27 de Agosto del 2014
Llevo
casi cuatro meses viviendo la cansada espera de salir, para abrazar a mis
compañeros y compañeras del plantón y a los que se han empeñado todos los días
por mi libertad. Una espera a veces tensa, a veces dolorosa, en la que no me
atrevo a pensar futuros, no sea que se me concedan. Aquí no se desea ningún mañana. Y sin embargo
hay mucho por hacer.
La
cárcel, hoy lo sé, es totalmente diferente a lo que nos dicen allá afuera; más
película que cualquier película; cuento de terror en el que cada personaje
quiere no serlo porque su guión era
otro: una novela intensa, fuerte, pero en extremo aburrida, monótona, escenario
en el que los dramas cotidianos se entretejen con la rebelde valentía de los
delincuentes, los reales rateros, los homicidas, y con la sumisa aceptación del
abuso; leones indómitos, pendencieros, provocadores, convertidos en ratones ínfimos
ante la autoridad que les somete.
Pero
lo comprendo, porque saben a qué destinos oscuros se enfrentan. En la cárcel ,
el sitio donde se aplica la “ley”, donde se castiga el delito y se “ejerce la
acción penal”, impera lo no escrito, lo clandestino, lo que no debe salir más
allá de sus torres y exclusas: el miedo, al castigo, la tortura…la monarquía de
cada custodio, cada comandante y del director, su arbitrio aberrante, regulado
en las letras de códigos y reglamentos, pero suelto y silvestre, en las celdas,
los pasillo, los tramites, los días, las noches y las madrugadas de la lista.
Lo
estoy viviendo.
Ayer
estaba corriendo en la pequeña cancha de básquet que tienen la llamada “área
verde”, donde se alojan los funcionarios públicos presos y los que pagan para
no ir a la sección de procesados, así como los internos de nuevo ingreso, dos
celdas con cinco camarotes cada una, donde me tiene a mí, pero donde se
encuentra el mayor hacinamiento pues llegan a ubicarse ahí hasta treinta por
celda. Llegó el director, hizo su recorrido y antes de salir dio órdenes al
guardia: encierra a los ingresos, también al profesor, no los dejes pasar, solo
a comer, bañarse y que se regresen. Lo que eso significa es confinarnos al
suplicio del encierro saturado a la infame competencia del aire, del espacio de
la atmosfera inundada de cigarro, de tensiones, juegos violentos y somnolencia
desesperante.
El
director me la está aplicando, está ofendido y tiene sed de desquite. Le
molesta el plantón, le enfada que me visiten el martes mis compañeros (por un
acuerdo político con el gobierno estatal); le agrede que en cinco ocasiones le
he pedido distintas cosas: libros, paso para la biblioteca y la escuela,
tramites de mis visitas, posibilidad para usar una computadora, mantenimiento a
los teléfonos.
Todo es negativo, obviamente.
Le
irrita mi queja en Derechos Humanos, por la comida insuficiente y lastimera,
por el cacheo denigrante de los custodios; le ha dolido mi denuncia de la
tortura del que fue objeto Jesús Noé poniéndolo al borde de la muerte por un
grupo de custodios. Cuando le informé que los sábados un grupo de personas venden
los lugares a las visitas dijo que su responsabilidad está de las puertas hacia
adentro, deslindándose de lo que pase afuera, aún con los familiares de los
presos, mismos que de algún modo deben entrar “desde afuera”.
Pero
más le purga que haya tomado la palabra en la orden pública que dio
reuniéndonos a todos los del dormitorio para anunciar su intención de
convertirnos en una cárcel modelo donde habría organización, instalaciones,
horarios y actividades modelo, habría charolas para comer, asistencia médica y
estricta vigilancia para que no entre ningún sentenciado al área Verde. Yo dije algo sencillo: que no hay agua
todo el día, ni todos los días, como para lavar la ropa con un rol, y que las
celdas de ingresos tiene un hacinamiento tal que requiere flexibilidad para
colgar y acomodar cosas, cobijas, trastes (cacharros), garrafones y gente. No
era cosa del otro mundo, era de sentido común.
Por
colgar ropa en una ventana y en una malla, el director ha mandado a castigo a
dos ex policías. El castigo es un encierro que atormenta, que vulnera la salud, que acicala ilegalmente
por el autoritarismo desmedido de una persona que se erige como el emperador
que decide el destino de presos, empleados de las áreas (psicología, trabajo
social, educación, médica) y guardias, y que se solaza con el sufrimiento y la
humillación.
Hacer
públicas estas líneas me ponen en riesgo, pero es de lo mucho que se puede
hacer. Se puede abrir la ventana para que entre un rayo de sol en esta hedionda noche; es un
intento de estar vigente afuera para no
perecer en el silencio cómplice de
adentro.
Los
que somos inocentes, y habemos muchos
(aquí nos llaman “Pablos”) mordemos con indignación cada bocado que
llega a las muelas, mismas que se me
están cayendo, y dormimos rebeldes, cercanos cada vez más al sueño eterno; nos
arriesgamos a la ira de la bestia y a
que nos peguen más con los resolutivos,
los dictámenes y las sentencias del juicio.
La
cárcel y sus verdugos, la prisión y sus jueces, las leyes y sus prácticas
ocultas, continúan siendo la materia a
aprobar, a sobrevivir en esta universidad forzosa, en esta lección de
existencia a la que todos pueden caer en cualquier momento si no mejoramos el
sistema de justicia.
La
delincuencia acecha, la inseguridad está en nuestro derredor, y por desgracias,
muy, muy lejos, la garantía de que las leyes y las políticas nos defiendan
imparcialmente.
Compañeros
profesores y estudiantes, ayúdenme a difundir esto que pasa; cuantos más se
enteren, más claro será nuestro aire al respirar.
Un
abrazo!
Oscar Hernández Neri
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