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domingo, 8 de septiembre de 2013

Enigma o modelo educativo de Finlandia Revista AZ

Enigma para unos, modelo para otros, desde hace no muchos años la comunidad internacional ha fijado su mirada en Finlandia, como quien observa al chico adelantado de la clase —con algo de recelo. Desde su primera entrega, el Informe Program for International Student Assessment (PISA) realizado por la Organización para Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) confirmó algunas sospechas en torno a la calidad de la educación en aquella nación, la cual no llega a los 5,5 millones de personas (según datos de febrero de 2013).
De curiosidad intelectual, de atractivo casi turístico, el alto desempeño de los estudiantes finlandeses se convirtió en tema de reflexión y debate entre diversas naciones, lo mismo aquellas con grados de desarrollo similares o superiores, que países con aspiraciones a alcanzar esos niveles, que colocaron a Finlandia como una suerte de modelo educativo.
Inscrito en ese debate, en este artículo se sostiene la hipótesis —nada original, por lo demás— de que el éxito del sistema educativo finlandés, si bien puede atribuirse a una serie de factores, no se explica sin un telón de fondo determinante: un cierto arreglo social, un pacto fundante, un proyecto nacional en el que claramente priva el criterio de igualdad entre los ciudadanos y que ha determinado la anatomía del fuerte e interventor Estado finlandés.
Estrella polar
Si el famoso poema sinfónico “Finlandia” (1899), compuesto por el no menos célebre Jean Sibelius (1865-1957), es considerado un segundo himno nacional, su “Segunda Sinfonía” (1902) ofrece, en sus cuatro movimientos, un lienzo de su historia. Amigo personal y especialista en la música del connotado compositor finés, el también cellista y director de orquesta Georg Lennart Schnéevoigt (1872-1947) sugirió una interpretación patriótica de esa magna obra:
Primer movimiento: La tranquila y pastoral vida del pueblo finlandés, atormentado por sentimientos de opresión.
Segundo movimiento: Un gran impulso de sentimientos patrióticos, tímidamente expresados por miedo a la tiranía opresora.
Tercer movimiento: El despertar del sentimiento nacionalista y el deseo de lucha por la independencia.
Cuarto movimiento: La esperanza en la liberación y la certeza de que pronto llegará un libertador.1
Tanto el poema como la “Segunda Sinfonía” dan cuenta de eso que Hegel podría llamar rasgo del espíritu nacional:2 en este caso, la dominación foránea que deja marca en la historia colectiva, y el deseo de liberación —ya liberador en sí mismo. Durante casi siete siglos Finlandia no fue sino una joya más —y no la más apreciada, por cierto— de la corona del reino de Suecia, que tuvo que lidiar con varias guerras para preservarla, al menos en parte.
No fue sino a principios del siglo XIX que el zar Alejandro i arrebató esta joya a la corona sueca (en 1808, en la llamada Guerra Finlandesa), y durante poco más de un siglo, Finlandia no fue sino un “gran ducado”. La revolución bolchevique le ofreció una coyuntura favorable para declarar su independencia, siempre bajo acecho.
Geografía es destino, que en ocasiones trastocan la política, la guerra o el azar. De entre las naciones vecinas, es con Rusia con quien Finlandia comparte la frontera más larga: mil 340 kilómetros. Y fue precisamente con la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) con quien padeció la relación más tirante prácticamente a lo largo de todo el siglo XX, que incluyó trágicos capítulos bélicos durante la Segunda Guerra Mundial. Eric Hobsbawm —el reputado historiador inglés, marxista hasta su muerte— refiere que tras la Segunda Guerra:
La dominación soviética directa quedó firmemente establecida en toda la Europa oriental, salvo, curiosamente, Finlandia, que estaba a merced de los soviéticos y cuyo importante Partido Comunista se salió del gobierno en 1948. El porqué Stalin se contuvo cuando podría haber instalado un gobierno satélite allí sigue estando poco claro, aunque tal vez lo disuadieran las altas probabilidades de que los finlandeses se alzaran en armas una vez más (igual que en 1939-1940 y 1941-1944), pues lo cierto es que Stalin no tenía ningunas ganas de correr el riesgo de entrar en una guerra que se le pudiera ir de la manos.3
A pesar de la geografía y de la polarización que dividió buena parte del mundo, Finlandia se mantuvo neutral, una posición harto complicada de sostener, pero que inspiró la idea de la finlandización, definida por políticos y medios de comunicación de Occidente como una peculiar forma de neutralidad, quizás más cercana a la subordinación que a la aquiescencia, que en este caso se tradujo en una creciente influencia de la URSS.
