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sábado, 22 de junio de 2013

Con sazón, combaten desnutrición escolar

Con sazón, combaten desnutrición escolar

Un profesor de Tenexatlaco, Guerrero, inventó una “olla mágica”, pues el dinero que los niños antes gastaban en comida chatarra, ahora lo depositan en un recipiente del que obtienen sopas, guisados, tortillas y la energía necesaria para mejorar su rendimiento en el colegio http://www.excelsior.com.mx/nacional/2013/06/22/905342

22/06/2013 07:01  Laura Toribio

Óscar Salmerón con pocos recursos logró sacar de la desnutrición a los jóvenes de la telesecundaría de Tenexatlaco. Foto: Quetzalli González
Óscar Salmerón con pocos recursos logró sacar de la desnutrición a los jóvenes de la telesecundaría de Tenexatlaco. Foto: Quetzalli González

 


TENEXATLACO, Gro.- Su vocación de maestro le dictaba a Óscar Salmerón que tenía que llevar educación a los niños de la comunidad, en donde, hasta su llegada, sólo existía un kínder y una escuela primaria.
Animado por preparar a los chicos de esta pequeña región para el futuro, en 2007 fundó la telesecundaria Aztlán, pero en su primer día de clases se topó con niños flacuchos y somnolientos que se quedaban dormidos a media clase. Notó que tenían manchas blancas en la piel. Estaban desnutridos.
En ese momento supo que su primera tarea como docente había cambiado: lo que urgía era alimentarlos bien. Pero, ¿cómo hacerlo si durante seis años de primaria lo único que comieron en la escuela fueron productos chatarra?
“Dije que había que cambiar eso, compré sartenes, platos, vasos, cucharas, una tablita para picar y cuchillos, y pensé en hacer una especie de kermés diaria para comer en la escuela. Así nació la olla escolar”, recuerda el profesor.
Los estudiantes acordaron poner en una olla los diez pesos diarios que gastaban en papas, dulces y refrescos, para comprar productos locales y preparar un almuerzo cada día. En lugar de “chucherías” comenzaron a degustar guisos como morisqueta (frijoles con arroz), lentejas o caldo de chipile, acompañados con tortillas. El refresco lo sustituyeron por agua de sabor.
En seis meses eran otros: niños con más energía, ansiosos por aprender. El sueño dejó de vencerlos y las manchas en su piel comenzaron a desaparecer.
“Les hicimos pruebas antropométricas donde se ve su resistencia, y al final del ciclo encontramos que en un salto con pies juntos se había dado un cambio de tres centímetros más”, ejemplifica.
Dos pájaros de un tiro
Con la olla escolar, el maestro Óscar, director de la telesecundaria, no sólo resolvió la salud alimentaria de sus estudiantes: consiguió además mejorar su desempeño escolar. Mató dos pájaros de un tiro.
“Los jóvenes comenzaron a verse ya sin las manchas, las clásicas rueditas en el rostro y en los brazos por una mala nutrición, se fortaleció su cabello, anímicamente se les veía con más ganas, empezaron a participar en torneos escolares, estaban más dispuestos a trabajar y más atentos; ya no se dormían.
“Es decir, esto logró incidir académicamente, porque siendo una comunidad tan pequeña y con tantas precariedades, ahora concursamos contra otras escuelas; físicamente, ya que vemos que los chicos están creciendo adecuadamente, y puedo asegurar que en el aspecto social también, porque hay mucha convivencia entre ellos”, detalla Salmerón.
Al principio, los propios alumnos cocinaban sus alimentos en una estufa de lodo y arena improvisada en la escuela, pero ahora para no perder tiempo de clase, las madres de familia que se han involucrado al ciento por ciento en esta tarea, se turnan para hacerlo. Eso sí, se les tuvo que enseñar a cocinar con menos grasa y sal y a ponerle menos azúcar al agua.
La escuela estableció su propio huerto de verduras para comer aún mejor y más barato alimentos como cilantro, calabaza y rábano. Y la señora que en un principio vendía chatarra ahora se encarga de tener listas las tortillas hechas a mano para la hora del almuerzo.
