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jueves, 9 de agosto de 2012

CEDACH: aprendiendo a leer y quererse Mariana Winocur

Alfabetizan con un método que sirve no sólo para que otras indígenas aprendan a leer. También les permite hablar de los maltratos que sufren y han sufrido de parte de sus patrones, sus maridos, sus hijos. Les permite sacar los dolores y las rabias. Darse cuenta de cuáles son sus derechos (darse cuenta de que “tienen” derechos). Animarse a decir lo que quieren, lo que sienten, lo que deciden.
Las capacitadoras son varias y pertenecen al Colectivo de Empleadas Domésticas de los Altos de Chiapas (Cedach). La mayoría de ellas viene de familias muy humildes. Son mujeres, pobres e indígenas que, seguramente por eso, padecen discriminación y son explotadas. Sin embargo, algo hizo que consiguieran romper ese círculo de miseria y pudieran salir a flote.
Ayudarse y ayudar a otras mujeres. De eso se trata lo que hacen. De abrirse y abrirles los ojos. Decirse y hacer que otras digan “hasta aquí llegué”.
Desde esa plataforma de autodescubrimiento y desde el Colectivo que las une, esas mujeres maravillosas trabajan para que otras mujeres maltratadas, analfabetas y ninguneadas puedan dar el salto. Para que más mujeres que también fueron vapuleadas e invisibilizadas, puedan vivir mejor.
Los talleres de capacitación son dinámicos. Se reúnen los sábados y los domingos y, en grupo, hablan y cuentan sus vidas. Como hace la mayoría de las mujeres. Comparten sus sueños de cómo sería una vida ideal pero también cuentan cómo han sido sus vidas hasta entonces. La charla se acompaña con dibujos y palabras clave que eligen para trabajar. Y las facilitadoras usan esos dibujos y esas palabras para enseñar a leer, pero también para que las mujeres que allí se reunieron puedan darse cuenta de cuáles son sus derechos.
Las capacitadoras son conscientes del lugar desde el cual parten: el de las empleadas domésticas es uno de los sectores laborales más invisibilizados y desorganizados en Chiapas. “Además, dicen, estamos partiendo desde nuestra propia experiencia como mujeres indígenas, migrantes marginadas y explotadas laboralmente”.

CORTE DE CAJA

Los grupos de alfabetización comenzaron en 2010. Ahora, luego de intensas jornadas de capacitación, llegó un corte de caja. El resultado fue bueno. Unas 30 mujeres aprendieron a leer y escribir, se dieron cuenta de que sí tienen derechos, de que pueden decidir, exigir, vivir mejor. Sus reflexiones impactan: “Se me cayeron las vendas de los ojos”. “Ahora sé que tengo derechos, antes ni sabían que existían”.
Se animan a hablar, a pesar de los maridos. “Acá en Chiapas el machismo está muy fuerte y ‘la mujer no debe de salir’. Ahora las mujeres les dicen a los maridos que así como ellos salen, ellas también quieren salir. Empiezan a negociar y les dicen lo que ven”. Paula Jiménez es una de las capacitadoras líderes. “Es una bronca que ahorita estamos viendo: los maridos. No les gusta que las esposas contesten. O que ya no piden permiso”.
A dos años de haber comenzado, el proceso impuso una vuelta de tuerca. “Fue tan chido estar frente a compañeras y compartir conocimientos… y también darnos cuenta de que nos falta conocer más cosas que leer y escribir. Entonces decidimos fortalecernos. Nuestro objetivo es ir avanzando y por eso nos estamos capacitando nosotras, para que los talleres salgan mejor”.
Al proceso de autocapacitación se suma el de aprender mejor a gestionar los proyectos y conseguir recursos para crecer. Ello financiado por Semillas, Sociedad Mexicana Pro Derechos de la Mujer. Gracias a ese apoyo y a una fuerza de voluntad impresionante, las mujeres de CEDACH están ahora preparadas para volver al ruedo, para seguir alfabetizando y capacitando en derechos laborales. El año 2013 está cerca y para entonces ya tienen proyectos de ir a las colonias de San Cristóbal, identificar empleadas domésticas y armar nuevos grupos.