No obstante, durante los años de Guerra Fría y bajo esas condiciones de un reducido margen de maniobra para el gobierno finlandés, el país registró avances importantes que, siguiendo la hipótesis propuesta en este artículo, contribuyen a explicar el éxito del modelo educativo, que no es sino expresión del proyecto nacional. Pueden mencionarse al menos dos:
1. Acelerada industrialización: en pocos años Finlandia se convirtió en un gran proveedor de muy diversas mercancías y productos industriales para su vecino soviético, un proceso que tuvo fuertes impactos sociales (crecimiento de las ciudades, nuevos empleos y servicios, expansión de las universidades) que el propio Hobsbawm ilustra con una atinada anécdota:
En Finlandia —por citar un caso real conocido por al autor— una muchacha hija de campesinos y que, en su primer matrimonio, había sido la mujer trabajadora de un campesino, pudo convertirse, antes de llegar a ser de mediana edad, en una figura intelectual y política cosmopolita. En 1940, cuando murió su padre en la guerra de invierno contra los rusos, dejando a madre e hija al cuidado de la heredad familiar, 57% de los finlandeses eran campesinos y leñadores; cuando cumplió cuarenta y cinco años, menos de 10% lo eran.4
2. Incorporación de las mujeres en diversos campos, no sólo el económico sino el educativo. Si bien se trata de una tendencia global, Finlandia es de avanzada en la materia:
Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, [las mujeres] constituían entre 15% y 30% de todos los estudiantes en la mayoría de los países desarrollados, salvo Finlandia, una avanzada en la lucha por la emancipación femenina, donde ya formaban casi 43%.5
No ha sido fortuita la elección de estos botones de muestra: subrayan deliberadamente la importancia tanto del crecimiento económico como de la inclusión social —pilares de la experiencia finlandesa de las últimas décadas—, lo que permite hacer avanzar nuestra hipótesis sobre los factores exógenos a la educación que explican la eficacia del sistema educativo.

Antes de cerrar este capítulo, es necesario mencionar otro momento capital en la historia reciente de esta república parlamentaria: la caída del bloque socialista y la desintegración de la URSS. Un trance difícil de superar: “Finlandia, un país que experimentó uno de los éxitos económicos más espectaculares de la Europa de la posguerra, se hundió en una gran depresión debido al derrumbamiento de la economía soviética”.6 Inmersión profunda y vertiginosa, casi tanto como el ascenso: el primer día de enero de 1995, en la primera expansión de la Unión Europea (UE), Finlandia ingresó —junto a Austria y Suecia— al selecto club, que en ese momento se convirtió en la Europa de los quince.
La UE no hizo sino reconocer las sólidas bases del llamado “modelo nórdico” —nordisk model—, que pese a las crisis y sus impactos sobre todo en Suecia —donde ha aumentado la desigualdad— sigue siendo un referente político-económico, pero fundamentalmente social, por la calidad de vida que ofrece al grueso de sus ciudadanos.
