Cuando cursé la escuela primaria (¡Uff,
mucha agua ha pasado bajo el puente!) se calificaba como buen profesor al que
con autoridad y firmeza decidía todo en
el salón de clases, al que era capaz de controlar perfectamente a su
grupo.
Se pensaba que los niños ingresaban a la escuela sin saber nada, que su
mente era una especie de olla vacía que el maestro, discrecionalmente, iba
llenando de conocimientos. Los alumnos debíamos obedecer, estar muy atentos y
quietecitos porque si nos movíamos demasiado de seguro un castigo nos estaba
esperando.
Además, el profesor poseía todas las preguntas y una sola respuesta para
cada una de ellas: la correcta. Recuerdo una gráfica pegada a la pared donde se
apuntaba la calificación obtenida por cada integrante del grupo. Servía para
designar a los niños del cuadro de honor, los demás, “bola de perdedores”
quedábamos al arbitrio del maestro. Los castigos podían ser desde una frase
repetida chorrocientas veces, un número cambiante de reglazos en las manos,
hasta el más temido: una semana sin recreo.
Se enseñaba en el conductismo,
basado en los descubrimientos de Pavlov y su famoso perro con babas, que nos
mostraron las bondades de formar y reforzar un reflejo condicionado; una manera
simple y eficaz de prevenir y controlar el comportamiento de los
alumnos. Podemos decir que se educaba a los niños como perritos
amaestrados.
Las investigaciones científicas siguieron su curso y se transformó el
pensamiento pedagógico. A finales de los años setenta se empezó a hablar de
Piaget pero hasta 1992 entró con bombo y platillo, por la puerta grande, el
enfoque constructivista en las aulas de la escuela pública.
Nos encontramos con nuevos programas, libros de texto y materiales
auxiliares para el maestro, que para algunos expertos adolecen de muchas
fallas, pero desde nuestra experiencia en las aulas, fue importante que esos
documentos hablaran de pluralidad, diversidad, diálogo, cooperación, autonomía,
democracia, resaltaban el papel activo del niño como constructor de su propio
conocimiento, la enseñanza-aprendizaje era mucho más que transmitir, repetir,
memorizar. Estudiamos a Piaget y Vigosky, los profesores nos eclipsamos para
ceder al niño el papel protagónico en el salón de clases.
Hubo profesores que
simplificaron la teoría, escudados en un discurso de libertad, concedieron
totalmente el poder de decisión a los alumnos y con ello, se creó un ambiente
caótico en el salón de clases. Otros profesores después de uno o dos intentos
sin resultados positivos regresaron al premio y el castigo, al monopolio de la
palabra, los exámenes memorísticos, el competir como forma de relacionarse en
el grupo. Pero el mundo había cambiado y los alumnos no obedecían fácilmente
una orden sin una explicación, sin el por qué y para qué.
El estado violento del país, las desigualdades y otros elementos como la
aparición de la internet y la participación de los alumnos en las redes
sociales exigieron de los maestros comportamientos más complejos. Los peligros
se multiplicaron y había que dotar a los niños de nuevas herramientas.
Un niño obediente, mentalmente oprimido, sin atreverse de manera abierta
a expresar su pensamiento por temor a ser juzgado de manera negativa, que en
lugar de pensar con libertad intenta recordar la respuesta correcta, que
obedece órdenes sin comprenderlas, un niño sin aprender a formular y defender
sus propios intereses ante un grupo de compañeros o un adulto, se someterá
dócilmente a la “banda”, puede ser presa fácil de “bullying” y en casos
extremos a la trata de personas o el crimen organizado.
Es decir, el profesor ha recorrido un largo camino de aciertos y
descalabros para mejorar su práctica docente. Tú lo conoces, le tienes tal
confianza que le dejas a su cuidado lo que más quieres en la vida, tus hijos,
sabes si realmente trabaja, si enfermó, si ha sido justo, si a pesar de los
regaños lo quieren sus alumnos. ¿Estas de acuerdo con su método de enseñanza?
Las metodologías que colocan al maestro como elemento regulador, que
crea ambientes que provoquen la duda, el reto, un problema, para que el niño no
tenga respuestas dadas y busque la solución, que construye el pensamiento
social no simplemente transmitiéndole reglas y normas sino provocando que el
niño las comprenda porque son el fruto del intercambio entre la actividad que
desarrolla sobre el grupo y las respuestas que el grupo le proporciona, es una
corriente pedagógica a la que le ha costado más de veinte años abrirse paso en
el ambiente escolar. Actualmente aunque
esos planes y programas siguen vigentes, se está dando una regresión hacia un
modelo educativo autoritario que no es explícito, se oculta y se impone por la
vía de las evaluaciones. Por otra parte, a veces nos desesperamos por los
problemas que existen en el ámbito educativo y los padres de familia piden mano
dura. ¿Qué piensas al respecto?
¿Estás de acuerdo en que tu hijo se eduque en el diálogo y la
cooperación? ¿Quieres un hijo
obediente? Tal vez prefieras verlo
luchar a brazo partido por ser un “ganador”. ¿Por qué no le vemos los pros y
los contras? Sería interesante ¿no?
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