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lunes, 14 de abril de 2014

El conocimiento por amor, (discurso dicho desde un piano de cola) Luis Porter LAISUM. - México.


Escribo este artículo, que bien podría ser el germen de un largo ensayo, el principio de una consecución de fragmentos, o una serie de notas breves, epígrafes hilvanados por viñetas simples... lo escribo, repito, pensando en que es muy posible que nadie lo lea. La libertad que me da la ausencia de público, la falta o renuencia del no-lector a hacer comentarios y mis consecuentes imposibles respuestas, me sitúan en un espacio totalmente mío, que en un primer momento me desconcierta: ¿qué hacer frente a esta sala vacía? ¿cuántas personas caben en este recinto al que nadie se ha tomado la molestia de llegar? Si el tiraje fuera de mil ejemplares... ¿correspondería cada uno de ellos a una butaca? y si se tratara de una infinita impresión electrónica, ¿formaré prte de ese paraninfo cuya novia es la bóveda celeste?

La página uno, equivale a salir al escenario. Desde bambalinas avanzo por las tablas del proscenio que es tan largo como el lenguaje y tan profundo como un diccionario. Al centro hay un solitario y endeble micrófono, aunque mas atrás, pegado al telón de fondo, descansa un monumental piano de cola negro. Me acerco a ese instrumento romántico y hago el intento de empujarlo suavemente. Sus ruedas permiten que lo deslice hacia el frente. Lo alineo al eje de simetría del auditorio frente al inexistente público. Me siento en el taburete, y pongo unos papeles en el atril. El teclado, con sus 88 teclas negras y blancas, me transmite un sentimiento de bienestar. Sigo el ondular de la tapa inclinada, imaginando butacas, palcos, graderías... Los veo como hileras de dientes en una fauce abierta. Mis ojos se van acostumbrando a la oscuridad. Creo adivinar en la primera fila, una silueta. Identifico a la correctora de estilo. Sin poderlo evitar, mi mente piensa en el irrefutable hecho de que el gerundio no puede modificar al sustantivo. - Habrá que considerarlo -  me digo. Un flujo de alertas prosódicas me distraen por un instante. Decido refugiarme en la amable vocalidad de los diptongos: fuego, residuos, pausas, paisajes, feudos, ruido, ruiseñor, ruinas, aire, aurora.


-Señoras y señores - digo, (no sin cierta ironía). Mi voz, sin embargo, no emite ningún sonido. Levanto la mirada atraido por los brillos de la inmensa araña de cristal que cuelga de lo alto. Al afocar la mirada, descubro que nos encontramos al aire libre. Nos cobija una noche tibia, sin luna. Lo que parecían conjuntos de diminutas luces, son en realidad un festival de estrellas, con su callado cascabeleo celestial. Busco otra manera de iniciar mi discurso. A ver. Podría continuar con lo que se me ocurra. Cantar, si viniera al caso. Y aunque no venga...  ¿por qué no hacerlo?  Vocalizo un la sostenido. Afirmo el diafragma, y suelto la voz. El sonido se intensifica, recorre el lugar hasta adquirir una dimensión lejana. Después, lentamente se apaga. Vuelvo a intentar, dispuesto, ahora si, a decir algo... ¿pero qué? ¿qué digo que sea convincente y que refleje con total autenticidad lo que realmente siento? La revisora de estilo parece anotar algo, pero me tiene sin cuidado. No se me ocurre nada mejor que un si bemol, (que de hecho en nada difiere del la sostenido). El silencio me invita a quedarme quieto. Con un leve pianissimo me llega una vibración lejana. No sin asombro, descubro que ese velo negro que tengo frente a mi no es tan silencioso como creía. Ahora comienzo a escuchar ciertos sonidos, hasta este instante imperceptibles.  Creo distinguir un mi, y un fa, después otro mi. Una misteriosa resonancia crece desde el fondo del teatro. Después de todo, me digo, escribir, comunicarse, tratar de explicar algo, es una manera de hacer música. 

