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martes, 12 de enero de 2016

José Manuel Guillé, el maestro y el apóstol Carlos A. Carrillo

José Manuel Guillé, el maestro y el apóstol

Carlos A. Carrillo

Murió Guillé. Ha bajado al sepulcro el maestro y el apóstol á quien debe tanto la enseñanza elemental en México. El maestro, sí, ésta es la flor más bella que puede depositarse sobre su sepulcro: él estaba penetrado de la noble y altísima significación de esta palabra; su alma elevada y recta veía en el magisterio, no una mezquina profesión, sino un augusto ministerio, el más laborioso, el más arduo, el más difícil, es verdad, pero también el más bello, el más dulce, el más grato de los ministerios para quien sabe amar,  como ha dicho el eminente Dapanloup.

Y él sabía amar.

Sabía amar, y por eso su pluma ha trazado las frases que en estos momentos recojo de sus obras con piadosa veneración y honda amargura. Él sabe y siente que nadie necesita más amor por la vocación y una abstracción más completa del exclusivo yo (1) que el maestro; él sabe y siente que en ninguna parte produce tanto amor el cariño como en la clase elemental; él sabe que existe un lazo espiritual entre el maestro y los discípulos, sin el cual no puede éste obtener verdaderos resultados, él ve que en la escuela la apacibilidad es el cielo bajo el cual todo florece  libre de veneno; y por eso recomienda al maestro que no pierda de vista este precepto: Ser muy paciente y afable con los niños; por eso quiere que lleve un semblante afectuoso; por eso insiste en que al dejar el hogar para ir á clase, deje atrás cualquier cuidado o pena, fijándose en la palabra del Divino Maestro: “Dejad a los muertos la paz de los sepulcros”; y por eso, en fin, le hace esta exhortación, que arranca de mis ojos lágrimas de ternura: que cuando halla pisado el umbral de su clase se diga á sí mismo: “Esta es mi madre, y aquí están mis hermanos”.

¡Mi madre y mis hermanos! ¡Cuántas veces he saboreado estas palabras de adopción que dejaron caer en ocasión solemne los divinos labios para designar a sus discípulos! Palabras que son el símbolo del amor más alto y acendrado entre los que encierran en la tierra. Palabras que han pasado al través de las generaciones de dieciocho siglos, que las han escuchado en el santo silencio y en el mudo recogimiento de la adoración. Y estas palabras, desde entonces han encontrado un eco en millares de corazones generosos, hoy las repite el corazón de un maestro, y las aplica también á los discípulos.   Ah! Yo que he amado también a mis discípulos como a mis amigos predilecto, que les he prodigado raudales de cariño he sentido en estas palabras, desde la vez primera que las he leído como un estremecimiento de amor y de ternura, como la palpitación de una alma oculta debajo de ellas que las vivifica. Sí, yo lo he sentido como lo sentirán todos los maestros que aman; y que hoy la muerte ha impreso sobre ellas un augusto sello, las repito con tristeza amarga, y parece que son como el adiós postrero, como la última y solemne despedida de quien en vida las dictó, me parece que las he recogido aun calientes de sus yertos labios con el postrer aliento que de su pecho se exhaló.

Pero Guillé no era sólo un maestro, era un apóstol además; su celo no se limitaba al recinto de la escuela, se extendía más allá. Con incansable laboriosidad publicaba obras ricas de doctrina y modelos de claridad y sencillez, obras que se traduce su modestia suma, y que han servido y servirán eficazmente para propagar los nuevos métodos de que fue campeón constante y denodado. Sostuvo rudas luchas por la difusión de las sanas doctrinas pedagógicas, sin que le arredrara el temor de conciliarse enemistades y odios. Apóstol de una idea, el vigor de su espíritu y su celo se sobreponían en él á la flaqueza de sus fuerzas físicas, y venciendo obstáculos acudía al lugar en que era necesario ó útil su presencia: “Nuestro querido compañero, dice Cervantes Imaz hablando de él , salía á pesar de las enfermedades que minaban su existencia; y en las noches más negras y tempestuosas se le veía envuelto en su capa, en medio de los círculos más entusiastas, haciendo oír su voz en el núcleo de todas comisiones en las que se hacía notable por sus profundos conocimientos y el tino con que su experiencia le ha enseñado á tocar todas las cuestiones pedagógicas”.

Todos contemplarán con amor y respeto la noble figura de este adalid de la verdad. La muerte le encontró aun trabajando y alentando á los que trabajaban lejos de él. Ya su voz no volverá á sonar en defensa de la verdad y de la buena causa; su pluma ha enmudecido para siempre; sus alumnos, que eran para él su madre y sus hermanos, no volverán a escuchar su noble acento; no más latirá su corazón constantemente; deja con su partida hondo vacío en su hogar, donde abrigaba con su sombra y daba calor con su cariño á sus pequeños hijos, donde prestaba apoyo á su digna consorte que hoy le llora; deja hondo vacío en el corazón de sus amigos y de cuantos pudimos, aún lejos, conocerle por sus escritos y apreciar sus prendas, y que hoy nos agrupamos con el pensamiento junto al sepulcro que guarda sus despojos, ó en el hogar que su ausencia ha dejado solitario y frio, para mezclar nuestras lágrimas con las que allí por él derraman; y deja, en el profesorado y en la literatura pedagógica un hueco inmenso difícil de llenar..-(marzo 16 de 1886).

(1) Todas las frases escritas en cursiva pertenecen textualmente al Sr. Guillé, salva alguna ligera variación, como el cambio del tiempo de un verbo por otro, que ha exigido el contexto del periodo.   


1 comentario:

POSEER EL VIENTO dijo...

Me parece muy interesante el texto. Muy motivador para los que tenemos la gran responsabilidad de educar, sobre en estos tiempos en los que el Estado ha tratado a toda costa de malbaratarla.