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sábado, 13 de julio de 2013

El hoyo que nos dejó la desaparición de Elba Esther Blanca Heredia

Era el resumen completo del rompecabezas siniestro detrás de nuestro desastre educativo. El símbolo más elocuente posible de todos los vicios y de todas las deformidades de esa cosa que seguimos llamando sistema educativo. No hacía falta explicar mucho, bastaba mencionar su nombre, mostrar su foto o contar 2 o 3 anécdotas de sus últimas andanzas, para que el repudio en contra de todo lo que ella representaba, aflorase casi mágicamente.
Si los críticos de la política educativa hubiésemos intentado construir un blanco perfecto, una representación, una imagen que condensase todo lo que está podrido de la educación en México, no hubiésemos sido capaces ni con todo el dinero y la imaginación del mundo, de armarnos una bestia negra más idónea y más potente. Ella hacía el trabajo para los suyos y, también, para nosotros. Actuaba, como dicen los técnicos, como punto focal en torno al cual se concentraba la oposición y la crítica al estado de cosas aún vigente en materia educativa. Fungía como polo atractor y como punto de encuentro que borraba o al menos mitigaba diferencias entre los críticos, en mucho porque activaba algo simple que no necesita ni reflexión ni mucha organización: la repulsión compartida.
La nasalidad incisiva de su tono de voz, los muchos planos y ritmos ligeramente fracturados entre sí de su gestualidad inimitable, su retórica pirotécnica, la dureza vítrea de su mirada, su obsesión tenaz con el espejo, su manera de saberse y proyectarse impune, y sus excesos desorbitados lograban, ellos solos, lo que ningún número de opositores y críticos hubiesen logrado. Ella sola, solita, concitaba más rechazo que la mejor campaña negativa imaginable.
Su caída nos tomó a muchos por sorpresa y, tras la sorpresa, vino la borrachera celebratoria. Vivimos días de fiesta, lo impensable ocurría frente a nuestros ojos: la bruja en la cárcel y la reforma constitucional lista, antes, casi, de que nos diéramos cuenta. Listo, ya estuvo, hay otro futuro posible en educación, hay educación posible, sólo falta afinar los detalles.
Poco a poco, sin embargo, empezó a instalarse entre las huestes de los críticos y los que veníamos reclamando, desde distintas trincheras, una reforma educativa de fondo, un cierto pasmo, una cierta desorientación, una cierta pérdida de brío, de foco, de centro. Muchos factores han intervenido, sin duda, en ello. Entre otros, el puro cansancio y el desplazamiento de lo educativo en la agenda pública por la introducción de y/o el debate en torno a muy importantes reformas en otros ámbitos de la política pública.
Sí, todos esos factores pesan en el desinflamiento del fervor por lo educativo. Me pregunto, con todo, si no también pesa y mucho en esa pérdida de energía dirigida y animada por un rechazo común, el hoyo que nos dejó la desaparición de “la maestra”. Como si hubiésemos perdido brújula y, sobre todo, fuego en la panza, ese que nos prendía ella y nos facilitaba reunirnos y encontrarnos, a pesar de nuestras diferencias.
Golpe maestro, sin duda, ese de su caída. Lástima que quede tanto, tantísimo, por hacer.
bherediar@yahoo.com

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