Como se sabe, si bien los socialdemócratas suecos han solicitado la patente sobre la expresión:
El término modelo nórdico es aplicable a todos los países nórdicos: Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia e Islandia. […] Luego de las reformas sociales de Otto von Bismarck en Alemania, el Estado de bienestar se desarrolló de una manera particular en Escandinavia en las primeras décadas del siglo xx y se consolidó luego de la Segunda Guerra Mundial, en medio de la polarización de la Guerra Fría. […] Los cuatro pilares del modelo Rehn-Meidner [base del modelo nórdico] definidos en 1951 eran: baja inflación, bajo desempleo, alto crecimiento e igualdad en el ingreso. Durante varias décadas, incluyendo las crisis económicas de los años setenta y ochenta, el modelo nórdico se ha caracterizado por una fuerte gestión gubernamental, impuestos elevados, sindicatos fuertes, un sistema de servicios de bienestar para todos sus ciudadanos y sectores públicos amplios.7
Hoy el modelo sigue funcionando y los países que lo cultivan —cada uno con sus particularidades— son vistos por el mundo con admiración y recelo. Hace unos meses, The Economist afirmaba: “Si usted tuviera que renacer en cualquier lugar en el mundo como una persona con talento e ingresos promedio, le gustaría ser un vikingo. El grupo de países nórdicos se encuentra en la cima de las tablas de clasificación de todo, desde la competitividad económica hasta la salud y la felicidad”.8
De acuerdo con el índice de Competitividad 2012-1013 del Foro Económico Mundial, cuatro de estos cinco países nórdicos se encuentran entre las 15 economías más competitivas del mundo, y dos de ellas están dentro de las primeras cuatro: Finlandia es la tercera y Suecia la cuarta. En el Índice de Desarrollo Humano (IDH) —elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)—, Noruega ocupa el primer lugar en el IDH.; Suecia el séptimo, le siguen Islandia y Dinamarca (13 y 14, respectivamente) y en la cola, en el 21, Finlandia. Todos ellos dentro de los 47 países que el pnud ubica como de “desarrollo humano muy alto”.9
El llamado nordisk model funciona, pero en cada caso con ciertas peculiaridades que parecen explicar las propias diferencias dentro de ese grupo de países.
¿Enigma educativo?
La pregunta cae por su peso: ¿Por qué otros países con mayores ingresos, con más alto nivel de desarrollo, con instituciones estatales sólidas y trayectorias intelectuales destacadas no alcanzan el alto desempeño del sistema educativo finés, encumbrado en las citadas evaluaciones de la OCDE?
Pueden arriesgarse distintas hipótesis, incluso podría decirse que todo empezó hace mucho tiempo. Por ejemplo, a partir del libro de Anne Marie Chartier sobre la lectura, podría recogerse uno de los muchos datos reveladores que aporta: ya en el siglo XVII, Suecia y Finlandia dieron grandes pasos en el terreno de la educación, pues en virtud de la Ley de Iglesia, era obligación para todos aquellos que quisieran recibir la confirmación, saber leer, y de los pastores verificarlo, para que de ese modo recitaran su catecismo. Si se agrega que este sacramento es necesario para oficiar otros, como el del matrimonio, se calibra la importancia —casi por necesidad— de la lectura. Igualmente, Chartier documenta que precisamente los países protestantes del norte de Europa “fueron los primeros en implantar una escuela de enseñanza media concebida para la enseñanza masiva más allá de la enseñanza elemental”.10
Con todo y ser significativo, este capítulo histórico no explica por completo el alto desempeño educativo actual. Habría que asomarse al sistema finés para disponer de otros elementos.
Quizás un dato revelador inicial no es propiamente la sorpresa del primer Informe PISA (2000), en el que, de entre 43 países (30 de la OCDE y 13 asociados), Finlandia ocupó el primer lugar en lectura, foco del estudio de ese año —en las otras habilidades, Matemáticas y Ciencias, fue cuarto y tercero, respectivamente— sino la forma en que ha respondido ante tales resultados. En el siguiente Informe PISA (2003), los alumnos finlandeses consiguieron el primer lugar en las tres habilidades. Y no se quedó allí la respuesta.
