabalidad como una tarea fundamental y fundacional de la especie humana no se puede pensar separada de la filosofía, si entendemos que ésta última se refiere a una reflexión crítica, cuidadosa y creativa frente al mundo que nos rodea.
La perspectiva histórica nos ha permitido comprender dos cosas, por lo menos, primero que la realidad está en constante transformación y que por lo mismo no existen verdades absolutas; segundo que los seres humanos necesitamos entender para que nuestro hacer tenga sentido.
Por eso la educación transciende el mero adiestrameinto y exige rebelarse en contra del adoctrinamiento. Ser educado implica ser capaz de cuestionarse acerca del mundo, tratar de comprender la realidad, pero sobre todo, ponerse a sí mismo en cuestionamiento. Estas tareas están presentes desde el origen mismo del quehacer filosófico.
Los primeros filósofos griegos, hablamos de los presocráticos, se sorprenden frente a la naturaleza, se admiran de ella, pretenden navegar por sus insondables misterios y, sobre todo, buscan respuestas racionales y fundamentadas.
Desde un principio para desarrollar el quehacer filosófico es fundamental la capacidad de asombro que nos lleva al cuestionamiento. Tener curiosidad por el mundo, querer desentrañar su origen y sus mecanismos primarios son actitudes que están presentes no sólo en el quehacer filosófico, sino en toda actividad humana que pretenda generar conocimiento.
Pero la filosofía no se conforma sólo con saber del mundo, tiene presente, desde Sócrates, otra tarea igualmente apasionante que es la del conocimiento de uno mismo. En este sentido podemos decir que la educación no está completa si no contempla el autoconocimiento, que implica tomar conciencia de sí y de su lugar en el mundo. Esta preocupación es una constante en la reflexión filosófica.
¿Cómo podemos entonces plantear la posibilidad de una educación en la que no esté presente la filosofía?
Una de las principales funciones que incumben a la educación consiste en lograr que la humanidad pueda ser capaz de planear y decidir en qué tipo de sociedad quiere vivir. La educación debería permitir que cada persona se responsabilice de su destino y tome conciencia de la importancia de su acción en el desarrollo de la comunidad y en el devenir del mundo.
Si la educación ha de contribuir al pleno desarrollo humano, ésta no puede dejar de lado a la filosofía que es una herramienta fundamental para el desarrollo de la conciencia, para la construcción de un aparato crítico que permita probar y fundamentar los métodos del conocimiento, para la formación de una conciencia moral que haga posible el reconocimiento de la responsabilidad personal en la acción comunitaria.
La filosofía, considerada a menudo como subversiva, como un ejercicio corrosivo del poder, no se limita a reiterar pensamientos establecidos, no se conforma con la simple repetición de fórmulas aprendidas de memoria. La filosofía es sobre todo, como la califica Villoro, un pensamiento de liberación. La filosofía aspira a una reforma del entendimiento y a una elección personal de vida. Por eso el pensamiento crítico, el cuestionamiento, la argumentación son tareas sine qua non de todo quehacer filosófico.
La filosofía en el bachillerato.
La adolescencia es, en palabras de Rousseau, un segundo nacimiento, el nacimiento a la conciencia de sí. En la adolescencia aparece la herida del tiempo; dejar de ser niño es el destierro del presente eterno que constituía la realidad. La adolescencia es un viaje en el devenir del ser. El y la adolescente se enfrentan a la otredad que pone en cuestionamiento su mismidad.
Los y las adolescentes se enfrentan a la necesidad de redefinirse, reconstruirse, reencontrarse en medio del lenguaje, las leyes y el deseo. Se encuentran con un cuerpo nuevo, en un escenario en el que es preciso tomar decisiones cruciales, frente a las cuales se descubren, las más de las veces, vacíos de razones personales; con convicciones heredadas que no siempre se ajustan a su circunstancia y que deben ser sometidas a una cuidadosa revisión.
Este peculiar momento de la vida, marcado además por el desarrollo del pensamiento abstracto, que implica la capacidad de generar y comprender diferentes teorías acerca del mundo y la vida, coincide regularmente con el ingreso al bachillerato.
La filosofía ofrece en esa edad las herramientas para construir un aparato crítico que haga posible el desarrollo de una cosmovisión que sirva como fundamento de una forma personal de vida.