PAULA: LA “PEOR” DE LAS MUJERES

Es una de las capacitadoras clave en Cedach. Paula Jiménez tiene sólo 29 años y una vida muy intensa. Nació en la ranchería Alcanfores y entró al mundo del trabajo doméstico cuidando niños. Ella también era una niña y acompañaba a su mamá a trabajar a las casas.
“Luego me junté con el papá de mis hijas y empecé a vivir violencia. Mi mamá ya estaba en el Colectivo y se dio cuenta, por eso me invitó a participar. Yo era ama de casa. Se me veía en la cara y en el cuerpo que vivía violencia, toda demacrada, medio amargada”.
Entró al Colectivo “y con la gran bendición me aceptaron. Ahí empezó mi historia con todo este platillo que he ido comiendo poco a poco, que me ha gustado y me ha dado mucha fuerza”. De esto hace cinco años.
Ya no sigue con su marido, a pesar de que esa situación, en Chiapas, es muy criticada. “Por no tener una pareja me critican los maridos de mis compañeras, ‘seguro no le atendía a su marido, no le cumplía’ y eso me convierte ‘en la peor de las mujeres que anda movilizando a las mujeres’”. Lo dice así y hasta sonríe.
“Lo digo con fuerza, una mujer no tiene que permitir cosas que te vayan a dañar y a lastimar. Vivir en parejas es estar alegre, disfrutando a las hijas e hijos, disfrutando del hogar”. Si la vida en pareja no tiene esos ingredientes, pues entonces ¿para qué? Tiene razón Paula.

EMILIA: EN CARNE PROPIA

También Emilia Pérez participó en estas capacitaciones. Ella es de la comunidad Dolores Chempil, una ranchería de 10 ó 15 casitas. “Vengo de una familia muy pobre, de una comunidad donde hace poco entró la luz y no hay agua entubada, la gente sigue tomando agua de un pozo”.
Recuerda que sus papás nunca tuvieron dinero para vestir bien a sus nueve hijos. “Andábamos descalzas, la comida no nos alcanzaba y mientras fuimos creciendo, cada uno salía a buscar su rumbo y su trabajo”. Las palabras de su papá todavía le suenan: “Aquí nomás hijitos cada quien busque dónde van a vivir o ir a estudiar; yo no les puedo dar más. Lo siento mucho”.
Llegó a San Cristóbal a cuidar a sus sobrinitos. Tenía sólo 10 años, “me sentí triste pero no me quedaba de otra; en mi casa no tenía ni una muda de ropa buena. Tenía que acostumbrarme a la ciudad”.
Estuvo tres años trabajando para su hermana mientras terminaba la secundaria. “Como era tanto el sufrimiento, me fui con mi novio, según yo para salir del hoyo donde estaba, porque también mi cuñado había intentado violarme. Luego vinieron mis hijos (tengo tres); el primero nació cuando tenía 18 años”. Antes de graduarse de la Preparatoria ya tenía dos hijos.
Todo indicaba que los estudios que había hecho Emilia le habían servido sólo para tener el papel: “Me encerré en la casa, tuve otro hijo y ya no salí. Pasaba los días encerrada haciendo comida, lavando, haciendo el aseo”.
La suerte empezó a cambiar cuando el padrino de sus hijos le propuso ir a hacer el aseo a unas oficinas. Así llegó a Cedach. “Yo sólo fui a ver”. Alguien la invitó a participar en los talleres de lectura del colectivo. “Si salgo, mi esposo me va a regañar”, le confesé”. Fue su hijo, de sólo 11 años, quien la alentó: “Vete mami, ¿qué te está estorbando?”
En esas reuniones las mujeres dibujaban y contaban cómo habían sufrido en sus comunidades. “Lo que escuché me movió todo, porque tenía un dolor y no me había dado cuenta de que lo tenía. Salía enferma de ahí, no podía desahogarme”. Emilia estuvo un año aprendiendo y haciendo tareas. Un día, se animó también a capacitar.
-¿Sientes que estas capacitaciones te han cambiado la vida?
-Al principio mi marido se enojaba y se iba a tomar. Volvía borracho a discutir conmigo. Pero yo dije que ya estaba adentro y no lo iba a dejar. Entre mujeres nos damos fuerza. Le expliqué que yo estoy aprendiendo algo bueno para que otras mujeres que han sufrido como yo aprendan sus derechos, sepan defenderse. Él entendió y me dijo que me daba mi libertad.
-¿Estás satisfecha con este proceso?
-No te voy a decir que son grandes avances, la transformación es lenta en esta ciudad tan colonial y tan racista. Pero te puedo decir que varias compañeras están llegando a los talleres. Que se anotan para las marchas. Vemos el empoderamiento que de a poco están teniendo. También lo van trabajando con los hijos, otro problema que las mujeres en Chiapas tenemos de que “a dónde vas mamá”, que el papá se pone en contra y los envenena.
Avanzan lenta, pero firmemente. De a poco se animan a decir. Se animan a disentir. Se animan a ser. Eso ya es demasiado.

Publicado en Sinembargo.com.mx

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