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jueves, 21 de enero de 2016

Silverio y Jerónimo Adan Morgan

Dos pequeños gigantes con escasos 6 y 4 años, que caminan más de una hora para llegar a la escuela, dos pequeños gigantes a quienes no les importa atravesar las montañas, que el miedo les aguijonaba el corazón pero dispuestos a seguir de frente, dos pequeños gigantes que se abrazaban para no sentir la distancia, que tararean la única canción aprendida, dos pequeños gigantes con la habilidad del jaguar para atravesar las veredas, que superan las dificultades con una hermosa sonrisa en los labios.

Sí, a quienes me refiero son Silverio y Jerónimo o Xelito1 como lo llama su hermano. Silverio es el mayor, un gigante con el deber a cuestas, es responsable de cuidar a su hermanito, no sólo en la travesía que hacen rumbo a la escuela, sino en los deberes de la casa. Siempre preocupado por si a Xelito le pasa algo, si una espina atraviesa las botas es él quien se encarga de solucionar el problema, si hay que atravesar la laguna el carga a su hermano en la espalda, si hay que hacer la tarea él asume el papel de tutor. Siempre trae puesta la mirada sobre su hermano, siempre busca procurarlo, lo abraza si tiene miedo, y si algo le pasa en el camino, tal como el bejuco que lastimó el brazo de Xelito el siente toda la culpa, llora no sé si de culpa o de impotencia pero siempre en silencio para que su hermano no lo note.

Xelito confía ciegamente en su hermano, es un gigante que sonríe siempre, un pequeño gigante que llena el corazón de su hermano mayor con sonrisas y caricias, un pequeño gigante que abraza como si fuera la última vez, o como quien se aferra a su hermano al sentirse protegido, especialmente cuando siente miedo, cuando se cree las historias que los otros compañeros le cuentan, aunque Silverio le dice que no escuche, la curiosidad hace que siempre tenga las orejas paraditas como conejo.

–¡Tengo miedo Silverio! –No hay nada, ya mero llegamos.
Son perros los que escuchas, aquí no hay lobos, eso es mentira, no le hagas caso a Chanti, él solo te quiere espantar. Mira pasando esa última vereda ya llegamos a la escuela.

Silverio también sentía miedo, a sus escasos 6 años no quiere demostrar su temor con su hermano. Con la mano izquierda aprieta la mano sudada de su hermano y en la derecha se aferra con fuerza a una bolsa de plástico que contiene su más preciado tesoro: dos libretas de media carta de doble raya y dos pequeños lápices con el logotipo de la cruz roja, los útiles que la maestra Laura les había regalado al inicio del ciclo escolar.

–Si decimos que tenemos miedo mamá ya no va querer que venimos, mejor cantemos una canción pa que no sientas miedo. ¿Te acuerdas de la canción de la profe Laura? La que cantamos cuando estamos desgranando el maíz, tu la sabes, si te escucho cuando lo cantas, jajajaja…

Caracol. caracol, col, col sal de tu casita que es de mañanita y a salido el sol. Caracol, col, col vuelve a tu casita que es de nochecita y si ha puesto el sol.

Entre canto y tarareo Silverio acelera la caminata, Xelito sonríe mientras observa a su hermano, le inspira no sólo confianza, sino también valentía, coraje para avanzar. Los pequeños ojos de Silverio son candiles en la oscuridad, Xelito sabe que su hermano lo guiará hasta la escuela y que durante el camino lo cuidará con su propia vida, la compañía y las palabras de su hermano le bastan para avanzar. Mientras hacen la travesía el sol parece hacer honor a la canción pues sus rayos hacen que Silverio y Xelito comiencen a sudar y el hermano mayor de vez en vez se levanta la camisa para limpiar el rostro de su hermano, ese rostro de inocencia, de quien no sabe porque debe ir a la escuela, ese hermano menor que alegra la vida de Silverio porque ahora no tiene que caminar sólo como lo hacía un año atrás, ahora lleva con él a un compañero, alguien con quien soportar no sólo la travesía del camino, sino también el miedo que siente pero que no quiere, ni debe demostrar a su hermano, porque él es el hermano mayor, el cuidador, el que dirige la marcha triunfal, el que orquesta la utopía que algún día llegará.

–¿Ya viste Xelito? Ya se ve la escuela, yo creo que hoy si vamos a llegar temprano. No que ayer casi a medio día llegamos… jajajajaja… la maestra no se enojó pero Pedro y Rogelio se estaban riendo de nosotros, dicen que mejor ya fuéramos de vuelta para que no nos agarre la noche. Pero que bueno que la maestra si te curó tu brazo, no me di cuenta hermanito que te trabaste con el bejuco de la chaya que estaba colgado, por eso fue que llegamos tarde a clases, pero mira hoy llegamos casi a buena hora… canta pues…
Caracol. caracol, col, col sal de tu casita que es de mañanita y a salido el sol. Caracol, col, col vuelve a tu casita que es de nochecita y si ha puesto el sol.

