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viernes, 27 de julio de 2012

El otro lado de la educación en México Armando Chacón Este País

Es común –y cómodo– atribuir a los maestros, a la infraestructura y al Gobierno los problemas de la educación en México. Los resultados de la formación escolar, sin embargo, también tienen que ver con las condiciones personales de los estudiantes. De lo que reciben en casa, de fortalezas como la dedicación y la autoestima, depende en mucho la capacidad de aprendizaje.
Del video Cómo cambiar historias. Imagen de Juanele
Para que un niño se convierta en un gran pianista no es suficiente darle un piano muy caro y ponerle a un maestro reconocido internacionalmente. Sin motivación, disciplina y perseverancia es imposible que el niño logre dominar el instrumento; de hecho, lo más probable es que no aprenda a tocarlo bien. Por el contrario, si un niño está muy motivado y se dedica con disciplina y perseverancia a aprender y practicar, puede convertirse en un muy buen pianista, aun si no cuenta con el mejor instrumento ni con el mejor maestro. Incluso con un piano regular y un maestro que no sea excepcional, el niño podrá desarrollar su talento.
Con la educación pasa algo similar. Para que un niño aprenda y continúe estudiando, no basta con proporcionarle la mejor infraestructura y los mejores maestros. Es indudable que mejores insumos educativos pueden producir mejores resultados de los que se esperarían con insumos de menor calidad. Sin embargo, la calidad de esos insumos no puede sustituir las habilidades que se generan fuera de la escuela, en el hogar y en el entorno inmediato de los estudiantes. Esas habilidades determinan la capacidad y la disposición de los estudiantes para adquirir conocimiento. También en la educación, con maestros e instalaciones que no sean excepcionales, los estudiantes pueden desarrollar su talento si tienen disciplina, motivación y autoestima.
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Nadie duda de que en México tenemos serios problemas educativos, tanto de calidad como de cantidad. Con ocho años y medio de educación en promedio, es imposible alcanzar niveles de productividad que permitan a las personas vivir mejor. Los datos sobre logros académicos señalan con claridad grandes diferencias de desempeño entre escuelas públicas y privadas, y entre estados ricos y pobres. A todos nos gustaría que los resultados de México en la prueba pisa no estuvieran tan lejos de los que obtienen países más desarrollados y otros países con un nivel de desarrollo similar al nuestro. En los países desarrollados, la escolaridad es más de cuatro años superior a la de México, y la proporción de alumnos sobresalientes en la prueba pisa es mucho mayor.
La demanda también importa
Aunque esté claro que necesitamos mejorar tanto en calidad como en cantidad, cuando pensamos en mejorar la educación en México casi siempre pensamos en más escuelas con mejor equipamiento, en mejores planes de estudio, en más capacitación para los maestros y mayores incentivos. Casi siempre pensamos en la oferta educativa, pero como en cualquier otro mercado, la calidad y la cantidad de la educación no dependen solo de la oferta.
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Los resultados del mercado de la educación en México –cuántas personas entran a la escuela, cuánto la aprovechan, cuántas se gradúan, cuántas reprueban y cuántas la abandonan antes de tiempo– son resultado de la interacción entre la oferta y la demanda. El lado de la demanda casi siempre queda fuera de la discusión. Los factores que determinan el deseo y la posibilidad de ir y quedarse más tiempo en la escuela rara vez son materia de los foros académicos y políticos sobre educación.
Finlandia ha invertido mucho en tener un oferta educativa de clase mundial y se ha ganado un lugar sobresaliente en las comparaciones internacionales de rendimiento escolar. Si por arte de magia pudiéramos reproducir en México las prácticas educativas, los maestros, los incentivos y las instalaciones de Finlandia, seguramente mejoraría el rendimiento escolar en nuestro país. Pero aun así, los niños y jóvenes mexicanos quedarían por debajo de los finlandeses. ¿Por qué? Los niños finlandeses no solo tienen mejores escuelas: lo que llevan al aula desde casa también es distinto. El ingreso per cápita en México es menos de la mitad del ingreso per cápita en Finlandia. Los adultos mexicanos tienen tres años menos de escolaridad que los Finlandeses. Con un menor ingreso y una menor escolaridad de los padres de familia, los hogares mexicanos no pueden darle a sus hijos las mismas herramientas que los finlandeses para tener éxito en la escuela. Los resultados de los estudiantes mexicanos seguirían siendo más bajos que los de los finlandeses.
El aprovechamiento escolar es resultado de lo que los niños “traen del hogar” (la demanda) y de lo que los maestros “les dan en el salón de clases” (la oferta). Dos niños que traen de casa capacidades distintas y reciben las mismas lecciones en el aula van a tener desempeños distintos.
