Cuarenta años de «Jesucristo el Liberador»
2012-10-11
En
el Instituto Humanitas de la Unisinos de los Jesuitas en São Leopoldo
(Brasil) se está celebrando del 7 al 11 de octubre el 40º aniversario del
nacimiento de la Teología de la Liberación. Están presentes los principales
representantes de América Latina, especialmente, su primer formulador, el
peruano Gustavo Gutiérrez. Curiosamente en ese mismo año de 1971, sin que
ninguno supiese de los otros, Gutiérrez en Perú, Hugo Assman en Bolivia, Juan
Luis Segundo en Uruguay y yo mismo en Brasil publicábamos nuestros escritos, que
son considerados los fundadores de este tipo de teología. ¿No sería la irrupción
Espíritu que soplaba en nuestro Continente marcado por tantas opresiones?
Para burlar los órganos de control y represión de los militares, yo publicaba
todos los meses de 1971 un artículo en una revista para religiosas Sponsa
Christi (Esposa de Cristo) con el título: Jesucristo el Liberador. En
marzo de 1972 reuní los artículos y me arriesgué a publicarlos en forma de
libro. Tuve que esconderme durante dos semanas porque la policía política me
buscaba. Las palabras «liberación» y «liberador» habían sido prohibidas y no
podían ser usadas públicamente. Al abogado de la Editora Vozes le costó mucho
convencer a los agentes de vigilancia de que se trataba de un libro de teología,
con muchas notas de pie de página de literatura alemana y que no era una amenaza
para el Estado de Seguridad Nacional.
¿Cuál es la singularidad del libro (hoy en su 21 edición)? Presentaba,
fundada en una exégesis rigurosa de los evangelios, una figura de Jesús como
liberador de las distintas opresiones humanas. Contra dos de ellas tuvo que
enfrentarse directamente: la religiosa en forma de fariseísmo en la
estricta observancia de las leyes religiosas. La otra, política, la ocupación
romana que implicaba reconocer al imperador como «dios» y asistir a la
penetración de la cultura helenística pagana en Israel.
A la opresión religiosa, Jesús contrapone una «ley» mayor, la del amor
incondicional a Dios y al prójimo. Éste es para él toda persona de la cual me
aproximo, especialmente los pobres e invisibles, aquellos que no cuentan
socialmente.
A la política se opone, en vez de someterse al imperio de los Césares,
anunciando el Reino de Dios, un delito de lesa majestad. Este Reino comportaba
una revolución absoluta del cosmos, de la sociedad, de cada persona y una
redefinición del sentido de la vida a la luz de Dios, llamado Abba, es
decir, padre amoroso y lleno de misericordia, que hacía que todos se sintiesen
sus hijos e hijas y hermanos y hermanas unos de otros.
Jesús actuaba con la autoridad y la convicción de alguien enviado por el
Padre para liberar a la creación herida por las injusticias. Mostraba un poder
que aplacaba tempestades, curaba enfermos, resucitaba muertos y llenaba de
esperanza a todo el pueblo. Algo realmente revolucionario iba a suceder: la
irrupción del Reino que es de Dios y también de los humanos por su
compromiso.
En estos dos frentes creó un conflicto que lo llevó a la cruz. No murió en la
cama rodeado de discípulos, sino ejecutado en la cruz como consecuencia de su
mensaje y de su práctica. Todo indicaba que su utopía había sido frustrada. Pero
he aquí que sucedió algo inaudito: la hierba no creció sobre su sepultura. Unas
mujeres anunciaron a los apóstoles que había resucitado. La resurrección no hay
que identificada con la reanimación de un cadáver, como el de Lázaro, sino como
la irrupción del ser nuevo, no sujeto ya al espacio-tiempo y a la entropía
natural de la vida. Por eso atravesaba paredes, aparecía y desaparecía. Su
utopía del Reino como transfiguración de todas las cosas, al no poder realizarse
globalmente, se concretó en su persona mediante la resurrección. Es el Reino de
Dios concretado en Él.
La resurrección es el hecho mayor del cristianismo sin el cual no se
sostiene. Sin ese acontecimiento bienaventurado, Jesús sería como tantos
profetas sacrificados por los sistemas de opresión. La resurrección significa la
gran liberación y también una insurrección contra este tipo de mundo. Quien
resucita no es un Cesar o un Sumo Sacerdote, sino un crucificado. La
resurrección da razón a los crucificados de la historia de la justicia y del
amor. Ella nos asegura que el verdugo no triunfa sobre la víctima. Significa la
realización de las potencialidades escondidas en cada uno de nosotros: la
irrupción del hombre nuevo.
¿Cómo entender a esa persona? Los discípulos le atribuyeron todos los
títulos, Hijo del Hombre, Profeta, Mesías y otros. Al final concluyeron: humano
así como Jesús sólo puede ser Dios mismo. Y empezaron a llamarle Hijo de
Dios.
Anunciar un Jesucristo liberador en el contexto de opresión que existía y aún
persiste en Brasil y en América Latina era y es peligroso. No sólo para la
sociedad dominante sino también para ese tipo de Iglesia que discrimina a
mujeres y laicos. Por eso su sueño siempre será retomado por aquellas personas
que se niegan a aceptar el mundo así como existe. Tal vez sea este el sentido de
un libro escrito hace 40 años.
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