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viernes, 3 de octubre de 2014

¿Ecoturismo o ecocidio en Cuetzalan? Luis Hernández Montalvo

¿Ecoturismo o ecocidio en Cuetzalan?

Luis Hernández Montalvo

En su Cántico al Hermano Sol san Francisco revela la convivencia de estas dos ecologías. Su extraordinario logro espiritual fue reconciliar el mundo con Dios, el cielo con la Tierra y la vida con la muerte. Para entender toda esta experiencia espiritual es necesario leer el texto más allá de su letra y bajar al nivel simbólico donde los elementos cantados vienen impregnados de emoción y de significado.
Leonardo Boff 2013-04-26
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 Los primeros rayos del sol nos despertaron en plena entrada a la sierra norte de Puebla el 4 de octubre de 2012. Conforme despertaban mis estudiantes, se dibujaba en su rostro una mueca de asombro. La naturaleza aún impacta los sentidos de la vista.

A través del autobús se puede observar grandes extensiones de tala de bosques; en el camino, en la carretera circulan los camiones cargados de madera sin el menor control de las autoridades. Día y noche es saqueada la sierra en sus maderas.

Hace apenas cuarenta años atrás, en el entronque de la carretera  Zaragoza – Zacapoaxtla, había un bosque de cedros añosos, en donde apenas penetraba la luz, era un espacio mágico donde se respiraba un aire con olor a pinos, en un espacio en donde el aire pedía permiso para seguir su camino. Nada de eso queda en pie, todo, ha sido destruido.

Conforme avanzamos, vemos como los espacios naturales que en un tiempo no muy lejano visitamos, que en la cascada de La Gloria, en donde varias ocasiones entramos a sus aguas frías, ahora se ven cercadas por intereses particulares con el pretexto de proyectos de turismo ecológico. Un espacio natural, con su caída de agua limpia, profundamente transparente, fría al grado de dejar los cachetes de color bermejo encendido.

¿Cómo no admirar estos árboles centenarios que imponen el silencio e invitan a la reflexión de nuestra naturaleza humana?
Elevar el espíritu a la copa de los árboles para encontrar la briza del agua despeñándose en un espejo de agua transparente. No estamos solo, el festivo canto de los pájaros nos invitan a elevar la vista al cielo para verlos volar en parvadas de plumas multicolores y aquí, nace un pequeño río que busca su cauce para volver a despeñarse en una barranca en su camino a los océanos.

Conforme ingresamos a la población, nos topamos con anuncios en donde se oferta la venta de toda clase de aves y pájaros exóticos para un turismo que no tiene conciencia de que varias especies de aves se encuentran en extinción; que en estas tierras fueron poblabas por ese pájaro multicolor llamado Quetzal, de cuyo nombre se designa el nombre a la población de Cuetzalan.

No solo las aves y pájaros de vistoso plumaje están en peligro; los pobladores destruyen helechos centenarios para aprovechar sus troncos en la elaboración de artesanías de muy escaso valor en el mercado. Hay quienes dicen que estos helechos que se destruyen causan un daño a los únicos testimonios vivientes de plantas de antiguas eras geológicas.

No solo se destruyen los bosques entendidos estos como árboles cuya explotación radica en el aprovechamiento de las maderas y sus derivados. Durante los trabajos de tala, se matan y se destruyen verdaderas cadenas alimenticias y se dejan las tierras boscosas a merced de la erosión del aire y del agua.

Pero no solo se venden aves exóticas sino una gran variedad de animales que van desde las serpientes, las pieles de gatos del monte para ceremonias de los santeros, las docenas de colibrís que la superstición y la ignorancia, provocan una industria de destrucción de aves hermosas y que luego van a ofrecerse a los mercados de las ciudades. Saliendo de la estación del metro Barranca del Muerto, indígenas de Zacapoaxtla y Cuetzalan venden toda clase de orquídeas silvestres con precios que no rebasan los treinta pesos.

En el mercado de Cuetzalan también es un espacio para ofrecer y comprar toda clase de plantas y animales sin control, sin vigilancia de la autoridad y mientras seguimos nuestro camino, por la carretera toda clase de restaurantes y fondas que encubren la venta de cerveza y alcohol, principalmente aguardiente. Proliferan los hoteles, las casas de huéspedes, los puestos de comida, por la calle deambulan los niños pidiendo limosna a los turistas.