Respecto del informe de 2003, emprendieron un análisis de los resultados que arrojaron un cierto diagnóstico que abona en favor de la hipótesis de este artículo:
El informe correspondiente pone en evidencia características cuyo interés va más allá de los resultados totales. En efecto, la diferencia entre chicos y chicas es mucho menor que en cualquier otro de los países participantes. Los chicos no responden tan bien como las chicas en lectura, pero la diferencia entre unos y otras es mucho menor que en cualquier otra parte. Y en Matemáticas, a diferencia de los demás países, las chicas responden casi tan bien como los chicos. Otra característica notable es que en Finlandia, después de Islandia, el impacto de las diferencias sociales sobre los resultados de los alumnos es el más bajo. De manera muy significativa, la cuarta parte más desfavorecida, en términos socioeconómicos, de la población de alumnos finlandeses se sitúa, en Matemáticas, sobre la media de los países de la OCDE Del mismo modo, las diferencias existentes entre los establecimientos son, también después de Islandia, las menores de todos los países evaluados.11
Expresión de un proyecto nacional incluyente y un Estado fuerte, la organización del sistema educativo finés deja ver, precisamente, tales rasgos:


El finés no es el sistema con las remuneraciones más altas para sus profesores, tampoco somete a los alumnos a largas jornadas de estudio ni prolongados calendarios, menos aún se distingue por un régimen disciplinario severo. Son otras las características de este sistema; entre las más relevantes pueden enumerarse las siguientes:
Sistema descentralizado y flexible: Curricular y administrativamente, la educación en Finlandia parece resultado de un virtuoso entendimiento entre el gobierno nacional y las seis provincias en que está dividido el país. La política educativa es responsabilidad del Ministerio de Educación, que es auxiliada por la Dirección Nacional Finlandesa de Educación, quien elabora el currículo nacional, en el que se incluyen los objetivos, ejes generales y formas de evaluación para la educación primaria, secundaria y de adultos. A partir de ese marco general, no sólo las provincias —a través de los departamentos de educación y cultura– sino las mismas escuelas y profesores tienen márgenes para modificar tanto los métodos pedagógicos como los materiales didácticos; autonomía que es determinada en parte por las entidades proveedoras de servicios educativos.12
Financiamiento: Parece que el secreto no está en la cantidad de recursos que invierten en la educación (que no son pocos) sino en la eficacia con la que lo administran y ejercen. De acuerdo con un estudio muy reciente de la OCDE, el monto que Finlandia destina a la educación es de 6,8% del pib; aunque no es uno de los países con mayor gasto educativo, está por encima del promedio OCDE (que es de 6%) y se traduce en que, para 2010, la inversión anual por estudiante de todos los niveles llegó a 10 mil 157 dólares, mientras que el promedio de los países de la OCDE fue de 9 mil 308.13
Otro dato no menos relevante de esta asignatura es la gratuidad:
La mayor parte de las instituciones de educación primaria y secundaria está bajo la tuición de los municipios o asociaciones de direcciones municipales. En 2005, 99% de las instituciones de educación básica estaba financiado públicamente, siendo el porcentaje de las instituciones de educación secundaria superior general y de formación profesional financiadas públicamente, de 98% y 70%, respectivamente. Las instituciones privadas están bajo supervisión pública: siguen los currículos nacionales y las pautas de calificación confirmadas por la Dirección Nacional Finlandesa de Educación. También reciben el mismo nivel de financiación pública que las escuelas públicas. La responsabilidad de la financiación educativa está dividida entre el Estado y las autoridades locales. En cuanto a la financiación de la educación primaria y secundaria, las subvenciones estatales cubren 57% de los costes, mientras que las contribuciones municipales pagan, en promedio, el restante 43%.14
Cuerpo docente: Identificado por varios especialistas como el quid del éxito finlandés, pueden destacarse dos cualidades:
a) Formación docente de excelencia: A pesar de no ser altamente remunerada, la docencia es una profesión de muy alta demanda en Finlandia, pero a la que acceden sólo uno de cada 10 aspirantes.
Para ser maestro se necesita una calificación de más de un nueve sobre 10 en sus promedios de bachillerato y de reválida y se requiere además una gran dosis de sensibilidad social (se valora su participación en actividades sociales y voluntariado). Cada universidad escoge después a sus aspirantes a profesores con una entrevista para valorar su capacidad de comunicación y de empatía, un resumen de la lectura de un libro, una explicación de un tema ante una clase, una demostración de aptitudes artísticas, una prueba de matemáticas y otra de aptitudes tecnológicas. […] La carrera de magisterio tiene una duración de cinco años, pues se le exige a todo maestro que además de los tres años de licenciatura se cursen obligatoriamente dos de un máster de especialización. […] Al final de la carrera los alumnos más brillantes suelen dedicarse enseñanza infantil, a la que se considera la etapa decisiva para que el resto del proceso educativo sea bueno.15
b) Alta estima social: Si bien no es precario, el salario no es lo más atractivo de la profesión: Torrent afirma que en Finlandia “el sueldo medio (tras 15 años de profesión), es de 37 mil 455 dólares anuales (datos de 2010), […] menor que otros países europeos, incluso que en España donde el sueldo en 2010 tras 15 años de experiencia laboral era de 42 mil 846 dólares.”16 Más bien es el reconocimiento social que conlleva la figura del docente, que se constituye no sólo en un referente educativo sino que asume un cierto liderazgo entre la comunidad, que se expresa, por ejemplo, en la nada infrecuente consulta de padres de familia a los profesores sobre muy diversos aspectos, o en las aspiraciones de muchos niños que ven en los profesores un ejemplo a seguir.