Los niños llevan a la escuela las fortalezas que desarrollan en el hogar. No solo las intelectuales. También llevan en su mochila fortalezas como la disciplina, la perseverancia y la autoestima. Los dos tipos de fortalezas resultan de lo que los niños y jóvenes reciben en su casa en los planos intelectual, material y anímico. Esas fortalezas combinadas hacen que los niños y jóvenes quieran y puedan ir a la escuela, sacarle más provecho y llegar más lejos. Esa es la demanda educativa, de la que escuchamos muy poco.
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Obstáculos por el lado de la demanda
A pesar de todos los beneficios que tiene estudiar más, muchos jóvenes en nuestro país abandonan la escuela antes de tiempo. Hay obstáculos que no los dejan avanzar. Por el lado de la demanda, hay tres obstáculos que impiden que los niños y jóvenes quieran y puedan continuar en la escuela: la falta de ejemplos a seguir, la falta de detección de talentos y la falta
de financiamiento.
La falta de aspiraciones y ejemplos a seguir
No nacemos con grandes planes ni con aspiraciones altas. Las aspiraciones se forman con base en la gente que nos rodea. Si en el círculo de un niño no hay personas con estudios universitarios, ¿cómo va a aspirar a algo que no ve a su alrededor o que no sabe que existe?, ¿cómo puede saber lo que significa tener una carrera?, ¿cómo va a darse cuenta de que él también podría aspirar a una? En el círculo de personas alrededor de un hogar de bajos ingresos solo 1 de cada 20 adultos tiene estudios universitarios. En un hogar de ingresos altos, los niños conocen 8 veces más adultos con estudios universitarios.
La falta de detección de talentos
Un entorno adverso oculta los talentos. Muchos niños talentosos no saben que lo son. Si supieran que tienen talentos, sus padres y ellos mismos harían mucho más para seguir en la escuela. Pero sin una forma de detectarlos oportunamente, esos talentos se desperdician.
Incluso en las escuelas con más carencias del país, muchos niños obtienen resultados similares al promedio nacional. Están compensando esas carencias con su talento. Pero a la vista de los demás, y de ellos mismos, pasan por mediocres: están en el promedio nacional. Si no saben que tienen talento, sus aspiraciones y su esfuerzo serán bajos. Sus padres estarán menos dispuestos a impulsarlos en la escuela y a hacer sacrificios para que sigan adelante.
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La falta de financiamiento
Pero aun con muchas aspiraciones y sabiendo que tienen talento para alcanzarlas, muchos jóvenes truncan sus estudios por falta de financiamiento. Una cuarta parte de las mujeres y la mitad de los hombres sin una carrera profesional dejan los estudios por falta de dinero. La mayoría de ellos debió ponerse a trabajar para ayudar con los gastos de su familia.
El círculo vicioso puede romperse
La falta de ejemplos a seguir, la falta de detección de talentos y la falta de financiamiento hacen que los padres con pocas oportunidades hereden pocas oportunidades a sus hijos. Los hijos de padres con escasa educación y bajos ingresos están en desventaja. No pueden aprovechar bien la escuela, tienen un rendimiento bajo y terminan abandonándola antes de tiempo. Se convierten en adultos con poca educación y bajos ingresos. Y cuando tienen sus propios hijos, la historia se repite.
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Aunque parezca imposible, ese círculo puede romperse. Hay hechos que pueden cambiar la historia de muchos niños y jóvenes. Esos hechos no son casualidades. Son el resultado del trabajo de personas que buscan ayudar a cambiar las historias de otros. No se trata de grandes programas nacionales diseñados desde las alturas. Tampoco de medidas obligatorias. Se trata de acciones voluntarias de gente común. De personas que se han propuesto ayudar poniéndose metas alcanzables. Metas que no los abruman. No podemos resolver “el problema nacional de la educación” individualmente. Pero las personas, las empresas y las organizaciones sin fines de lucro podemos contribuir a cambiar la historia de niños y jóvenes a nuestro alrededor. Podemos ayudar a que muchos niños y jóvenes tengan mentores y tutores que les sirvan de ejemplo. Podemos ayudar a que más niños y jóvenes con talento sepan que lo tienen y lo desarrollen. Y también podemos ayudar a que más jóvenes no dejen la escuela por falta de financiamiento. Esas acciones a nuestro alcance permiten que los niños y jóvenes se queden más tiempo en la escuela y la aprovechen más.
El círculo vicioso puede romperse. La historia de esos niños y jóvenes puede cambiar, y también la de sus hijos. Cuando se junta el trabajo voluntario con los recursos de los donadores y con buenas ideas, las historias cambian. Ese es el caso de muchos programas de mentores, de detección de talento y de financiamiento. Esos programas funcionan. Las evaluaciones rigurosas de sus resultados lo confirman. Es posible cambiar historias.

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ARMANDO CHACÓN es director de Investigación del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO).

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