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martes, 15 de mayo de 2012

Crispación, descontento e incomprensión La Jornada

La visita del candidato priísta a la Universidad Iberoamericana (Uia) marcó un punto de viraje en las campañas presidenciales en curso. Las giras anunciadas, los actos multitudinarios, exitosos o desafortunados, las pifias de los contendientes y de sus equipos, el acartonado intercambio que se presentó como debate, así como las muestras aisladas de rechazo a los aspirantes, formaban parte de un escenario previsible e inocuo, con un discurso dominante que ha venido enfatizando, con fundamento o sin él, un triunfo casi inexorable del puntero en las encuestas, a quien ningún tropiezo, por grave que fuera, podría mover de su sitio.
En la Uia el escenario se cayó a pedazos ante la inconformidad, el escepticismo y el rechazo de un nutrido grupo de jóvenes que achacaron a Peña Nieto aspectos destacados de su gestión como gobernador del estado de México, empezando por la brutal represión que ordenó –en coordinación con el gobierno de Vicente Fox– contra los pobladores de San Salvador Atenco en mayo de 2006. Cabe recordar que, hasta la fecha, las muertes de dos jóvenes en el contexto de la movilización represiva, la sistemática brutalidad policial contra la población –palizas feroces, violaciones de mujeres y de hombres detenidos, torturas, aprehensiones arbitrarias y allanamientos sin orden judicial, entre otras prácticas– no han sido investigadas con seriedad, ni ha habido un solo culpable sancionado. A lo que puede verse, los jóvenes de la Ibero estaban al tanto de esta circunstancia.
Por lo demás, la campaña del priísta encarna, más que ninguna otra, la simulación de normalidad en un país sacudido desde hace décadas por la crisis económica persistente, por la corrupción monumental en gobiernos priístas y panistas, por la asfixiante hegemonía informativa de los medios afines al régimen, por las crecientes y descontroladas violencia e inseguridad en el contexto de la estrategia gubernamental de combate al crimen, por el saqueo regular de las arcas públicas y de los recursos naturales y, en consecuencia, por el sostenido angostamiento de las perspectivas de futuro nacional, asunto particularmente exasperante para los jóvenes.
Los discursos oficiales triunfalistas, los propósitos continuistas en materia de economía y seguridad, la negación sistemática de las miserias de la realidad –particularmente visibles en el caso del estado de México– armonizan tan poco con el país como las encuestas inmutables en favor de Peña Nieto y las promesas para resolver todos los problemas sin detallar los medios para ello.
La mayoría de los medios informativos permanecen cerrados a las voces del descontento y los electrónicos privados muestran abierta parcialidad hacia quien presentan como candidato invencible. En tales circunstancias es normal e inevitable que los muchachos, receptores agudos de la grave situación nacional, se manifiesten en los foros que tienen a mano: el Zócalo capitalino con motivo del concierto de Paul McCartney, los espacios universitarios y las redes sociales, en las que impera una notoria hostilidad hacia los aspirantes presidenciales del Revolucionario Institucional y de Acción Nacional.
Resulta alarmante que, ante las expresiones de descontento, los opinadores fieles al régimen, en vez de hacer gala de su capacidad de análisis y de ayudar a la comprensión de estos fenómenos, se lancen a la descalificación fóbica de las voces de protesta, busquen conjuras inexistentes que las vincularían con la oposición política y aticen la crispación, la intolerancia y la confrontación.
Es paradójico que tales comentadores manifiesten su admiración a los movimientos sociales que se han servido de Internet para articularse, siempre y cuando se desarrollen en Egipto, por ejemplo, y que condenen la expresión libérrima de los tuiteros cuando ésta ocurre en México y en contra de un régimen político a todas luces vetusto y cada vez más más inoperante.
En tal circunstancia, es pertinente formular un llamado a la contención a todos los actores políticos y mediáticos –de quienes cabe esperar lucidez privilegiada–, e invitarlos a robustecer la participación ciudadana de cara a los comicios inminentes. La ciudadanía, por su parte, debe realizar un esfuerzo para encauzar sus malestares y convertirlos en sufragios. De otra manera, el proceso comicial, en vez de aportar soluciones al drama nacional presente, lo agravará.
 

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