La lógica, por ejemplo, ofrece la posibilidad de construir argumentos bien estructurados, permite pensar con mayor claridad y rigor. La ética ofrece la posibilidad de la introspección y la reflexión en torno a un sistema personal de valores que sirva para poder enfrentar un mundo que nos depara decisiones cada vez más inéditas. La historia de las doctrinas filosóficas presenta a los y las adolescente una perspectiva de distintas propuestas que han surgido en circunstancias históricas particulares. En cada una de ellas encontramos métodos distintos que van guiando la historia del pensamiento. La estética permite al estudiante reflexionar sobre la experiencia de los sentidos en sus más variadas representaciones, plantearse preguntas acerca de por qué el ser humano tiene la necesidad de crear y la capacidad de disfrutar a través de distintas manifestaciones.
La filosofía en el bachillerato pone al estudiante en contacto con una realidad distinta, que no está directamente referida a lo concreto sino al pensamiento, a la emoción, a los valores que se ponen en juego en cada decisión.
La filosofía no se refiere directamente a hechos u objetos del mundo, sino al marco conceptual supuesto en cualquier explicación sobre esos hechos u objetos. Por eso “atañe a las creencias básicas que anteceden a cualquier interpretación o explicación racional.” (Villoro 1978)
En este orden de ideas, la filosofía no puede ser enseñada como un conjunto de preceptos que el alumno debe aprender de memoria. El máximo reto es que el estudiante de educación media superior aprenda a desarrollar una actitud filosófica. Ya lo decía Kant, no se trata de enseñar filosofía, sino de enseñar a filosofar.
¿De que nos sirve tener en el aula estudiantes capaces de repetir de memoria los silogismos o las características de distintas corrientes filosóficas si esto no despierta en ellos y ellas la necesidad de conocer su propia circunstancia, de cuestionar su realidad?
La filosofía ha de despertar en los y las jóvenes su capacidad inquisitiva, muchas veces adormecida como resultado del excesivo adoctrinamiento al que son sometidos a través de la escuela, los medios y la tradición.
La filosofía ofrece a los y las jóvenes la posibilidad de cuestionarlo todo, de indagar sobre los más diversos aspectos del mundo.
La filosofía en el aula debe brindar las herramientas que hagan posible desarrollar una actitud filosófica, la cual se manifiesta principalmente con despertar la capacidad de asombro, desarrollar la habilidad de plantear preguntas bien elaboradas, analizar con sentido crítico las distintas situaciones que se presentan y construir respuestas bien argumentadas y siempre susceptibles de ser nuevamente puestas en cuestionamiento.
Apoyándonos en los resultados del Estudio publicado por la UNESCO en 2007, La Filosofía, una escuela de la Libertad – Enseñanza de la filosofía y Aprendizaje del filosofar: la situación actual y las perspectivas para el futuro; podemos reafirmar que la educación filosófica forma espíritus libres y reflexivos, capaces de resistir a las diferentes formas de propaganda, de fanatismo, de exclusión e intolerancia. Esto contribuye a la paz y prepara a cada uno para tomar en sus propias manos la tarea de desentrañar las grandes interrogantes en torno a los grandes problemas contemporáneos. La filosofía es también el mejor instrumento teórico para promover los derechos humanos, los derechos a las diferencias de cultura y de creencias, así como a las de género. La filosofía está en la base de la formación ciudadana.
Las competencias docentes, compromiso y responsabilidad.
¿Quién educa al educador? se pregunta Marx en las Tesis sobre Feuerbach. Si la filosofía en la escuela tiene un talón de Aquiles, parece que éste sería el de la preparación de los profesores. Sabemos que desgraciadamente en el nivel medio superior ocurre con frecuencia que quienes dan las materias de filosofía ni siquiera tienen una formación filosófica. Pero también ocurre que quienes tienen una formación filosófica carecen generalmente de la formación pedagógica adecuada.
