Hambre,
que eres el huésped diario
de nuestro
hogar sin fuego,
espera
que repiquen las campanas
de la
cercana iglesia.
Entonces,
sólo entonces,
podrá
ser satisfecha.
Con los
ruegos y las santas oraciones
de todos
los que comen,
por los
que no sabemos dejarte satisfecha.
Bendiciones
y más bendiciones,
nos dará
el señor cura
y él,
que habla con Dios,
le dirá
una vez más
de que
la desgracia
que aflige
nuestro mundo.
Miseria
atroz,
hambre
y desnudez,
enfermedad
y lágrimas,
y esclavitud
eternamente
soportada.
Y Dios,
que es nuestro padre,
conmovido
sin duda,
por esta
enorme y diaria
y secular desgracia,
dirá
desde su cielo:
dadle
pan a los hambrientos,
agua
a los sedientos,
vestido
a los desnudos,
y
todos los hombres de la tierra
que
tantos templos y palabras
le
han dado por morada,
los
hombres que en la tierra
lo
invocan sin cesar;
esos
que tienen en sus manos
la
vida de la humanidad,
esos,
¡Oh, hambre insatisfecha!
me
me dejarán hartarme
de
esperanzas y virtudes,
pero
nunca, jamás,
me
dejarás comer.
Seguirás
siendo
El huésped
diario
de nuestro
hogar sin fuego:
llorarán
los pequeños,
maldecirán
los grandes
a
los hombres y al cielo,
pero
tú, hambre insatisfecha,
ternura
de lealtad,
no
me abandonarás,
jamás.
Ciudad
Lerdo, Durango, 18 de marzo de 1937
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