“Los intervalos musicales son regulares”, digo en tono pitagórico frente al micrófono encendido. Los parlantes dicen lo mismo por todas partes. Mi voz se entrevera con la escala musical armoniosa que el astrónomo relacionó ya hace mucho con los cuerpos celestes. - “No estamos solos - me siento obligado a decir -  formamos parte de una armonía mayor que es el cosmos. Sin embargo, prosigo, nos hemos alejado del centro de las cosas, hemos perdido la autocrítica, y con ella el equilibrio que requiere la vida para que formemos parte del todo. Me detengo. No me gusta el tono, y menos aún la actitud del que basa su discurso en señalar una carencia. Lucho contra la tendencia al sermón normativo. Pero no encuentro otra manera de decirlo: la modernidad falló - insisto con mal disimulado enojo -  la razón no cumplió con lo que profetizaba, el sueño moderno nos instaló en el imperio vacío de la técnica, dejándonos entre la decepción y el desengaño. Busco otras palabras, y en tono mas alto digo:  “- Vivimos una universidad que se ha alejado de la vida”- . 

“- Para ilustrar lo dicho invito amablemente a la concurrencia ausente, a que se aleje de la biblioteca cierre los libros y salga a la calle a leer su ciudad. Quiero que sepan que no es sólo por medio de los libros que entendemos las cosas, resulta muy útil leer lo que nos dicen las calles y la arquitectura de sus fachadas. Tratemos de no deambular por nuestra ciudad aceptando todo lo que hacen cotidianemente con ella. Invito a que lean con mirada crítica todos esos monumentos que damos por buenos, simplemente porque son altos, caros, impositivos o contundentes. Les pido que crean en mi palabra de arquitecto: se trata de esperpentos, de insolentes expresiones de la mas horrorosa fealdad. Han ido deformando y arruinando a nuestra ciudad, que fue la ciudad de los palacios, pero también lo han hecho con otras hermosas ciudades como Buenos Aires, en uno de sus pianos de cola negros, escribo esta nueva versión del discurso. Y se los digo a los demás ausentes, se encuentren en Xalapa, en Ciudad Juarez o en Tucumán.  Aquellos que viajan y observan, comparen el porteño Puerto Madero con el suburbano DF que extiende sus garfios hasta Santa Fé. Ambos tienen orígenes sospechosos, oscuros, inciertos. Ambos utilizan lenguajes similares, el lenguaje ignominioso del poder absoluto que oprime y violenta al ciudadano sensible”-. 

Kepler - Museum - Gesellshaft

Al decir esto, se encienden los proyectores y sobre el escenario aparecen una serie de hologramas reproduciendo hitos urbanos, edificios propios de la modernidad, en la forma de una escultura móvil, formada por diagramas y animaciones.  El espectador observa como si fuera un pájaro que volara, la serie de monumentos megalomaníacos creados desde el totalitarismo, como un desfile de gestos consentidos, de estelas nihilistas, de acciones derrochadoras, en suma, el delirio de grandeza propio de la arrogancia empresarial y política. La puesta en escena transmite un halo apocalíptico que se desplaza hacia los lejanos planetas. El discurso continúa sobreponiéndose a las imágenes pirotécnicas: -“El paisaje ha sido transformado por una modernidad prepotente, monolítica e impositiva. Por todas partes emergen símbolos que nos anulan como  sujetos, y al hacerlo nos impiden reconocernos. Nos encontramos a merced de un entorno hecho de entidades vacías. Los arquitectos, desconectados del cosmos, seguidores de modas, han borroneado el paisaje, enterrando a la naturaleza bajo el pavimento. ¿Qué camino habremos de trasitar para reconstruir las estructuras vivas, aquel que fue nuestro orgullo palaciego de cuando fuimos ombligo de la luna? ¿Cómo llenar el vacío civilizatorio e iluminar el apagón cultural?”- 

-Detrás del piano de cola, como un nuevo juego de imágenes, el cosmos y sus sonidos se apoderan del paraninfo. Sobre pantallas brillantes situadas en los inmensos planos que limitan el fondo, detrás del piano, se reproducen los murales de José Clemente Orozco dedicados al hombre creador y rebelde, evocando a la Universidad de Guadalajara y a sus grandes intelectuales desde Juan José Arreola hasta Ricardo Yáñez.  