La profesora Laura mientras inicia la clase de vez en vez se asoma a la puerta para ver si alcanza a divisar a los niños, su corazón se hace como una pasa, se arruga todito, la angustia y el sentimiento se revuelven en su estómago como si sus tripas se fueran a salir de su lugar. Por las noches se despierta con sobresaltos imaginando que algún día los dos pequeños no llegarían nunca más a la escuela, o peor aún, que un día se saldrán del camino y se perderán, que un animal los atacará, todo lo que ustedes puedan imaginar pasaba por la mente de la profesora. Por eso en cuanto veía que las dos pequeñas siluetas aparecían de entre los matorrales salía corriendo para ir por ellos, los tomaba de la mano, los abrazaba, los besaba. A ella no le importaba si los niños venían con lodo, si estaban sudando, si estaban escurriendo mocos, la alegría de ver a esos dos pequeños llenaban por completo su corazón, los cargaba hasta el salón mientras escondía tras el cuerpecito de los niños las lágrimas que caían por la alegría de ver que llegaban sanos y salvos.

–¿Verdad que vivimos lejos Xelito?

Xelito sólo levanta los hombros y sonríe ante la pregunta de Silverio quien se muestra valiente y lleno de orgullo ante sus compañeros. Las botas parecen barras de chocolate por tanto lodo, también las playeras que traen puestas están salpicadas con el lodo del camino, pero, parece no preocuparles, desde que llegan al salón sonríen, saludan a sus compañeros, acomodan su silla, también sacan sus pequeño cuadernos de la bolsa de plástico, eso sí, pueden ensuciar la playera, el pantalón, las botas, pero por nada del mundo permitirán que los útiles escolares se mojen, por eso los resguardan en la bolsa de plástico y en todo el camino se ocupan de que nada les suceda. Silverio quien asume el papel del hermano mayor, le indica a su Xelito el lugar que debe ocupar, acomoda su silla, le limpia los mocos, acomoda los cuadernos, saca dos lápices, uno más corto que el otro, pero elige el más grande para su hermano y él se queda con el más pequeño.

–¡Con este lápiz! Porque lo vas agarrar mejor, agárralo con todos los dedos paque no se te caiga. ¡Mira! Ya viste, así como lo tengo… ¿Ya entendiste?

Silverio es un hermano exigente, o quizá un hermano protector, un hermano que siente obligaciones que no le corresponden, pero que debe asumir, en la casa él también es el que ayuda con la tarea, es tutor de su hermano, porque su mamá y su papá no saben leer. Xelito sonríe sin poner tanta atención, agarra el cabello de su hermano y lo acaricia, y mueve la cabeza afirmando que ha entendido las indicaciones, voltea a ver a su maestra como quien busca una respuesta, y su maestra acercándose a él le dice:

–¡Muy bien! Ya veo que tienes un excelente maestro en casa, Silverio te ha dado bien las indicaciones, los felicito a los dos, son dos niños muy inteligentes, pero recuerden que tienen que asistir todos los días a clases, porque tu Silverio ya vas a entrar a primer año y necesitas estar preparado y tu Xelito tenemos tiempo para prepárate bien…
Por un momento parece que la tristeza les invade y Silverio le contesta a su maestra:

–No podemos venir todos los días maestra, caminamos mucho, casi como bastante, mi casa está pasando el puente, luego caminamos atrás del rio, luego tenemos que atravesar por la vereda si queremos cortar camino. Ahorita que no está lloviendo dice mi mamá que podemos venir a la escuela, pero cuando se rebalsa el río hay peligro dice mi mamá, mira mi bota tiene mucho lodo y eso que no ha comenzado a llover verda Xelito…

El último comentario de Silverio hace eco en el corazón de la profesora, ella aprieta fuerte sus manos junto al pecho, una extraña impotencia invade su cuerpo y por al algún momento quisiera salir corriendo de la comunidad para no sentir ese dolor, para no tener que soportar tanta injusticia, pero sabe que para esos dos pequeños gigantes ella es la única esperanza.

Avanza el día, el día que lo soporta todo, soporta los llantos, las sonrisas, el silencio, el agotamiento, el cansancio, las tristezas, la pobreza, la marginación, la miseria. Avanza el día, el día que lo soporta todo, el día que es un contenedor de emociones que se cierra al caer el sol y que vuelve a acumular los sentimientos al amanecer. Desde la ventana del salón la profesora

Laura observa los juegos de los niños, sonríe con las travesuras, sus ojos clavados, no sé si en los dos pequeños niños o sobre un punto fijo infinito mientras se pregunta: ¿Cuántos profesores confiamos en que Silverio y Xelito tendrán algún día mejores oportunidades?

¿Hasta cuándo la ceguera humana seguirá permitiendo tanta injusticia? ¿Cuántos profesores somos capaces de sembrar en el corazón de los niños una semilla que les permita germinar hacia un mejor futuro? ¿Cuántos profesores estamos dispuestos a dejar la vida por nuestros niños, a sembrar la conciencia, la justicia y la libertad con ellos y desde sus propias vivencias?

Avanza el día, las emociones se amontonan en el pecho, en el estómago, en el corazón, en los ojos de la profesora Laura, escurren sus lágrimas en silencio sobre su rostro, escurren como la misma mugre que escurre con el sudor de la frente de Silverio y Xelito.

1 Xelito, nombre tseltal para Jerónimo.

Narrativa Profesora Laura Chiapas/2015. Coord. Adan Morgan Colectivo 43 x 43 Serie 1. De las Condiciones de nuestras escuelas.


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