Echar
las campanas al vuelo
Miguel
Alonso Raya
La
parafernalia con la que fueron promulgadas las leyes secundarias de la reforma
energética y la promesa de los miles de millones de dólares de inversión que
supuestamente vendrán del mal llamado “boom energético”, no se apartó del estilo del gobierno de
Enrique Peña Nieto, que se ha caracterizado por “echar las campanas al vuelo”,
sin que hasta ahora los ciudadanos en general vean reflejados en sus bolsillos
el impacto del conjunto de las reformas aprobadas.
Echar
o lanzar las campanas al vuelo es una frase que se utiliza comúnmente cuando
alguien celebra o difunde con júbilo algo, sin tener todavía la certeza de sus
resultados.
La
promulgación de las leyes secundarias en materia energética cierra la etapa
legislativa de las reformas del Pacto por México en el que participó el PRD y
del que decidió salirse por su desacuerdo con la privatización de los
hidrocarburos del país y por el incumplimiento de otras, como el caso de la
reforma de telecomunicaciones.
Lo
cierto es que, a pesar de las expectativas generadas en cada una de las
modificaciones legislativas, en los hechos no se han reflejado en la economía
del país y en las condiciones de vida de la población.
Una
encuesta elaborada por Parametría
refleja la percepción al respecto de un segmento de la población. De las
modificaciones que se han realizado en estos 20 meses, la reforma educativa es
la mejor evaluada por los entrevistados, 44 % considera que la misma les
beneficiará. El 31% de la muestra identifica al PRD como el partido que aprobó
esta reforma.
Las
opiniones sobre la reforma en telecomunicaciones están divididas, mientras que
38% dice que los cambios en esta materia les beneficiarán, 35% considera lo
contrario. Estos porcentajes, acota la encuesta, se basan posiblemente en los
beneficios que a corto plazo esperan los usuarios, tales como, mejores tarifas
en telefonía.
Por
otro lado, los ordenamientos que los entrevistados dijeron que les
perjudicarían son: la reforma hacendaria, que incluyó la homologación del IVA
en las fronteras y un proceso de formalización de los pequeños contribuyentes
(REPECOS); la financiera para
promover mayor competencia e incidir en el otorgamiento y abaratamiento del
crédito; la política (44 %) que fue una de las menos conocidas, y la energética
(46 %).
Tan
sólo dos datos de esta semana justifican el sentir de los ciudadanos en
relación a las reformas: Por
segunda vez en este año el Banco de México recortó el
crecimiento económico del país al situarlo de 2.3 a 3.3 que había pronosticado
en mayo, a uno más moderado que va de 2 a 2.8
En
síntesis, al reducirse el crecimiento económico se estrecha aún más la
posibilidad de mejorar las condiciones de vida de la población, pues disminuye
la producción de bienes y servicios, el ahorro, la inversión, el consumo y el
gasto, entre otros indicadores.
Por
otra parte, la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), publicada ayer
por el INEGI, señala que en lo que va del sexenio sólo se han creado 468 mil 530 empleos, lo que
representa un incremento de apenas 0.95 por ciento.
La
encuesta señala que si bien el grupo de trabajadores que gana un salario mínimo o menos aumentó
1.9% en este periodo, el segmento de los que perciben cinco o más salarios
mínimos se redujo 15% en el mismo lapso. El estudio revela además que 48 mil
651 trabajadores más dejaron de tener acceso a los servicios de salud.
Frente
a esta realidad, el Gobierno Federal se niega a aceptar estas evidencias y se
empeña en declaraciones engañosas y en generar expectativas cuyo cumplimiento
dependen de muchos factores que pueden o no darse.
En
el fondo, lo que Enrique Peña Nieto no quiere ver y reconocer, es que tiene un
equipo ineficiente al que se le dio el mayor presupuesto de la historia de la
Nación, mismo que no se ha visto reflejado en los estados y municipios, que no
está siendo utilizado para “mover al país” como dice la propaganda
gubernamental, generar empleo y fomentar la inversión productiva, entre otros
detonantes de la economía.
Y a
pesar de ello, el titular del Ejecutivo Federal se empeña en boicotear
iniciativas como la del Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel
Mancera, que promueve un acuerdo para aumentar gradualmente el salario mínimo,
decisión que permitiría no sólo
mejorar en algo la calidad de vida de millones de trabajadores y sus familias,
sino que promovería el consumo, dinamizaría la economía y fortalecería el
mercado interno, entre otros impactos positivos.
En
contraste, sigue consintiendo a las 436 grandes empresas que no pagan
impuestos, cuya fortuna, éxito y acumulación de riqueza se explican por los
privilegios fiscales que les han concedido los gobiernos del PRI y PAN; entrega la renta petrolera a la iniciativa
privada, particularmente a las compañías transnacionales; y favorece la
creación de monopolios como con la legislación secundaria en telecomunicaciones que permitió a Televisa
afianzar su dominio en el mercado de la televisión de paga con la compra reciente
que hizo de Cablecom.
De nada servirá todo el entramado de reformas si el
titular de la Presidencia de la República no tiene iniciativa para construir
acuerdos como el que permitiría incrementar el salario mínimo, al que debería
sumarse el sector empresarial que ha sido particularmente beneficiado con las
reformas y que, entre otras medidas, desaparezca la Comisión Nacional de los
Salarios Mínimos (CONASAMI) que no
ha servido para nada.
El
único que ha sacado provecho de esta comisión es su presidente por 20 años, Basilio González
Núñez, quien percibe 121 mil 63 pesos mensuales, es decir, el equivalente a 60
salarios mínimos para la zona A; mientras que cerca de diez millones de
trabajadores ganan en promedio 1,955.9 pesos al mes en las dos zonas salariales
establecidas.
Desde
mi perspectiva, es una total irresponsabilidad si el Ejecutivo Federal, con
todo lo que se ha generado, no hace un esfuerzo por mejorar en concreto las
condiciones de vida de la gente y si no remueve de inmediato a funcionarios
ineficientes e incapaces, algunos de los cuales sólo se han dedicado a
polarizar en lugar de ponerse a trabajar en las necesidades inmediatas de la
población.
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