El beneficio fue tal que hasta se pudo ahorrar un poco de dinero de la olla escolar y con ese remanente se construyó el comedor para los estudiantes que al inicio comían en sus butacas.
El aula de lodo y carrizo con la que se iniciaron las clases se sustituyó con tres salones de cemento. También se construyeron baños secos, lavamanos, un filtro de agua potable y una cisterna de captación de agua de lluvia.
La comunidad entera se cohesionó para hacerlo posible, pues padres, madres, hermanos y vecinos aportaron la mano de obra.
Más allá de la docencia
A los profesores, mientras tanto, les tocó cambiarse el chip.
“Antes no me preocupa, y lo digo con sinceridad, qué tanto comían mis alumnos, pero ahora estoy al pendiente porque sé que el hecho de que desayunen va a marcar la diferencia en cuanto a su nivel académico”, comenta el profesor de primer año de la telesecundaria Aztlán, Olmman Pastenes.
Leticia Tejacal, quien imparte segundo grado, de inmediato nota la diferencia que hay entre sus alumnos y los de las comunidades cercanas, que siguen comiendo productos chatarra. A los suyos los ve más nutridos y con más energía para participar.
“Ellos sí rinden a la hora de clases porque tienen algo en el estómago, se ven más vivos, más despiertos”, compara.
Han pasado ya cinco generaciones de estudiantes beneficiados por el proyecto. Algunos que ya están estudiando el bachillerato y que, de no haber tenido una telesecundaria cerca de casa con una “olla escolar”, quizá no lo hubieran logrado. Y ellos mismos lo saben.
“Mi hermano estudió aquí en telesecundaria y cuando venía tenía manchitas en sus manos, según de que no comía bien, pero cuando hicieron el desayuno creció más y ya se le quitaron esa manchitas y ahorita sigue estudiando”, cuenta Sergio, de 13 años, alumno de primer grado.
José Armando, su compañero de clase de la misma edad, dice que desde que empezó a almorzar se siente con más ganas de estudiar.
“La verdad antes no comía bien, en la primaria no nos daban nada, sólo chucherías, y con lo que nos dan de comer aquí está mejor”, considera.
Lo mismo opinan María y Lucrecia, otras niñas de 13 años, quienes narran cómo antes de que se hiciera un desayuno diario, cuando llegaban a su hogar no tenían ganas de nada.
“Antes, cuando estábamos estudiando nos chillaba la tripa de hambre, y ahorita ya estamos con más energía”, confiesa Lucrecia.
“Esto nos ha ayudado a crecer más sanamente y a ya no comer lo que comíamos en la primaria, y eso está bien para nuestra salud”, agrega María.
Cocinar, una política de Estado
Para Óscar Salmerón, el maestro que ideó la “olla escolar”, ésta puede ser una alternativa viable para enfrentar el problema de malnutrición que se vive en el país y al mismo tiempo para mejorar los niveles de desempeño escolar.
México ocupa el sitio número uno en obesidad infantil a nivel mundial.
En este momento prácticamente 12 millones de niños, niñas y adolescentes no tienen la comida suficiente para llevar una vida sana, según estimaciones del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, y una cifra similar tiene problemas de sobrepeso u obesidad.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012 (Ensanut), cinco millones 664 mil 870 niños entre cinco y 11 años y seis millones 325 mil 131 adolescentes están pasados de peso.
“La olla escolar sí se puede replicar, primero a nivel comunitario, después regional, luego estatal y por último nacional, pero sólo si se fortalece como una política de Estado y no como una política asistencial; no es únicamente un proceso de aportar diez pesos y se solucionó todo, porque igual pueden ser miles de pesos, pero sin la coordinación adecuada, y viendo los contextos de cada región de nada serviría”, plantea.
Pero confía en que si Tenexatlaco, una pequeña comunidad de 500 habitantes, pudo organizarse para abatir la desnutrición y construir una escuela digna, el Estado puede reproducir la experiencia exitosa.

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