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jueves, 23 de febrero de 2012

¡De Panzazo: puede y debe rendir más! Emilio Blanco*

Hace unos días tuve el gusto de asistir al pre-estreno del documental ¡De Panzazo!, realizado por Juan Carlos Rulfo y auspiciado por Mexicanos Primero. Me alegra ser testigo de iniciativas independientes para discutir sobre educación, aun cuando provengan de la simbiosis empresarial-periodística que hoy domina muchas agendas en México. El trabajo es original, crítico y pone a la calidad de la educación en el centro del debate. Pero como seguramente recibirá elogios de parte de muchos sectores, adoptaré una actitud menos complaciente.
El documental cae en tres gruesos errores, originados en sesgos ideológicos que es necesario develar. Me interesa discutirlos porque se repiten a menudo y son el mensaje fundamental que recibirán los espectadores, mensaje que implica operaciones de ocultamiento y que puede menoscabar la inteligencia del debate. El formato de esta columna me obliga a simplificar y, quizá, a ser injusto con otras virtudes de la obra:

 1. Se estigmatiza a los maestros. ¡De Panzazo! enfatiza excesivamente la responsabilidad de los maestros sobre los problemas educativos, por sobre otros actores y condiciones. Con esto no solo se corre el peligro de reproducir el estigma del maestro flojo y rijoso (deteriorando aún más la menoscabada confianza hacia las escuelas). También se desconoce la naturaleza social del hecho educativo y (muy neoclásicamente) se atomiza la cadena explicativa, como si la educación fuese más que nada un "producto" del esfuerzo individual. Solo habría que echarle ganas para mejorar los resultados. En ¡De Panzazo!, la pobreza y la desigualdad no parecen problemas, a pesar de que las investigaciones serias muestran que ambos factores son claves para explicar los bajos resultados educativos. No existe un país con 45% de pobres, como tiene México, que alcance resultados siquiera cercanos al promedio de la OCDE. Los países que obtienen mejores resultados en PISA no solo tienen bajos niveles de pobreza, sino que además han logrado reducir la desigualdad educativa asociada al origen social. De esto, nada se dice en el documental.

 2. Se idolatra a las pruebas de aprendizaje. Si desconfiamos de los maestros y no se puede razonar con ellos, evaluémoslos para premiar a los buenos y castigar a los malos. El problema es que esta postura ignora la evidencia contraria a dicho uso de las pruebas (incluso de las buenas, no me refiero a ENLACE). En primer lugar es prácticamente imposible determinar cuánto, de todo lo que aprende un niño, se debe exclusivamente a su maestro, separado del resto de las influencias que recibe. En segundo lugar estas pruebas pueden afectar la calidad educativa porque incentivan a limitar lo que se enseña a aquello que va a ser evaluado. No hay datos sistemáticos que avalen este tipo de medidas como instrumentos de mejora educativa. Finlandia, Canadá y Corea del Sur no evalúan así a sus maestros y están en el tope de puntajes de PISA. Países que lo hacen denodadamente, como Estados Unidos e Inglaterra, permanecen en la mitad de la tabla.

A falta de evidencias, solo puedo explicarme la persistencia de este fetiche como el resultado de una concepción industrialista de la educación, y de una visión de los agentes educativos como sujetos racionales y egoístas que deben ser dirigidos mediante el palo y la zanahoria (las "instituciones" hace poco descubiertas por los economistas).

 3. Se desprecia la inversión en educación. Si se trata solo de echarle ganas y de controlar mejor a los maestros, no es necesario gastar más sino gastar mejor. Con lo que ya se tiene se puede hacer mucho más, siempre y cuando no se lo regalemos al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). A fin de cuentas, parece decirse, el conocimiento es un bien intangible, una virtud espiritual desligada de cualquier condición material. Imagino que este argumento debe ser carísimo al sector empresarial, siempre dispuesto a contribuir con la sociedad mediante discursos ejemplarizantes, pero nunca dispuesto a pagar más impuestos (o al menos a dejar de evadirlos).
Lo cierto es que ningún país que gasta lo que gasta México por alumno en educación logra resultados mucho mejores. México, Brasil, Chile, Uruguay, Argentina, todos están en el fondo de la tabla. En cambio, el gasto de Finlandia por alumno supera los 9 mil dólares (similar al promedio de la OCDE), y el de Corea del Sur supera los 7 mil 400 dólares, más del doble de lo que gasta México, que no alcanza los 3 mil dólares. Si de verdad se piensa que el gasto en educación no es tan importante, habría que mostrar en el documental qué país logra buenos resultados gastando tan poco.

 a visión de la educación que se presenta en ¡De Panzazo! parece de sentido común, pero en realidad simplifica ideológicamente el debate y representa los intereses de sectores dominantes, los cuales tienen una gran responsabilidad en el estado actual de nuestra educación. Esto no significa que las autoridades educativas y/o sindicales me sean simpáticas, ni que suscriba la queja permanente tras la que muchos maestros evaden su responsabilidad; sus posturas también son interesadas y muchas veces mezquinas. El tema es que este documental tiene un potencial de impacto mucho mayor y por eso debe ser puesto en su lugar.

 Lo repito: ¡De Panzazo! es un buen trabajo porque fomenta el debate. Por eso mismo hay que ser muy conscientes de qué voz representa, de los prejuicios que encarna, y de los intereses que (no) manifiesta. Sólo desarmando este discurso, deudor de posiciones conservadoras y de una visión estrecha del proceso educativo, se podrán neutralizar sus efectos perversos en favor de sus virtudes.



*Investigador de El Colegio de México.






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