Luego llegamos al centro de la población, la soberbia de los blancos y mestizos en casonas porfirianas, apenas delimitadas por calles empedradas, los hoteles de cierto confort para el turismo extranjero y nacional, las cantinas y los nuevos “antros”.

Francisco se encuentra en su casa, le rodea un enorme sol multicolor similar al que portan los danzantes indígenas, en el atrio del templo, tiene lugar, desde las primeras horas del día, la coronación de la reina del Huipil cada vez adquiere un matiz de estilo televisa en la coronación de “las mises” y pierde su carácter ritual, íntimo.

En el centro de la población, en el parque municipal, los organizadores dan rienda suelta a toda clase de venta cervezas.  Es una carpa de venta de cervezas, con sus cantantes y bailarines, le llaman el “foro del pueblo”. El turismo es abundante, los principales hoteles están al tope.

En la entrada de la población, un ejército de promotores turísticos, le recomiendan los servicios de hotelería y de restaurantes, los mejores costos, le venden la entrada a las grutas que muchos años, fueron espacios libres, ahora, todo está bajo la batuta del mercado.

Todo está siendo controlado por el mercado que no mira sustentabilidad, que no existe el mínimo aprecio por la naturaleza, que no promueve una cultura de respeto por la vida silvestre y que incluye a los indígenas que son desplazados a los montes como en un principio.

Otros, principalmente los hombres jóvenes, se encuentran en la servidumbre de las casas de la ciudad de México, otros más, han migrado a los Estados Unidos, han sido expulsados de sus tierras por falta de empleo, por haber perdido sus tierras que son utilizadas por los nuevos colonizadores, donde construyen lujosas casas de descanso, así cambia este mundo mágico donde los indios hablaban con sus dioses en una comunión con el resto de los seres vivos.

En el templo de “Los Jarritos”, se van concentrando pequeños grupos de mujeres indígenas, llevan en sus manos pequeños bastones de mando con sus listones de colores y un sahumerio con el humo de copal y ramos de flores que nacen a orillas de los arroyos. Las mujeres visten sus faldas blancas, un señidor multicolor de lana y sus sencillos huipilis que las protegen del calor y del frio.

Llegan indígenas ancianos y se postran ante las imágenes de los santos de la Iglesia, aquí guardan sus ofrendas al otro pobre por elección. Las voces en Nahuatl y Totonaco van formando un murmullo de súplicas desfallecientes, recogen sus flores y sus sahumerios  e inician su recorrido a la casa del Padre Francisco de Asís, tan resplandeciente como el Padre Sol. Caminan cantando y rezando, caminan en medio del humo de copal.

Atraviesan la plaza pública, pasan por el foro del pueblo, ingresan al atrio en medio de la indiferencia de los extraños que están atentos a los pocos danzantes que quedan en la región, hasta en el aspecto cultural, que resistieron por más de cinco siglo, ahora, las danzas en la sierra norte de Puebla, también se extinguen.

En el atrio, dos o tres sacerdotes los esperan con sus albas tan blancas como las naguas de las indias, con estolas cocidas por manos artesanales con motivos indígenas. Los sacerdotes bendicen las ofrendas y en doble columna, caminan al altar mayor los danzantes que se desprendieron del público turista. Los huaraches cimbran los muros del templo y en danza ritual llegan al altar mayor a los pies de Francisco y le danzan, le lloran y piden por los hijos ausentes, por los maridos de los que no tienen noticias.

Los viejos  esperan volver a ver a sus hijos y nietos, por eso danzan, por eso cantan, por eso le ofrecen al Sol las ofrendas del campo. Del trabajo y de los afanes de estos seres que guardan el recuerdo, tal vez solo el culto que heredaron de los primeros franciscanos que evangelizaron esta tierra hace más de 500 años.

Afuera la música y sus estridencias, las voces destempladas de los conductores con buenas dosis de alcohol y en el atrio, toda clase de ventas contra la naturaleza. (04-10-2014) Paz y Bien.







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