Método educativo: Contrario a otros países, que parecen asumir la severidad como acicate educativo, en Finlandia el jardín de niños se inicia a los seis años y al siguiente año la educación primaria. Son obligatorios nueve años de educación (de los siete a los 16) y no es sino hasta la edad de nueve años que los estudiantes empiezan a ser evaluados con una escala que prescinde de las cifras, desde 6° grado aparece una escala que va del 4 al 10. Es un ambiente que trata de borrar las diferencias entre la casa y el aula:
La jornada de trabajo se organiza cuidando respetar los ritmos biológicos del niño y evitar todo cansancio inútil: hasta los 16 años las sesiones se limitan a 45 minutos y se entrecruzan con periodos de descanso de 15 minutos durante los cuales los alumnos pueden caminar libres por los pasillos, hablar tranquilamente en las salas de descanso, jugar o utilizar las computadoras puestas a su disposición.17
Evaluación y transparencia: En tanto servicio público, todos los involucrados en la dotación de servicios educativos se someten a evaluaciones regulares y a la publicación de sus resultados. Además, en las evaluaciones participan los “usuarios”: los estudiantes y sus familias mediante cuestionarios que pueden responderse a través de Internet.
Las lecciones del caso finés
Como lo demostró Edgar Allan Poe en “La carta robada”, no hay mejor lugar para guardar un secreto que aquel que está a la vista de todos. No hay mayor secreto a develar o enigma a desentrañar en el caso del sistema educativo finés: está a la vista de todos. La dificultad no radica en descubrir el secreto celosamente guardado del sistema educativo sino en replicar las condiciones que lo hacen posible.
No es el sistema educativo sino el país, no son los niños y maestros sino la sociedad, no es asunto de dinero sino de igualdad. A lo largo de este artículo hemos sostenido que el “caso finlandés” es un ejemplo de que la educación no es sino expresión de un proyecto nacional, de un consenso amplio, que apuesta por la igualdad y el desarrollo.
Si esto es así, de ello se deriva una lección mayor, quizás no lo suficientemente advertida: contrario a lo que recomiendan ciertas recetas en boga, concebir e instrumentar una reforma educativa que eleve la calidad de la enseñanza y ofrezca oportunidades de desarrollo desborda al sistema educativo. Si ha de existir un impulso reformista de ese talante, ello implicaría un gran acuerdo nacional que no se circunscriba sólo a lo educativo. El compromiso va más allá de que algunos empresarios aporten un peso por cada tanto igual que la sociedad done a niños en condiciones de pobreza, va más allá de que los padres de familia se sienten a leer con sus hijos 20 minutos al día, que los maestros se sometan a una prueba, que el gobierno incremente en décimas el presupuesto educativo, etcétera.
El compromiso entraña un nuevo arreglo social que implica esfuerzos decididos y no sólo retóricos por cerrar las brechas de la desigualdad, por no decir de las formas de exclusión social. ¿Cómo lograr un sistema educativo eficiente en México, cuando la mitad de la población vive en los baldíos de la pobreza; cuando el horizonte se agranda o se achica según un atributo tan contingente como es el género, la condición económica o el lugar de residencia?
Más allá de las dificultades para replicar este exitoso modelo, la experiencia finlandesa es alentadora porque demuestra que la educación pública no sólo es viable sino encomiable por su alto nivel de eficacia, que la educación no supone siempre un proceso calamitoso, tortuoso y darwiniano, que otra forma de educación es posible, viable y exitosa.

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