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lunes, 14 de abril de 2014

La hierba en el camino Daniel Cazés LAISUM-Mexico

Recuperamos este breve pero contundente texto de Daniel Cazés, de sus colaboraciones semanales tanto a La Jornada, como en Milenio y posteriormente en Emeequis. En esta ocasión aborda el trabajo intelectual y artístico y los embates que padece bajo la perspectiva economicista y controladora.

Crear con libertad

Daniel Cazés

La autonomía de las instituciones públicas  que forman creadores, estimulan la creatividad y propician la creación, es expresión jurídica de la voluntad social de autonomía del pensamiento e imaginación.

José Revueltas, en los años 60, daba este sentido a la autonomía universitaria, que es mucho más que un acuerdo administrativo surgido de concepciones contradictorias entre fuerzas políticas.

Así, la creatividad abarca a la investigación en todos los campos (creación y renovación de conocimientos,  perfeccionamiento de técnicas),  producción artística, trabajo de quienes buscan, idean, inventan y se expresan. Y desde luego, también de quienes hacen que el pensamiento crítico, filosófico, ético y político, parte de la vida y de la enseñanza para la vida.

La creatividad es, pues, imprescindible para los conglomerados humanos. Es una necesidad básica y derecho humano. Y ha sido manifestación del concepto de grandeza de las sociedades.

Por ello a través del tiempo muchos poderosos han auspiciado la creación en todas sus formas. Algunos mecenas renacentistas –aun siendo feroces señores feudales, papas o emperadores- se impusieron como misión desde su poder, contribuir a la grandeza de su reino, de su nación.

Sin duda por esas antiguas tradiciones en algunos países modernos se integró a la estructura de Estado la responsabilidad social de apoyar y estimular la creatividad de la ciencia y el arte.

Hoy, cuando predomina el ansía de lucro, hoy para los que el Estado sólo debe ocuparse de producir ganancias para el capital financiero. Así, capaces de los más impúdicos proyectos, proclaman que lo patriótico es privatizar o desaparecer espacios de la creatividad: reducir el financiamiento a las universidades, clausurar institutos de investigación, empujar a quienes se dedican al arte a la miseria y cerrar sus espacios de formación y expresión. Actúan convencidos de que el financiamiento de la grandeza debe provenir de la lotería y los juegos de azar y los teletones.

Quizá si un día ven más allá de sus cocacolas, sus pasadas frivolidades televisivas y sus conciertos privados en edificios públicos, se darán cuenta de que la creatividad y la creación sobrevivirán mientras sus nombres sólo serán recordados en anécdotas chuscas de lo que en el futuro será el pasado.  


Y evoco aquí a Prometeo y la idea de creatividad privatizable. El mito de Prometeo evoca el nacimiento de la conciencia humana. Al robar a Zeus el fuego, Prometeo trajo la memoria y la pasión por la creatividad a la Tierra. Su padre, gobernante supremo del universo, lo encadenó con el hígado expuesto para que un águila lo devorara y así expiara la culpa de haber abierto para la humanidad las puertas del saber y de las artes. Pero lo que de noche devoraba el ave carroñera, amanecía regenerado.

En los avatares de su liberación, Prometeo heredó la inmortalidad. Y  Esquilo lo alabó por haber hurtado el fuego para liberar a los mortales de la obsesión de la muerte.

Prometeo se rebeló contra los designios del absolutismo paterno; por ello hay quienes lo hacen símbolo de la revuelta de la mente que construye la inteligencia que arrebata destellos de luz a las tinieblas y amplia la inteligencia de los sentidos que puede ser tan efímera como las pasiones. Su nombre recuerda al pensamiento que anticipa, que apenas  surge va más allá.

El mito de Prometeo, dice Bachelard, ilustra la voluntad humana de una intelectualidad absolutamente libre e independiente, como se dice que es la divina. Este autor sugiere la existencia del complejo de Prometeo, que abarca todas las tendencias que nos empujan a saber todo lo que saben quienes nos han antecedido –progenitores y maestros- y más aún. Esta ansia de creación y de conciencia que enriquece la alcanzada por la humanidad, contagia hoy a un número creciente de personas. “El complejo de Prometeo es el complejo de Edipo de la vida  intelectual”.

Marx admiró la figura de Prometeo más que ninguna otra: es la del héroe impío, creativo, rebelde y sagaz.

En México, poderosos aspirantes a Zeus se proponen hoy abandonar al mercado espacios únicos de investigación y de creación, que son responsabilidad de Estado e interés de la sociedad. Son empresarios que esperan volverse míticos de la política, pero demuestran una ignorancia sin medida: afilan las fauces de ciertas águilas parlamentarias para que engullan las entrañas de la imaginación. Olvidan, empero, que la vida intelectual y artística  es fuente de rebeldías, y que el hígado herido de Prometeo se recupera cada amanecer.

O tal vez, en su afán de dominar las mentes, temen la ruptura incesante de las cadenas legendarias y creen que pueden evitarla desde curules sumisas.

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