La era de las grandes trasformaciones
2013-05-15
 Vivimos en la era de las Grandes Trasformaciones. Entre tantas,  destaco apenas dos: la primera en el campo de la economía y la segunda  en el campo de la conciencia.
 La primera en la economía: empezó a partir de 1834 cuando se consolidó la revolución industrial en Inglaterra. Consiste en el paso de una economía de mercado a una sociedad de mercado. El mercado ha existido siempre en la historia de la  humanidad, pero nunca una sociedad solo de mercado. Esto quiere decir  que la economía es lo que cuenta, todo lo demás debe servirla. 
 El mercado que predomina se rige por la competición y no por la  cooperación. Lo que se busca es el beneficio económico individual o  corporativo y no el bien común de toda una sociedad. Generalmente este  beneficio se alcanza a costa de la devastación de la naturaleza y de la  creación perversa de desigualdades sociales. 
 Se dice que el mercado debe ser libre y el estado es visto como su gran  traba. La misión de este, en realidad, es ordenar con leyes y normas la  sociedad, también el campo económico y coordinar la búsqueda del bien.  La Gran Transformación postula un Estado mínimo, limitado prácticamente a los asuntos ligados a la infraestructura de la sociedad, al fisco y a  la seguridad. Todo lo demás pertenece y es regulado por el mercado. 
 Todo puede ser llevado al mercado, como el agua potable, las semillas,  los alimentos y hasta los órganos humanos. Esta mercantilización ha  penetrado en todos los sectores de la sociedad: en la salud, la  educación, el deporte, el mundo de las artes y del entretenimiento y  hasta en los grupos importantes de las religiones y de las Iglesias con  sus programas de TV y de radio. 
 Esta forma de organizar la sociedad únicamente en torno a los intereses  económicos del mercado ha escindido a la humanidad de arriba abajo: se  ha creado un foso enorme entre los pocos ricos y los muchos pobres.  Predomina una perversa injusticia social. 
 Simultáneamente se ha creado también una inicua injusticia ecológica. En el afán de acumular han sido explotados de forma predatoria bienes y recursos de la naturaleza, sin ninguna limitación ni ningún respeto. Lo que se busca es un enriquecimiento cada vez mayor para consumir más  intensamente. 
 Esta voracidad ha encontrado el límite de la propia Tierra. Esta ya no  tiene todos los bienes y servicios suficientes y renovables. No es un  baúl sin fondo. Tal hecho dificulta si no impide la reproducción del  sistema productivista/capitalista. Es su crisis. 
 Esa Transformación, por su lógica interna, se está volviendo biocida,  ecocida y geocida. La vida corre peligro y la Tierra puede no querernos  más sobre ella, porque somos demasiado destructivos. 
 La segunda Gran Transformación se está dando en el campo de la  conciencia. A medida que crecen los daños a la naturaleza que afectan a  la calidad de vida, crece simultáneamente la conciencia de que tales  daños se deben en un 90% a la actividad irresponsable e irracional de  los seres humanos, más específicamente a la de aquellas élites de poder  económico político, cultural y mediático que se constituyen en grandes  corporaciones multilaterales y que han asumido los rumbos del mundo. 
 Tenemos que hacer con urgencia alguna cosa que interrumpa esta  trayectoria hacia el precipicio. El primer estudio global sobre el  estado de la Tierra se hizo en 1972 y reveló que la Tierra está enferma. La causa principal es el tipo de desarrollo que las sociedades han  asumido, que acaba sobrepasando los límites de soportabilidad de la  naturaleza y de la Tierra. Tenemos que producir, sí, para alimentar a la humanidad, pero de otra manera, respetando los ritmos de la naturaleza y sus límites, permitiendo que ella descanse y se rehaga. A eso se lo  llamó desarrollo humano sostenible y no solamente crecimiento material,  medido por el PIB. 
 En nombre de esta conciencia y de esta urgencia, surgió el principio responsabilidad (Hans Jonas), el principio cuidado (Boff y otros), el principio sostenibilidad (Informe Brundland), el principio cooperación (Heisenberg/Wilson/Swimme), el principio prevención/precaución (Carta de Río de Janeiro de 1992 de la ONU), el principio compasión (Schoppenhauer/Dalai Lama) y el principio Tierra (Lovelock y Evo Morales), entendida ésta como un superorganismo vivo, siempre apto para producir vida. 
 La reflexión ecológica se ha vuelto compleja. No se puede reducir  solamente a la preservación del medio ambiente. La totalidad del sistema mundo está en juego. Así ha surgido una ecología ambiental que tiene como meta la calidad de vida; una ecología social que busca un modo de vida sostenible (producción, distribución, consumo y tratamiento de los residuos); una ecología mental que se propone criticar prejuicios y visiones del mundo hostiles a la vida y formular un nuevo diseño de civilización, a base de principios y valores para una nueva forma de habitar la Casa Común; y finalmente una ecología integral que se da cuenta de que la Tierra es parte de un universo en evolución y que debemos vivir en armonía con el Todo, uno, complejo y cargado de  propósito. De esto resulta la paz. 
 Entonces se vuelve claro que la ecología más que una técnica de  administración de bienes y servicios escasos es un arte, una nueva forma de relación con la naturaleza y con la Tierra. 
 Por todas partes del mundo han surgido movimientos, instituciones,  organismos, ONGs, centros de investigación que se proponen cuidar la  Tierra, especialmente los seres vivos. 
 Si la conciencia del cuidado y de nuestra responsabilidad colectiva por  la Tierra y por nuestra civilización triunfa, seguramente tendremos  futuro todavía.           
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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