-“- Una persona, una presencia, es a veces ausencia, porque es irreductible. En este sentido, la persona es sagrada. Vamos hacia la unidad del todo cuando respetamos al otro, cuando nos acercamos a él. El camino que  forma parte del conocimiento metafísico, porque es sapiencial, es el del afecto. San Juan, el evangelista nos iluminó diciendo: “el conocimiento por amor.”- Aunque la palabra amor tenga el inconveniente de desencadenar, aunque sea por un breve instante, el temor a nuestra propia sensibilidad.  
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-Con las manos apoyadas en el teclado, siento que mi discurso comienza a encontrar sentido.  - “¿No hay preguntas?” -  digo sin poder evitar cierta retórica. La correctora de estilo lanza una leve exclamación, difícil de interpretar. Una serie de remolinos de viento cálido mueven el cortinado índigo que enmarca el escenario. Desde lo profundo se siente  la tensión entre las aguas saladas y las aguas dulces, meciéndose en su péndulo subterráneo. El auditorio no está vacío como creí en un principio. Lo habita esa totalidad formada por el alma humana. La vida se abre paso por la oscuridad y ahora la veo frente a mi, como si fuera un texto que se despliega luminoso. Sigo los pentagramas de la partitura que puse en el atril del piano. Como el rocío de la madrugada, la bóveda se extiende sobre el aire del teatro. Sentado en el taburete del piano que destella, estoy viviendo una interacción transferencial con las estrellas. Con tono de conclusión y dando paso al diálogo, agrego: “- En América Latina estamos hechos de maíz. En México al sol lo representa un venado que aparece en la madrugada como un guerrero valiente que propicia la fertilidad y la continuidad de la vida”-.  Ahora rerconozco al vasto público. Se encuentra disperso entre las estrellas. Ocupa fragmentos entre lugares de planetas equidistantes. Se mueve entre las notas de una escala armónica. Se conecta con palabras puras a la oralidad del todo. Todo ello lo hace desde el silencio.  “ - Nos conectamos al todo por medio de centros que responden a una geometría regular, no distinta a la de los intervalos musicales de los planetas que emiten las notas de una escala armónica. Todavía existen en nuestra ciudad  estructuras vitales que nos conectan con el movimiento de los astros y de las esferas. La única propiedad que tiene esa geometría es la vida. Necesitamos volver a crear estructuras vivas, para retomar la belleza, que es parte del mundo afectivo. Necesitamos centrar nuestro quehacer educativo dentro de esquemas generadores de vida, con sus secuencias, códigos, lenguajes dinámicos y cambios de paradigma, hasta llegar a navegar por las estructuras flotantes, que al igual que las trajineras, se deslizan lentas sobre las aguas dulces, siguiendo el movimiento de los astros” - 


En el escenario, como una maqueta viviente, se muestra una visión 3D de un sueño en que la universidad abarca todo su entorno hecho de canales, chinampas, hileras de ahuejotes, garzas y largas estacas. La universidad que preserva para siempre su condición prehispánica, multiplicando su vegetación, deteniendo a la ciudad, recuperando su condición de patrimonio de la humanidad, solo que ahora bajo el cuidado de los universitarios. Sobre el escenario se suceden una serie de panorámicas que cruzan por Tlahuac, Milpa Alta, Tlalmanalco, hasta las cumbres de los volcanes. Junto con las blancas aureolas nevadas, entre el sinuoso todo que forman los pechos del valle y la copa del cosmos, llegamos a la conclusión:

- “Cuando nos sentamos frente a un piano de cola, lo que estamos haciendo es sumarnos a la armonía de las esferas, a la vastedad del firmamento, que en el México antiguo se percibía como la armonía de los astros. Formar parte del cosmos, flotando sobre las aguas dulces de nuestro valle, se hace evidente cuando entre los ahuejotes, escuchamos el silencio. Tomamos  de la mano a nuestro colega, a nuestro alumno, y juntos nos disponemos a volver a vivir.”-.  

Diciendo esto, quité mis manos del teclado, las luces se encendieron y pude ver que allí también estabas tú.  

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