Si queremos hablar de una educación de calidad en el nivel medio superior, en el sentido en el que la hemos definido en este trabajo, es urgente atender esa carencia. Existe cada vez más conciencia sobre este problema y es así que muchas escuelas y facultades de filosofía consideran la didáctica de la filosofía como una parte importante de la currícula. Sin embargo el estudiante de la carrera de filosofía se forma como un profesional de la filosofía, no como profesional de la docencia. Por ello, debe existir un doble compromiso, por un lado las instituciones de educación media superior han de asumir la responsabilidad de ofrecer a sus docentes espacios para la formación en temas de didáctica y de psicopedagogía que permitan contar con elementos suficientes para conocer a los sujetos con quienes trabajamos, reconocer las características propias de esa edad y sus implicaciones en el ámbito cognitivo. Pero los docentes por su parte han de reconocer la necesidad de formarse como tales y buscar o crear los espacios propicios para dicha tarea.
Ser docente en el siglo XXI, en la era de la información y el conocimiento implica tener conciencia de que enseñar es ir más allá de la mera transmisión de datos. El docente no puede hablar de la realidad como si ésta fuera estática, sin movimiento, segmentada en compartimentos inconexos. Es preciso buscar estrategias que permitan una participación activa por parte de los estudiantes de modo que éstos puedan hacer suyo el conocimiento e incorporarlo a su cotidianeidad. Todo acto educativo supone un diálogo que transforma a todos los que en él intervienen.
El docente debe buscar nuevos referentes para desarrollar su labor y sobre todo plantearse la necesidad de construir un perfil a la altura de la tarea que enfrenta, para lo cual es pertinente reconocer la necesidad de desarrollar competencias docentes distintas de las tradicionales.
Para empezar a buscar los referentes de cuáles han de ser estas nuevas competencias docentes podemos partir de los que la UNESCO considera los cuatro pilares para la educación del siglo XXI: aprender a aprender, aprender a hacer, aprender a ser y aprender a vivir con otros.
Es preciso desarrollar competencias docentes que vayan en sintonía con esta nueva forma de comprender la enseñanza, de modo que podríamos proponer que el docente debe ser capaz de organizar y animar situaciones de aprendizaje, considerando los distintos estilos de aprender que pueden tener los alumnos. Debe ser capaz de fomentar el trabajo colaborativo, comprender la evaluación como un proceso continuo que atraviesa todo el contexto de aprender y enseñar. Es importante que el docente asuma su compromiso con la gestión de la escuela, que sea capaz de mantener una adecuada comunicación con los padres y madres de sus estudiantes. Ni qué decir de la necesidad de manejar las nuevas tecnologías como parte fundamental de sus estrategias de enseñanza-aprendizaje. Deberá así mismo ser capaz de reconocer y enfrentar los deberes y los dilemas éticos de su profesión. Y por supuesto reflexionar continuamente sobre su propia práctica.
Hay mucho qué decir sobre la transformación necesaria y urgente en la docencia, pero ese no es el tema central de esta ponencia, por eso para concluir me gustaría solamente dejar para la reflexión algunas ideas de Paulo Freire sobre lo que él llama los saberes necesarios para la práctica educativa:
Enseñar exige respeto a los saberes del educando.
Enseñar exige reflexión crítica sobre la propia práctica.
Enseñar exige riesgo, asunción de lo nuevo y rechazo de cualquier forma de discriminación.
Enseñar exige buen juicio.
Enseñar exige luchar en defensa de los derechos de los educadores.
Enseñar exige alegría y esperanza.
Enseñar exige curiosidad.
Enseñar exige la convicción de que el cambio es posible.
Enseñar exige libertad y autoridad.
Enseñar exige comprender que la educación es una forma de intervención en el mundo.
Enseñar exige querer bien a los educandos.
Fuentes de consulta
Delors, Jacques. (1997) “La educación encierra un tesoro” UNESCO, México.
Freire, Paulo. (1997) “Pedagogía de la autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa” Siglo XXI, México.
Lipman, M., Sharp, A. y Oscanyan, F. (1998) “La filosofía en el aula” De la Torre, Madrid
Morin, Edgar. (2001) “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro” UNESCO, México.
Perrenoud, Philippe. (2004) “Diez nuevas competencias para enseñar” SEP/Graó, México
Savater, Fernando. (1999) “Las preguntas de la vida”, Planeta, México
Thomson, Garret. (2002) “Introducción a la práctica de la filosofía” Panamericana, Bogotá
Villoro, Luis. (1978) “Filosofía y dominación” Discurso de ingreso al Colegio Nacional, http://www.colegionacional.org.mx
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