Los
maestros rurales necesitan leer mucho
Carlos
A. Carrillo
Las Bibliotecas
Escolares son indispensables para ellos.
Llamo maestros rurales á los que
dirigen las escuelas de las haciendas, ranchos, congregaciones, ó pueblos
pequeños y afirmo que tienen suma necesidad de la lectura. Ciertamente que
todos los maestros, tanto de las grandes como de las pequeñas poblaciones,
deben dedicarse á la lectura asiduamente; pero para ningunos es tan necesaria
como para los maestros de rancherías y pueblos.
Muchas razones y de diverso género
demuestran esa necesidad; pero aquí no daremos más que algunas, considerando la
lectura como escuela para aprender á hablar.
Los maestros rurales son en lo
general personas que no han tenido ocasión de aprender con el uso y por virtud
del trato social gran caudal de palabras, frases y giros castellanos, de suerte
que los que saben son muy pocos, y muchísimos los que ignoran.
Si vivieran en el seno de una
sociedad de culto lenguaje con la que estuvieran continuo ose, pudieran allegar
con el trato social un sinnúmero de palabras, modismos y construcciones de que
carecen; pero muy lejos de hallarse en las favorables condiciones, están
rodeados de toscos labriegos que hablan el castellano mucho peor que ellos, si
es que lo hablan, que no pocas veces son indígenas que ignoran por completo y
hacen uso entre sí de algunas de las lenguas del país. ¿En dónde, pues, han de
estudiar el habla castellana estos pobres maestros, si no en los libro? ¿Con
cuánta asiduidad no deben cultivar la lectura, que es para ellos la única
fuente de conocimientos e lo que al lenguaje atañe?
Los niños que se educan bajo la
dirección de estos maestros pertenecen frecuentemente á alguna de las razas
indígenas de este país y hablan, por consiguiente, imperfectísimamente el
español ó no lo hablan enteramente. Aun cuando no sea así, sino que su lengua
doméstica sea la castellana, la hablan con los mil vicios de la pronunciación y
barbarismos propios de nuestros campesinos, y sobre todo, es pobrísimo su
vocabulario y limitadísima su sintaxis. ¿No necesita estos escolares, mucho más
que otros niños, hacer un estudio serio del idioma? ¿No necesitan, por lo
mismo, un maestro que lo conozca bien, para que los pueda guiar en ese estudio?
Para progresar en el lenguaje
cuenta el alumno de una escuela urbana con varios elementos en familia, el
medio social en que vive y los libros que puede haber á mano. El lenguaje de
las familias que habitan las ciudades, aun cuando sean de condición bastante
humilde, es por término medio, más rico, exacto y castizo que el de los
campesinos, y por lo mismo el hogar es mejor escuela de lenguaje para el niño
de la ciudad que para el del campo. El primero está además rodeado de muchos condiscípulos
que por pertenecer á familias acomodadas y cultas, conocen gran número de
vocablos y usan un lenguaje más pulcro y esmerado y el continuo roce con ellos
afina y ensancha el suyo propio; por
otra parte, el trato aunque no tan frecuente, con otras personas de la ciudad
produce, aunque en menor escala el mismo efecto. De ambos elementos de progreso
se carece en el campo. Por fin, el niño de la ciudad es raro que no tenga
algunos libros propios ó prestados, de cuya lectura saca no pequeño fruto para
el aprendizaje del idioma nativo, mientras que el campesino, y con más razón el
indio, rara vez encuentra oportunidad de leer un libro. En suma, en la ciudad
el niño tiene tres maestros sin contar el preceptor: la familia, la sociedad,
los libros; en el campo no tiene más que uno, el que se halla al frente de la
escuela. Este único maestro, que ha de hacer por sí sólo el trabajo que en las
ciudades ejecutan cuatro, ¿no debe poseer conocimientos sólidos y tan extensos
cuanto sea posible en el idioma patrio? ¿Y dónde los adquirirá si no constituye
la lectura una de sus ocupaciones principales?
En resumen, los maestros rurales necesitan,
más que ninguno, dedicarse a la lectura:
1º. Porque tienen menos
conocimientos que otros maestros en la lengua española;
2º. Porque no pueden adquirir los
que les faltan hablando con personas de lenguaje culto, sino única y
exclusivamente leyendo libros correctamente escritos;
3º. Porque los niños que ellos
están encargados de educar necesitan, más que otros, de un maestro conocedor
del idioma castellano, porque carecen de los auxilios con que otros cuentan
para su estudio, á saber: a) la familia, b) la sociedad, c) la lectura.
Demostrada la necesidad que de la
lectura tienen los maestros de rancherías y pueblos, queda también probada la
necesidad de una pequeña biblioteca para su uso, anexa a la escuela que
dirigen. Para leer se necesitan libros; ¿y en dónde puede hallarlos el maestro?
En las pequeñas poblaciones y en las rancherías no hay bibliotecas populares de
las que pudiera tomar prestados algunos libros; tampoco puede pedirlos á los
vecinos del lugar, porque es muy raro el que posee alguna obra; y les es
imposible, en fin, adquirirlos de su peculio, porque su sueldo es, no
modestísimo, sino miserable y á duras penas le alcanza para mal comer. El único
medio, pues, de satisfacer la urgente necesidad que de leer tienen los maestros
á quienes nos referimos, es que á cada escuela se le provea de una corta
biblioteca costeada con fondos públicos.- (Junio 12 de 1888)
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